Escuchar la música de Loli Molina significa viajar al pasado a encontrarse con recuerdos y, de alguna manera, ansiar nuevos momentos. Nacida en Buenos Aires, María Dolores Molina hace música que contagia un sinfín de emociones, con un estilo folk acústico que muchas veces no necesita más que una guitarra y su propia voz. Loli ha colaborado con grandes artistas como Fito Páez, Kinky y Julieta Venegas, evolucionando con cada canción que compone y cada disco que lanza. Su música inspira calma y su voz refuerza cualquier melodía, dejándonos con ganas de escucharla más veces y con un volumen más fuerte cada vez.
¿Cuándo te encontraste tocando música por primera vez? ¿Dónde comienza todo?
Todo comenzó cuando era muy pequeña. No vengo de una familia de músicos ni de artistas, pero siempre tuve una conexión muy especial y particular con la música. Mi madre se dio cuenta y me regaló mis primeros instrumentos, fomentando que estudiara desde muy temprana edad. A los 6 años estudiaba piezas de Beethoven y Mozart en piano y aprendía lenguaje musical con una maestra muy amorosa. Desde entonces, siempre estuve en contacto con la música, ocupando distintos roles. La música ha sido mi maestra, mi guía, mi compañera, mi amiga y ahora también es mi oficio y mi trabajo.
¿Qué deseas transmitir a través de tu trabajo hoy en día? ¿Es lo mismo que querías expresar cuando empezaste?
A la hora de hacer este último disco, Rubí, y de presentarlo en los conciertos, lo único que me preocupa poder transmitir es la verdad. La verdad de lo que me esté sucediendo ese día o de lo que esté sintiendo en ese momento. Algunas veces tengo conciertos y ese día estoy triste o apenada por algo, o eufórica o muy contenta, y creo que quien viene a escuchar la música merece mi verdad, sea la que sea. En relación al disco, y a los discos en general, me gusta considerarlos como fotos de un momento específico, casi como instantáneas, como Polaroids, y en ese sentido, pienso que está bien trabajar sobre el material, pero también no perder de vista que tiene que ser honesto y fresco, sin demasiada manipulación. Siempre estoy mutando, pero nunca sé en qué me voy a transformar, entonces más vale que quede registrado eso que en ese momento soy. Cuando empecé, era muy chica y no tenía esto tan claro, lo que me generaba mucha presión interna de “hacer las cosas bien” y no tanto por lo que yo sentía adentro. Eso se fue relajando con el tiempo y es por eso que considero Rubí como mi primer disco, porque está hecho desde un lugar de mucha convicción, honestidad y conciencia.
¿Consideras que una formación académica en la música es necesaria?
Sí y no. A mí la formación académica me dio la posibilidad de encontrarme con maestros increíbles, de profundizar en montones de cosas y de sistematizar un poco ciertos conocimientos que tenía volando por ahí. También en un momento me agobió y necesité salirme de ese esquema, pero es mucho más lo hermoso que me dio que lo tedioso. Hay mucha gente que aprende sin maestros, sin escuelas y sin libros, y otros que sí, y eso no los hace ni mejores ni peores músicos. Yo pienso que como en la comida –un poquito de picante, un poquito de dulce, un poquito de salado– es bueno transitar por muchos lugares y tomar de cada lugar lo más nutritivo para uno.
¿Es más complicado conectar con otros países hispanohablantes fuera de Argentina? ¿Cómo lidias con los cambios culturales al escribir música nueva o hacer tours?
Hoy en día, gracias a las redes, las distancias son mucho más cortas que hace unos años. Conectar es algo inmediato, creo que lo difícil es poder llegar, organizar los vuelos, las giras, que los números cierren. De a poco siento que hay cada vez más políticas de intercambio entre los países que permiten que los músicos podamos viajar. Estoy muy entusiasmada con la idea de visitar todos los países de Latinoamérica tocando, y de a poco se va dando; en la segunda mitad de este año tocaré en Perú y Brasil; y vuelvo a Chile y a México. Sorprendentemente no me he encontrado con resistencias ni grandes diferencias en la escucha de mi música en estos viajes. En Argentina, tenemos una manera muy distinta de hablar, el “vos” en vez del “tú”, y en general, un modo mucho más imperativo en la comunicación que en el resto del continente, pero la música y la poesía son universales y siento que mi música llega igual a quienes tiene que llegar. Haberme encontrado con otras culturas e idiosincrasias tan receptivas me nutrió profundamente, y por supuesto, ya no puedo pensar en mi música como una música insular o solo de mi ciudad, sino como una música universal, y eso es muy inspirador.
¿Cómo fue tu experiencia con Kinky en México?
Fue mágica, maravillosa, muy especial. Estoy muy agradecida con los chicos, son personas hermosas y han sido muy generosos conmigo. Antes de conocerlos, nunca había venido a México y siento que de alguna manera ellos me regalaron la llavecita para entrar a este hermoso país en el que descubrí muchas cosas de mí misma y gracias al cual siento que crecí mucho.
¿Cómo describirías tu estilo musical?
Ecléctico, como una gran licuadora de todo lo que escuché, vi y sentí por ahí. Tiene sus bases en la guitarra y en la poesía y también en lo místico y lo que viene del mundo de los sueños. No me gusta pensar demasiado en la música, prefiero que me sorprenda. Es un output poco premeditado, que tiene más que ver con una síntesis inconsciente de todo lo que me rodea. A algunos les gusta decir que hago folk, pero vaya a saber uno. Nombra algunos de tus grandes ídolos musicales. Joni Mitchell, Egberto Gismonti, Sting, Michael Jackson, Cuchi Leguizamón, Juan Quintero, Bach, Felix Mendelssohn.
¿Qué podemos esperar de ti en un futuro cercano?
Tengo pendiente editar un libro de poesía que estoy corrigiendo, sigo girando con Rubí y ojalá pueda visitar cada vez más países y tocar en lugares cada vez más bonitos. Me gustaría hacer un disco de música instrumental en algún momento, y quiero abocarme a otros proyectos creativos que involucren la fotografía y la cocina. De todo aprendo, y todo me hace crecer.