Texto por: Luis Alberto González Arenas
Las profundidades de las aguas están llenas de respuestas que no se dejan atrapar tan fácilmente; se resbalan, se inmiscuyen y descansan en sus masivas oscuridades. Hay que sumergirse en el silencio y aprender a escuchar los pensamientos en la soledad. Tener el sentido del tacto lúcido, aun empacado dentro de un traje de neopreno. Inmersiones en universos desconocidos. Grises. Azules. Negros. Abismos húmedos de dudas extraordinarias.
Cozumel. Palancar. Sus formaciones coralinas maravillosas. Ahí buzos expertos de todo el mundo exploran horizontes subacuáticos. Dennise Pohls es una fotógrafa de ese mundo silencioso y sus exóticos habitantes. Ella tiene como ritual tatuarse cada una de las especies que ha tomado con su lente profesional. Cardúmenes y anémonas. Caracoles lengua de flamingo, peces murciélago y cangrejos flecha deambulan por su piel bronceada. Un mapa del mar sobre sus poros.
Dennise hace también poesía itinerante. La palabra es también su recurso, su superstición. Mucha de su obra está escrita sobre palmas de coco. Son hojas llenas de sonetos que ella recita y avienta a la mar antes de sumergirse. Poesías que incluso, han llegado a las manos de don Filomeno de Jesús, un pescador que encontró una de esas hojas cerca del arrecife de Tormentos. Después de descubrir que la hoja estaba grabada por mensajes, decidió conservarla, mientras empalmaba su mirada al mar para visualizar cómo pedirle a su joven esposa, Lourdes, que le perdonara su infidelidad con una mujer diez años mayor que ella. Entre el destello del recuerdo, descubrió una máscara para bucear flotando entre el hálito dorado del atardecer. El 20 de abril del año pasado, don Filomeno encontró a 6 buzos desaparecidos en el norte de la isla. Buzos que se habían perdido después de que Anita, su barco de exploración, se les extraviara en las fauces infinitas del océano.
Filomeno va cada fin de semana a escuchar poesía en la voz de Denisse, y con el ritmo de su prosa, imagina si el paso de las olas tiene algún patrón. Doce segundos son los que él ha contado entre ola y ola. Doce segundos en que el verso, los tatuajes y el agua, respiran y fecundan a un continente azul.
En la Ciudad de México hay 12 mil 600 kilómetros de tuberías por las que circulan aguas negras, un ungüento pegajoso que arrastra los desechos de la megalópolis. Allí van sumergidos televisiones, cabezas de cerdo, condones y hasta cuerpos humanos. Julio César Cu Cámara es el único buzo por el que sabemos que todo ese universo existe, una dimensión creada nada más y nada menos que por la ciudadanía, aquella que tiene el vicio cultural de tirar basura. De pensar que al sacar de su vista un horno de microondas o una colilla de cigarro, significa que se va esfumar, que va a desparecer del entorno por arte de magia. Esto, por supuesto, no pasa; más bien acaba formando un estuco impenetrable mezclado con más del 80 por ciento de las 17 mil toneladas de desechos que terminan en el drenaje profundo de la ciudad y que impide que las aguas negras tomen su curso para evitar inundaciones en la superficie.
Julio toma su casco de acero y bronce completamente hermético que pesa unos 10 kilogramos, se embona un traje al cuerpo de tres centímetros de grosor, toma sus guantes antiácidos y después lo conectan con “la línea de la vida”: una manguera que lo monitorea mientras le hace llegar aire que va respirando durante la inmersión.
Cuando comienza a llegar oxígeno dentro del casco de Julio, él hace un rezo y bendice sus manos que serán las guías para hacer su trabajo y regresar a casa. Todo en su valerosa aventura es a tientas. Es por eso que cierra los ojos para no forzar la vista dentro de un abismo absolutamente oscuro, donde la luz no puede penetrar, donde está todo aquello que nos define, pero que no queremos ver. Julio destapa esos acantilados que somos.
En la manguera que le da oxígeno hay una inscripción que dice: “Lucía”. Julio explica que etimológicamente, este nombre tiene una gran cercanía con el término latino lux –luz–. Es, tal vez invocándola, la manera de ver entre el tóxico basurero sumergido. Una especie de Bayas, la ciudad romana sumergida donde se le daba lugar al ocio hedonístico, a los lujos y a la corrupción. Julio ve todo eso, debajo de nosotros, con objetos que van marcando el rastro de una ciudadanía decadente e indiferente al civismo.
