Allí está Sergio, esperando cambiar su estatus migratorio: de residencia temporal a residente con permiso de trabajo. Vino de Cuba hace cuatro años, a los 41. Dejó su querida Habana y con ella sus memorias de niño, adolescente y estudiante universitario de Medicina. Tras graduarse de médico general, Sergio quiso especializarse en anestesiología; dice que tranquilizar a la gente para que no sienta dolor es “un arte de conocimiento preciso.
Durante la última década del gobierno de Fidel Castro, Sergio sirvió en Venezuela, en Barquisimeto, capital del estado de Lara. Lo mandaron como médico mientras estaban las llamadas “misiones sociales” en cooperación con el gobierno de Hugo Chávez. Cuba enviaba doctores, enfermeros, optometristas, técnicos y odontólogos, y Venezuela proveía de petróleo a la isla.
Cuando Sergio estuvo en Sávila, uno de los barrios más violentos y marginados de la provincia, una señora de 84 años con problemas de hipertensión y una grave descalcificación en los huesos, llegó al consultorio y le dijo: “Si me curas, juro que rezaré porque encuentres el amor que te lleve a casa”.
El médico, rió con optimismo, “¡que Dios la escuche!”, le dijo bromeando, para después hacerle a su paciente, Ana Manuela, un programa con diuréticos, vitaminas, ejercicio y dieta alta en calcio. A los pocos meses, la señora sentía que revivía desde los huesos. Entonces fue a ver a Sergio, lo abrazó y le regaló un burrito, de esos que son parte del paisaje de los nacimientos católicos que año con año se ponen en tantos hogares latinoamericanos. Un burro que siempre aparece echado al lado de María y José, siendo testigo del nacimiento del niño Jesús y que, a veces, hasta es más pequeño que el llamado “rey de los cielos”.
“La señora Manuela me dio ese burrito de yeso porque era lo único que podía darme, para ella era de alto valor emocional, a veces, cuando la profunda pobreza que la aplastaba la dejaba cocinar algún guiso, me compartía un poco, pero no había tanta fortuna siempre”.
La anciana tenía esa figurilla heredada de sus padres y decidió dársela a Sergio en agradecimiento por su gran mejora de salud. “Este burrito te va a cuidar y te va a sacar de aquí, lento, pero te va a sacar”, le dijo al médico.
Desde aquel día, Sergio conserva el animalito de yeso como si fuese un diamante, lo lleva a todos lados, es el primero que pone en la maleta de viaje y el que saca primero para posarse en algún lugar notable del cuarto rentado. Para Sergio es crucial encontrar un buen sitio donde su burrito pueda sentirse cómodo.
“Cada vez, le pedía que me llenara de paciencia para volver a casa. No era fácil estar tanto tiempo de servicio en Venezuela, vigilados, con salarios minúsculos y condiciones de vida muy limitadas”.
NO ES FÁCIL SER MIGRANTE EN MÉXICO, HAY QUE METERLE MUY FUERTE, CUES- TA MUCHO ACOPLARSE A ALGO TAN DIFERENTE A LO QUE UNO HA VIVIDO, SOBRE TODO EN LA ISLA.
Sergio iba a comprarle paja, flores y heno al burrito para rodear- lo de alegría en su altar. Al lado de la figura, ponía fotografías de su familia y de lugares a donde él quería ir, entre ellos México, allí tenía a su hermano mayor, Rafael. Su sueño era llegar a este país con la mira en cumplir otro: ser parte de la organización Médicos sin Fronteras.
Después de cinco años, cumplió la misión en Venezuela y pudo regresar a La Habana, de allí, su hermano, bien establecido en México, hizo los trámites necesarios para que Sergio viajará a tierra mexica.
Llegando, Sergio hizo mil mala- bares: “No es fácil ser migrante en México, hay que meterle muy fuerte, cuesta mucho acoplarse a algo tan diferente a lo que uno ha vivi- do, sobre todo en la isla. Aunque hablemos el mismo idioma, hay un mundo de diferencia, aquí se vive el capitalismo y siendo una ciudad tan grande hay mucha inseguridad y corrupción; es lo que hay”.
El médico había estado tocando puertas para que le dieran oportunidad de dar consultas aunque fuese en los consultorios de las farmacias que proveen este servicio, pero no lo contrataban porque aún no tenía los papeles en regla, y cuando los tuvo, vio que había demasiado abuso hacia la gente:
“La consulta la cobraban a 35 pesos, pero teníamos la instrucción de vender cuando menos 200 pesos de medicamentos de la farmacia. Por supuesto, la gente no es tonta y termina por irse ca- breada, pero no con la farmacia, sino contigo. Tu reputación se va mermando”, me cuenta.
A pesar del agobio, después encontró un trabajo de temporada, le parecía bien pagado. Ocho mil pesos por dos semanas en un centro comercial de Lindavista.
