Lucy nació en esa región de África donde el Gran Valle del Rift mueve el continente, abriéndose a golpe de temblores y emersiones de lava. Lucy, la abuela de la humanidad, es el esqueleto fosilizado de un homínido de más de 3.2 millones de años que andaba sobre sus miembros posteriores. Cuna de la civilización, Etiopía entrega las cataduras de su fascinante historia, un abanico de antiguos templos, intrigantes obeliscos, atónitas iglesias labradas en la roca y asombrosos encuentros con la gente del sur.
EL PAÍS DE LA REINA DE SABA Y AKSUM, LAS IGLESIAS DE LALIBELA, TRAS LOS PASOS DE MELENIK Y FASILIDAS
Addis Abeba
Situada a una altitud de 2 300 metros, Addis Abeba es la capital caótica y verde, fundada por el rey Menelik II en 1887. Su mercado intriga, en el Museo Nacional encontramos a Lucy y en el antiguo palacio se aloja el Museo Etnológico. Los edificios más notables son la catedral de St Georges (1896), y la catedral de la Santísima Trinidad, mayor catedral ortodoxa de Etiopía con la tumba de Haile Selassie. El palacio imperial de Menelik sigue siendo la sede del gobierno en su colina.
Gondar
El avión sobrevoló el Lago Tana antes de aterrizar en Gondar, la antigua capital, a la orilla del río Angereb. Fundada en 1635 por el emperador Fasilidas, contaba con 60 000 habitantes y siete iglesias en el siglo XVII; fue la capital de Etiopía hasta 1855. Visitamos la ciudadela de Fasil Ghebi, recinto real amurallado del siglo XVII con doce puertas y dos puentes. En su interior el castillo de Fasilidas impresiona con sus torreones rematados por cupulillas, el castillo del emperador Uyasu domina la cancillería y la biblioteca de Tzadich Yohannes, el salón de banquetes, la tumba del caballo del rey Fasilidas y la capilla de San Antonio con bellas pinturas en los murales. En la ciudad, visitamos la abadía de Debre Berhan Selassie con su iglesia circular decorada con pinturas, los baños de Fasilidas con un estanque en donde se refleja el palacio de tres pisos; también visitamos la iglesia de Kuddus Yohannes, el complejo Qusquam —construido por la emperatriz Mentuab en el siglo XVIII— con su iglesia redonda y un palacio estilo del renacimiento europeo, el monasterio de Mariam Ghemb.
Fue agradable pasear por una ciudad con edificios de estilo italiano y platicar con la gente que toma su tiempo para vivir.
Lalibela
El avión pasó las altas montañas del Parque Nacional de Simen que culmina en el monte Ras Dejen de 4 543 metros, cuarto pico más alto de África, donde viven el lobo etíope, la cabra de Abisinia y el gelada (especie de babuino). Aterrizó en una pequeña planicie al pie del monte que alberga la ciudad santa de Lalibela, a 2500 metros de altura y el coche llevó a sus viajeros por una caótica carretera asfaltada. En el pueblo descubrimos las iglesias labradas en la roca, esplendor de ese importante centro de peregrinación. El rey Gebra Maskal Lalibela (1172-1212), canonizado por la iglesia etiope, quiso construir una nueva Jerusalén con monumentos tallados en las rocas, de una sola pieza, y que se distribuyen en dos grupos separados por el canal que representa el río Jordán, comunicando entre sí por túneles. Una cruz monolítica marca el punto de partida del peregrinaje que nos llevó a las iglesias de Biet Medhani Alem (Casa del Salvador del Mundo) —la más extensa y donde unos rezos se alzaban—, Biet Mariam (Casa de María), Biet Mascal (Casa de la Cruz), Biet Denagel (Casa de las Vírgenes Mártires), Biet Golgotha (Casa del Gólgota) y Biet Mikael (Casa de San Miguel). Al sudeste encontramos Biet Amanuel (Casa de Emmanuel), Biet Mercoreos, Biet Abba Libanos, Biet Gabriel Rafael (Casa de Gabriel y Rafael) y Biet Lehem. Separada de las demás, descubrimos Biet Ghiorgis (Casa de San Jorge), esta última es la mejor conservada; con planta de cruz griega y quince metros de altura está tallada íntegramente en la roca. Cerca de las iglesias se encuentran el monasterio de Ashetan Maryam y la iglesia de Yemrehana Krestos, del siglo XI, albergada en una cueva.
