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“Pasajes de luz”, un retorno a la contemplación meditativa

El arte contemporáneo, sobre todo el conceptual, está hecho para manifestar una idea o crítica. Las piezas requieren una explicación; necesitan ser pensadas y procesadas por el espectador. Asimismo, existen múltiples capas de apreciación estética. Hay espectadores a los que solo les interesa darle una lectura superficial; otros se interesan más por la ejecución, la producción y el montaje, mientras que algunos se inclinan por encontrar el discurso que hay detrás de la obra de arte.

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James Turrell Ganzfeld “Aural”, 2018 © James Turrell
Foto: Florian Holzherr

Desde mi punto de vista, el arte es una manifestación de la expresión humana dispuesta para ser experimentada por nuestros sentidos y no para racionalizarla. Por eso, hablar de arte carece de sentido, porque nunca vamos a llegar a la misma conclusión y, si lo hiciéramos, sería porque alguien impuso su opinión o visión.

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James Turrell Accretion Disk, 2018 © James Turrell
Foto: Florian Holzherr

Ese el dilema con el que se encuentra la crítica de arte, que por una parte tiende a ser una copia de los comunicados de prensa, los textos de sala de las exposiciones y, si no, contiene argumentos destructivos respecto al cuerpo de obra del artista. En ese sentido, la crítica de arte se ha vuelto una reproducción de la información que está al alcance de cualquier espectador o un texto repleto de argumentos negativos que no hacen más que confundir y distanciar al espectador de la obra de arte.

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James Turrell
Apani, 2011
De la serie Ganzfeld © James Turrell
Foto: Florian Holzherr

No obstante, el problema con el arte contemporáneo –principalmente con el arte conceptual– es que resulta incomprensible para la mayoría de personas; por eso, el artista tiene que explicar su obra para justificar lo que hace. El conflicto que hay cuando se habla de arte es que no solo se pierde el contacto directo con la obra y su materialidad, sino que además dejamos de apreciarlo y experimentarlo con todos nuestros sentidos para comprenderlo únicamente racionalmente; es decir, dejamos a un lado la parte sensorial para enfocarnos en lo racional por intentar descifrar el concepto que hay detrás de la obra y el discurso estético del artista, cuando en realidad su interpretación debería de estar abierta al espectador, como afirmó el filosofo Umberto Eco en su ensayo Obra abierta (1962).

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James Turrell
Rondo (Blue), 1969
De la serie Shallow Space Constructions © James Turrell
Foto: Florian Holzherr

La obra abierta es una propuesta estética que delinea una nueva dialéctica entre obra e intérprete. Una obra de arte es un objeto producido por un autor que elabora una trama de efectos comunicativos de modo que cada posible espectador comprenda la obra. Cada espectador tiene una concreta situación existencial, una sensibilidad particularmente condicionada por la cultura a la que pertenece y determinada por los prejuicios, gustos e intereses personales, de modo que la compresión de la obra de arte se encuentra determinada por una perspectiva individual. En ese sentido, una obra de arte completa y cerrada es, asimismo, abierta por la probabilidad que tiene de ser interpretada desde tantas perspectivas como individuos hay en el mundo.

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James Turrell Wedgework V, 1974 © James Turrell
Foto: Florian Holzherr

Asimismo, hemos perdido la capacidad de observar por nuestra obsesión por querernos fotografiar con las obras de arte y subirlas posteriormente a las redes sociales; al hacerlo, inmediatamente pierden su aura, como ya lo había advertido el filosofo alemán Walter Benjamín en su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936). El aura no solo es aquello que hace única a cada obra de arte, sino es lo que la mantiene atada a su aquí y al ahora; es decir, al presente. Al enterarme de que no se permitía tomar fotos en la exposición “Pasajes de luz” de James Turrell en el Museo Jumex por petición del artista, no puede evitar pensar en lo que dijo el filosofo alemán. Cada obra de arte es única porque tiene un tiempo y un espacio determinado que sigue un trayecto a partir de su creación, por eso aunque existan reproducciones suyas, no puede haber una que recorra su trayecto espacio-temporal, porque al hacerlo no solo pierde su aura, sino que nos distancia de su verdadera esencia.

Después de que una exposición tan socorrida como la de “Apariencia desnuda. El deseo y el objeto” (un diálogo entre el padre del arte contemporáneo Marcel Duchamp y el artista vivo más cotizado del mundo, Jeff Koons) rompiera récords con aproximadamente medio millón de visitantes, esta exposición parece ser una propuesta contracultural de parte del curador Kit Hammonds, quien afirma que el hecho de que no se permitan tomar fotografías no se debe a una cuestión de derechos de autor, sino a una petición del artista para que no se altere la percepción de la luz y, sobre todo, para que ningún dispositivo se interponga entre la obra y el espectador.

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James Turrell
Apani, 2011
De la serie Ganzfeld © James Turrell
Foto: Florian Holzherr

A pesar de que esta veneración de la obra de arte dejó de tener importancia en un mundo globalizado, saturado de imágenes y sumergido en los medios de comunicación, la obra de James Turrell propone un retorno a la contemplación meditativa de la obra de arte empleando la luz como medio para crear estructuras monumentales que hacen que el cielo y los cuerpos celestes parezcan tangibles para el espectador y den lugar a experiencias metafísicas. El artista norteamericano se caracteriza por realizar instalaciones de naturaleza íntima y explorar los límites de la percepción humana empleando la luz artificial y, en ocasiones, natural para desdibujar los límites del espacio e introducir al espectador en un ambiente en el que predomina el color.

En esta ocasión, el maestro de la luz presenta Ganzfeld (2019), una instalación realizada exprofeso para el Museo Jumex en donde el visitante primero se deberá de quitar los zapatos para sumergirse en un campo de color que no es una pintura ni una escultura, sino un contenedor de luz que cambia de color de manera intermitente provocando un efecto de sobreestimulación en los ojos del espectador. La instalación está diseñada para eliminar la percepción del espacio y provocar nuevas formas de ver. En ese sentido, su obra es un retorno a lo contemplación sensorial que nos invita a reflexionar sobre el tiempo y el espacio, la luz y la obscuridad, el color, su ausencia y los efectos que todo esto provoca en nuestros sentidos. Por ese motivo, no puede ni debe reproducirse en una fotografía, porque son experiencias metafísicas, únicas e irrepetibles que no se aprecian como se deberían por medio de una pantalla, porque se requieren vivirlas físicamente en un espacio y tiempo determinado.

D. Blvd. Miguel de Cervantes Saavedra 303, Granada, Miguel Hidalgo

P. www.fundacionjumex.org

IG. @jamesturell

Escrito por Sheilla Cohen