Lucía da oxígeno y ojos a Julio, y sin que haya la intención por parte del buzo y de su equipo, parecería un llamado a santa Lucía de Siracusa, mártir cristiana de la provincia romana de Sicilia. La patrona de los ojos. Una leyenda medieval dice que cuando Lucía estaba en el tribunal acusada por terribles agresiones, aun sin ojos, seguía viendo.
Julio avanza por la oscuridad, con los ojos bien apretados, los párpados igual de herméticos que su casco. Mira con la sensibilidad de todo su cuerpo. Él lleva a la luz que penetra dentro de los aceites ciegos.
En Veracruz hay pequeños cuerpos cayendo sobre el agua, son niños y jóvenes que van como poderosos alfiles que perforan un tablero líquido y gris. Les dicen los “Pescadores de Monedas”. Aquellos que, a un lado del Malecón de Veracruz, van aventándose de barcos y del propio andador para encontrar dinero que lanzan personas de los más diversos países para atestiguar sus destrezas. Son torpedos humanos que afinan todos los sentidos para no perder de vista el brillo del metal y “perrearlo” como le dicen a la manera en que persiguen la moneda hasta atraparla con la mano y volver a la superficie para mostrarla y dar cuenta de su virtud para hallarla dentro de un pajar de agua y corrientes de aire.
Fabiola, “La Fabulosa”, es una de las pocas mujeres “Pescadoras de Monedas” que, elegante como delfín, entra en el agua inmediatamente después de que el metal es lanzado a la mar, produciendo ese sonido tan particular de una uña que latiga el cuerpo de una moneda haciéndola resonar. “Fabulosa” quiere ser mejor que una leyenda urbana llamada “El Palícano”, un joven que a los 25 años sacaba todo lo que le aventaban al océano, fuera una moneda de 5 centavos, un crucifijo o el aro de un llavero. Dicen que era así de bueno porque su abuelo lo ponía a entrenar con un centenario que le habían heredado. Así, sacando joyas y monedas, dicen, pudo comprarse un Chevrolet Impala 1970, con el que pudo irse a los Estados Unidos y tener un negocio prominente de mariscos.
“La Fabulosa” es un apodo que le puso el “Chavita” porque reúne su pasado y su presente: antes limpiaba pisos en un motel con un aromático detergente (Fabuloso). Hoy es una de las mejores busca-tesoros del puerto. Esta sirena mulata tiene un ritual antes de ir al malecón para perseguir monedas. En un trapo, lleva pintadas dos imágenes de la virgen de Guadalupe. Una por cada ojo, en exacta dimensión para que queden delante de cada párpado. Es como ponerse un paliacate antes de romper una piñata. Fabiola se amarra ese paliacate y le hace un fuerte nudo que contrasta con el lacio y rojizo cabello quemado por el sol, así se priva de la vista por cerca de tres horas continuas. Según su creencia, eso le ayuda a que cada vez que va al malecón, tenga en los ojos la hipersensibilidad requerida para detectar el brillo de las monedas en lo profundo o aun dentro del destello del sol que se empalma en la superficie como polvo de estrellas.
Cuando “La Fabulosa” tiene el paliacate en los ojos dice que ve la imagen de la Virgen Morena, que brilla como el rayo de sol más violento sobre un espejo. “Ese brillo es como una esperanza, como un llamado a la vida, eso siempre me lleva a encontrar las monedas”. Para Fabiola una moneda que le lanzan al mar es atrapar un mensaje de la Guadalupana, aferrarse al brillo para seguir viviendo en un mundo de anzuelos y sombras.
Luis Alberto González Arenas es curioso genéticamente, viajero, bohemio y obsesivo. Trata, cada vez más, de vivir en la República del Momento Presente. Es fundador de RIP, agencia de periodismo, relaciones públicas y exploración cultural. Ha trabajado como editor y escritor en publicaciones de arte y música; en Real Madrid TV y hasta de promotor cultural en la India. Vive para crear y crea para vivir. Detesta la injusticia, defiende la nobleza y hurga en sí mismo todos los días para evolucionar su sentido común. Es idealista, pero toma varios chochos de realidad todos los días; está orgulloso de ser mexicano, pero decepcionado del conformismo en algunos de sus paisanos ante decisiones clave. Le apasiona la política, la música y el futbol, cree en el amor de condominio (hay pa’ todos). Gusta de correr, cree en las coincidencias, toca la guitarra y lee. La persona que más le desespera en la vida es él mismo. Su palabra favorita es “gracias” y gusta de pensar que a esta vida se viene a vivir, no a sobrevivir.