En las oscuras iglesias encontrábamos gente rezando, a los sacerdotes que cuidan cargan su enorme cruz etíope en un largo mango de plata, murales que representan santos y vírgenes, así como también cantos que llenaban el ambiente y las velas que alumbraban las tinieblas; la atmósfera era intrigante, mística, inculcando una paz interna al pasear por ese laberinto misterioso. San Jorge, en forma de cruz, es la más impresionante de las iglesias, empezando por el canal que la rodea. Su acceso se hace por un túnel y en la roca que está a su alrededor encontramos orificios llenos de huesos de peregrinos. El túnel que lleva al conjunto del este, un laberinto que pasa de iglesia en iglesia, está decorado por pinturas y al salir de la penumbra, sumergidos en ese misticismo, el sol nos deslumbra.
La visita de las iglesias aturde y la paz del pueblo permite restablecer un cierto equilibrio platicando con los niños que curiosean al extranjero, probando la comida tradicional etíope que consiste en guisados de verdura o carne con especias servidos encima de Injera, una gran crepa hecha de teff. Ese cereal se cultiva en Etiopía y después de hacer la masa, se deja fermentar en estiércol durante tres días, antes de hacer la crepa que se cocina en un comal de barro plano de unos 40 cm de diámetro. Encima se sirven de seis a ocho guisos los cuales se comen con las manos.
Aksum
El avión atravesó las montañas del norte antes de dejarnos en el altiplano de Aksum, capital religiosa de la iglesia ortodoxa etíope, lugar sagrado de peregrinaciones y antigua capital del Reino de Aksum; ahí visitamos los sitios arqueológicos declarados Patrimonio de la Humanidad.
Importante reino comerciante entre los siglos I d.C. y X d.C., abarcaba desde Yemen hasta Sudán incluyendo Eritrea, intricado con el Reino de Saba. Todo empezó en el año 3 000 a.C. con los primeros habitantes de la región y continuó hasta el surgimiento del reino de Da’ama,t con su capital en Yeha y su magnífico templo Grat Beal Gebri. En ese entonces elaboraban unos bellos bajo relieves y adoraban a divinidades como Astar (diosa Abisinia). Finalmente se impuso el reino de Aksum en el siglo I d.C., con el puerto de Adulis, y se convirtió al cristianismo en el año 325, por influencia del monje sirio Frumencio. Aksum, en el siglo V, ya controlaba el norte de Etiopía y Sudán, Yibuti, el oeste de Somalilandia, Yemen y el sur de Arabia Saudita hasta empezar su caída al inicio del siglo VII y desapareció con la invasión de la reina judía Gudit en el siglo X, empezando una era oscura hasta el ascenso de la dinastía Zagwe en el siglo XII.
La leyenda cuenta que cuando el templo de Salomón en Jerusalén fue destruido, el Arca de la Alianza ya no estaba en él porque el rey Menelik I la había traído a Etiopía. Se sabe que llegó a Aksum en el siglo IV d.C. A la dinastía Zagwe sucede el rey Yekuno Amlak quien fundó la dinastía Salomónica que se mantuvo durante 700 años, hasta 1974 cuando murió el último emperador de Etiopía, Halei Selassie. Todos los reyes aksumitas remontan su linaje a los reyes de Israel, David, Salomón y la Reina de Saba. Según el Antiguo Testamento, la Reina de Saba, personaje legendario llamado Makeda, visitó Jerusalén, y según el Kebra Nagast (libro sagrado de la iglesia ortodoxa etíope), enamoró al Rey Salomón, con quien tuvo un hijo, Menelik I, futuro rey de Etiopía. Cuando visitó a su padre, Menelik robó el Arca de la Alianza que se encuentra en Aksum.
La ciudad se hunde en un verde oasis rodeado por montañas áridas y lo primero que impacta son los obeliscos esculpidos con motivos geométricos que marcan según los arqueólogos el emplazamiento de las tumbas de los soberanos del antiguo reino. Algunos de ellos son los mayores monolitos tallados del mundo. El más grande, que medía 35 metros de altura, se ha caído y reposa roto en el suelo. Se cree que tenían discos metálicos a los lados y que su punta llevaba un cono de oro. La mayor parte de las estelas se agrupan al norte de la ciudad y es impresionante verlas erguidas, desafiando al tiempo y a los dioses. Visitamos algunas de las tumbas que han sido excavadas, sus riquezas se encuentran en los museos arqueológicos de Aksum y Addis Abeba.
El obelisco robado por los italianos en 1937, fue restituido en 2005 y en el lugar donde se colocó se encontró una necrópolis real pre-cristiana. También visitamos la piedra de Ezana, escrita en sabeo (árabe del sur), ge’ez (antiguo idioma etíope) y griego clásico, que documenta la conversión del rey Ezana (gobernante de 330 a 356 d.C.) al cristianismo y el sometimiento de los pueblos vecinos. Nos impresionó la tumba del rey Bazen, considerada uno de los monolitos más antiguos, el baño de la reina de Saba (en realidad un embalse construido en el siglo X, el palacio de Ta’akha Maryam, del siglo IV, el palacio de Dungur, del siglo VI, el palacio de la Reina de Saba recientemente descubierto y que fue muy extenso y lujoso, y la Leona de Gobedra, un relieve rupestre de dos metros de longitud.