¿Y en qué trabajaste? “Fui Rey Mago, dos años consecutivos”, me contesta. Resulta que mientras el médico caminaba con la cabeza hundida entre los hombros por calzada de Tlalpan, un chico lo detuvo para invitarlo a trabajar de Rey Mago, y como Sergio es mulato, lo consideraron el candi- dato perfecto para ser el monarca africano: Baltasar.
La oferta le dio miedo, “podía ser una treta para robarme o dejarme con la esperanza vestida y alborotada”. No fue así, le ofrecieron un contrato formal y dinero por adelantado; a la semana, ya le habían dado sus túnicas coloridas para personificarse. De hecho, Sergio, lo tomó muy en serio, iba a los cafés Internet para documentarse acerca de aquel Rey Mago moreno. En realidad, esa tradición se ha ido desgastando en Cuba, no porque las tradiciones hispano-antillanas se estén perdiendo, sino que no todos tienen el recurso económico para dar los regalos que sus niños piden a puño y letra en sus cartas. Aun así, los padres hacen suertes creativas para dar a sus hijos algo que, aunque lo construyan con sus propias manos, le da un valor único.
El anestesiólogo descubrió que en la Edad Media hubo un afán por relacionar a los tres Reyes Magos con los continentes conocidos hasta ese momento: Melchor re- presentaba a Europa, Gaspar a Asia y Baltasar a África. “En épocas anteriores, a la Iglesia no le gustaba demasiado esa interpretación de Baltasar, porque el color negro estaba relacionado con satán”, dice, mientras reconozco que ha hecho bien su tarea.
Sergio terminaba con los ojos rojos por el flash de las, al menos, 200 fotos que se tomaba al día. “Le volví a pedir paciencia a mi burrito”, cuenta.
El médico empezó a hacer amistad con Melchor, algunos renos y con Lizeth, una chica que hacía de duende de su amigo Emanuel, que personificaba a Santa Claus.
“Yo era una elfo; cuando terminó la Navidad fui a entregar mi disfraz y me encontré con algunos amigos que después me presentarían a Sergio, quien, sien- do cubano, fue directo en eso del ligue. De allí salimos a comer, él con túnica y yo con las medias de rayas rojas y un sobrero de duende enorme en las manos”, dice riendo. Cuando Lizeth lo conoció mejor, vio la devoción que su nueva pareja tenía por el burrito; llegó a considerarla como “ridícula”.
“Comencé a creer en los poderes del burro, aquel día en que la oficina de la Unicef en México organizó un evento para recaudar fondos para la inmunización de niños en situaciones de pobreza extrema; a ese evento llevaron a los Reyes Magos para amenizar, entre ellos a Sergio, que ya le decían el Dr. Baltasar. La sorpresa era que Médicos sin Fronteras, era coorganizador”, cuenta Lizeth.
En aquella ocasión, Sergio aprovechó para conversar con la Dra. Ximena Campos, miembro de la ONG, quien le dijo: “Ir de voluntario médico es lo mejor que puede pasarte en la vida”.
El Dr. Baltasar está a punto de irse cuatro meses de voluntario a Yemen, esta vez no llevará el burrito. Ían, crece dentro de Lizeth y la figurilla se ha que- dado a cuidarlos. Sergio llegará a tiempo a su propio pesebre para conocer al niño, quien, para la duende de Santa Claus y el Rey Mago, ya es el rey de los cielos.
Texto por: LUIS ALBERTO GONZÁLEZ ARENAS
Es curioso genéticamente, viajero, bohemio y obsesivo. Trata, cada vez más, de vivir en la República del Momento Presente. Es fundador de RIP, agencia de periodismo, relaciones públicas y exploración cultural. Ha trabajado como editor y escritor en publicaciones de arte y música; en Real Madrid TV y hasta de promotor cultural en la India. Vive para crear y crea para vivir. Detesta la injusticia, de ende la nobleza y hurga en sí mismo todos los días para evolucionar su sentido común. Es idealista, pero toma varios chochos de realidad todos los días; está orgulloso de ser mexicano, pero decepcionado del conformismo en algunos de sus paisanos ante decisiones clave. Le apasiona la política, la música y el futbol, cree en el amor de condominio (hay pa’ todos). Gusta de correr, cree en las coincidencias, toca la guitarra y lee. La persona que más le desespera en la vida es él mismo. Su palabra favorita es “gracias” y gusta de pensar que a esta vida se viene a vivir, no a sobrevivir.
Ilustración por: VICTOR SOLIS
Sujeto sensible al cambio climático, cartonista profesional desde los 15 años, egresado de la Nacional de Artes Plásticas, padre de Julián, autor de Verde Monero y Centígrados y Paralelos, con participación en decenas de medios impresos y con varios proyectos editoriales, artísticos y humorísticos en incubación.