Sin duda alguna, el movimiento del arte urbano ha sido gigantes- co alrededor del mundo durante las últimas décadas. Desde sus años tempranos del grafiti vandálico en Nueva York, con representantes como Haring, Futura y Basquiat haciendo sus “tags” en vagones del metro y fachadas de edificios, en tiempos más recientes los murales monumentales de Shepard Fairey y parques de diversiones producidos por Banksy son acogidos positivamente por gobiernos, marcas, desarrolladores y organizaciones internacionales. Pero, ¿qué es lo que nos asombra tanto de este movimiento artístico postpop? ¿Hacia dónde se dirige? ¿Es un movimiento artístico genuino o es solo cultura callejera?
En un inicio, el grafiti nació como una voz iracunda que ayudó a definir a una generación impactada por los movimientos políticos de los 70 y 80, de la mano de otras manifestaciones culturales como el hip hop, los cómics, el skateboard y los tatuajes. Un movimiento que creció exponencialmente –e ilegalmente– en las calles de las ciudades más grandes del mundo, lo cual, por obvias razones, irritó a gobiernos y ciudadanos por su presencia invasiva en espacios públicos.
Sin embargo, como cualquier otro movimiento cultural, este evolucionó en diferentes vertientes. Ya que este artículo está limitado en espacio, omitiré algunos detalles de la transformación del arte urbano y saltaré directamente a los primeros años de los 2000. En el nuevo milenio, el
movimiento se volvió “no amenazante” y fue de cierta manera legalizado por aquellos que antes lo criticaban, así como rechazado por los “puristas” que provenían del mismo contexto del grafiti.
El arte urbano alcanzó una transición única hacia la aceptación, gracias a los artistas que experimentaron con diferentes formatos y que poco a poco contribuyeron a otorgarle validez ante muchos ciudadanos y críticos. Formalmente, se convirtió en un movimiento artístico creado desde el contexto tradicional de espacios de exhibición, pero usando las calles para aumentar la relevancia de su estética, lo cual permitió a los artistas provocar al espectador sin estar confinados al espacio galerístico, exhibiendo una libertad implícita como valor fundamental.
Una de las principales características del arte urbano es la facilidad con la que la gente está expuesta a estas las obras de arte, no solo físicamente, sino también virtualmente, gracias a su reproducción masiva en plataformas del Internet. La simple y democrática posibilidad de diseminar –con tan solo un click– la obra de arte creada en la calle, sostiene lo que Marc y Sara Schiller, del Colectivo Wooster, afirmaron: “El arte urbano es verdaderamente el primer movimiento artístico global impulsado por el Internet”.
Todo esto llegó cuando museos y galerías prohibían a sus visitantes tomar fotos de las obras de arte, mientras que el arte urbano proveía la libertad de interactuar con las piezas de todas las maneras que el espectador pudiera imaginar.
Pero la pregunta real es: ¿el arte urbano es realmente un movimiento artístico? Bueno, tiene mu- cha esencia de sus predecesores, como Martin Irvine, de la Universidad de Georgetown, menciona en un capítulo de The Handbook of Visual Culture: “Como el [arte] Pop, el arte urbano desestetiza al ‘arte elevado’ como una de sus muchas materias primas y va más allá al estetizar zonas formalmente fuera del espacio artístico”.
Como el pop de mediados de los 50, el arte urbano nació como parte de una revolución cultural. El arte pop desafió movimientos artísticos previos al usar imágenes de los medios masivos para reflexionar sobre la ironía, banalidad y masificación del estilo de vida de esos tiempos. Al principio, la originalidad artística de la obra de arte fue desafiada por su reproducción masiva, lo cual era uno de sus valores fundamentales.
En su momento, artistas como Roy Lichtenstein, Richard Ha- milton y Andy Warhol incorporaron elementos de la cultura pop en el contexto de las Bellas Artes. Hoy, artistas como Vhils (Portugal), JR (Francia), Swoon (Estados Unidos) y Osgemeos (Brasil) usan el espacio público para experimentar con su arte, pero este no necesariamente los define. Las calles han sido, por bastante tiempo, un medio por el cual las instituciones artísticas han sido desafiadas a escuchar a la nueva generación de artistas que poco a poco trasladan sus manifestaciones a espacios de exhibición tradicionales.
Hoy en día, una nueva generación de creadores que creció en el movimiento del arte urbano, pero que está formada en instituciones de Bellas Artes, no solo está deseosa de continuar el lega- do de sus predecesores, sino que lo están llevando al siguiente nivel. Con la libertad aprendida en las calles, se están apoderando de galerías y museos.
Artistas como Sten Lex (Italia), 2501 (Italia), Felipe Pantone (Argentina), Ever (Argentina), Aakash Nihalani (Estados Unidos) y Smithe (México) reafirman la madurez de una generación que experimenta con la interacción social de sus obras de arte público y no tiene miedo de traer el caos del post-Internet y la rebeldía de las calles a las Bellas Artes.
Texto por: Victor Celaya
Victor Celaya es cofundador de ARTO, una compañía que usa el arte y el diseño como parte fundamental de su acercamiento a la oferta de soluciones, estrategias, productos y servicios de sus clientes. También es cofundador de Celaya Brothers Gallery y la plataforma All City Canvas. Victor tiene una Maestría en Política y Medios Masivos de Comunicación por la Universidad de Liverpool (Reino Unido), estudios de postgrado en el Sotheby’s Institute New York y recientemente fue reconocido con el Latino Entrepreneur Leaders Program de la Universidad de Stanford. Instagram/twitter @vhcelaya