Visitamos la iglesia de Santa María de Sión que pertenece al patriarcado Copto de Etiopía y se compone de un conjunto de iglesias: la capilla de Tablas que alberga, según la tradición, el Arca de la Alianza; la antigua iglesia decorada con impresionantes pinturas y la nueva catedral que fue construida por Haile Selassie para conmemorar su Jubileo en los años cincuenta. Asistimos a una procesión con los sacerdotes de coloridos atuendos que paseaban el Tabot, una réplica del Arca y sus Tablas de la Ley, en un cofre de madera, seguidos por los fieles vestidos de blanco. Unas sombrías coloridas protegían a los sacerdotes, los cantos se elevaban hacia un cielo cargado de calor, unos fieles observaban, fue un momento mágico y mítico. Cuando entramos en la antigua iglesia construida en 1665, nos impresionó la belleza de las pinturas murales que representan a santos y escenas bíblicas, los íconos que la adornan y una tremenda paz que aplasta el alma. Construida al igual que todas las iglesias etíopes, siguiendo un esquema inspirado en el Templo de Salomón, tiene tres partes: un coro, un espacio sagrado donde se reparte la eucaristía y un santuario cerrado que da acceso solamente a los sacerdotes, llamada “sagrado de lo sagrado”, donde cada iglesia guarda un Tabot. En Nuestra Señora de Sion se coronaron los emperadores etíopes. En un pequeño altar al aire libre admiramos una serie de cruces ortodoxas en plata y bronce, de diferentes tamaño y fastuosas acompañadas con objetos de culto. ¡Era el museo!
Finalmente descubrimos la capilla que alberga el Arca de la Alianza; sólo el guardián oficial tiene permitido entrar y ningún otro sacerdote, incluyendo al patriarca de la Iglesia Etíope, puede hacerlo. Ni siquiera el emperador Haile Selassie pudo hacerlo. De acuerdo a la leyenda quien mire el Arca quedará ciego o incluso morirá. La leyenda confiere una cierta magia al lugar y la tradición es que cuando el sacerdote que custodia el Arca sienta cercana su muerte, seleccionará a su sucesor en el monasterio Debre Damo. El monasterio es prácticamente inaccesible (la puerta de entrada se encuentra a 40 metros de altura), y es necesario escalar para ingresar. Una vez nombrado guardián oficial, a la muerte de su predecesor, el sacerdote viaja a Santa María de Sión, donde permanecerá dentro de las rejas que custodian la capilla durante toda su vida, rezando.
Paseamos en la ciudad que duerme a la sombra de un sol implacable y visitamos unas tiendas para comprar cruces ortodoxas; por la tarde subí al monasterio Abba Pentalewon, anidado en una colina fuera de la ciudad. Es un lugar maravilloso que domina el valle, dedicado a la meditación, y cuando me vieron llegar, unos niños se acercaron, intrigados. El sol se ponía en el horizonte, alumbrando el pequeño monasterio que brillaba, cegándome como si estuviera viendo el Arca. Fue un momento místico y solemne, el aire caliente rodeaba el monasterio como una corona de protección y me sentí dentro de la leyenda.
Al día siguiente visitamos el monasterio de Abba Liqanos antes de alcanzar Yeha, a 28 kilómetros al norte, considerada como la ciudad más antigua de Etiopía, uno de los centros religiosos más importantes en el siglo VII y VI a.C. El templo de Yeha, construido en el estilo Sabanico alrededor de 700 a.C., lleva inscripciones con esas fechas y se conservó porque fue reutilizado a los largo de los siglos, especialmente como iglesia. Cerca de él encontramos otros dos sitios arqueológicos fascinantes, el Grat Beal Gebri con su pórtico de 10 metros de ancho, y un antiguo cementerio. Visitamos el antiguo monasterio fundado por Abba Aftse, uno de los Nueves Santos, al principio de la llegada del cristianismo. En él encontramos un joven monje que estaba leyendo los libros sagrados y nos enseñó una serie de libros muy antiguos escritos en Ge’ez decorados con miniaturas. El monasterio estaba enclavado en el tiempo, inundado por una paz soberbia y el personaje parecía salido de un cuento místico o del relato de una aventura digna de Arthur Rimbaud, cuando andaba por esas tierras, antiguo poeta vuelto comerciante que radicaba en Harar.
Fue difícil dejar ese oasis de eterna paz y armonía, olvidado del tiempo, guardián de antiguos secretos, testigo del paso de los siglos, hogar de las huellas de Dios. Nos hundimos dentro de una cultura fascinante e íbamos hacia las aventuras del sur.