En la Isla Sur de Nueva Zelanda, una colección de montañas nevadas, pueblos de casitas pintorescas y prados que tocan el horizonte, descansa a orillas de un espejo natural. Se trata de Wakatipu, el lago más largo del país. Ese que, de acuerdo con la mitología maorí, se formó cuando un monstruo enfurecido se tragó gran parte del río Kawarau. Aquí, el agua es capaz de imitar montañas, los caminos son fin antes que medio y las cámaras caen rendidas ante los paisajes de un lago seductor que sabe absolutamente a nada mata carita.
El Wakatipu no es muy conocido por nombre, pero cualquiera que haya visto la primera película de El Señor de los Anillos conoce sus picos nevados y lagunas turquesa. Este lago, además de ser el estacionamiento de yates millonarios de Queenstown, es uno de los más espectaculares del mundo. Y lo de espectacular no es un decir. Aunque la oferta turística de la región incluye desde campos de golf hasta resorts de esquí, el principal atractivo del lago son sus miradores y senderos. No son muchos los lugares del mundo donde las vistas que acompañan un salto en paracaídas son más emocionantes que la propia caída libre, pero el lago Wakatipu es uno de ellos. En los apenas 80 kilómetros que separan al valle de Gibbston del pueblo de Glenorchy se pueden encontrar viñedos artesanales, playas y glaciares vírgenes, marinas presumidas y hamburguesas por las que, en un buen día, la gente hace fila por más de una hora. En todos los casos, lo mejor es el paisaje que sirve como fondo. Ese que, al recorrer las carreteras que bordean el lago, convierte a las cámaras en metralletas. Queenstown
Dicen que Queenstown es la capital mundial de la adrenalina. Y aunque tiene mucho de branding, también tiene mucho de cierto. Aquí se inventó el bungy, una actividad que hasta la fecha compite con el snowboard, el salto en paracaídas y los rápidos para llamar la atención de los adrenaline junkies. El título, que se presume en folletos y souvenirs como una verdad absoluta, es atinado. Después de todo, en Queenstown se puede pasar una semana saltando al vacío sin repetir un solo escenario. Sin embargo, todo lo que el título tiene de atinado lo tiene también de corto. En la capital mundial de la adrenalina la adrenalina está condenada a papeles secundarios. Y no es que el swing más extenso del planeta, con una caída de 160 metros, sea poca cosa. Pero cuando se trata de impresionar, en Queenstown no hace falta velocidad ni caída libre, basta con ir a la playa, perderse en un parque o manejar sin rumbo fijo con las montañas de fondo. El pueblo, con sus menos de 15 mil habitantes, es la versión en vivo y a todo color de la postal utópica alpina. Calles peatonales con banderitas de colores, playas públicas impecablemente limpias, cafecitos crudiveganos que aseguran que ningún conejo fue herido en la elaboración de sus tartas de manzana y una mafia de gaviotas dispuestas a entregar su vida por una migaja, protagonizan las escenas cotidianas de Queenstown. La caricatura, que también se sirve con barcos de vapor de hace un siglo y pájaros que sonríen para la foto, se puede contemplar desde lo alto en el mirador favorito de la ciudad. Bob’s Peak, a un par de cuadras del centro, es una estación de montaña ubicada a 450 metros de altura. Las opciones para llegar incluyen un sendero de montaña que toma una hora y algo de determinación, y una góndola que toma considerablemente más dólares que minutos de trayecto. En la cima, que no escapa a la lógica sinsentido de las tiendas de baratijas caras, se puede practicar trineo sobre ruedas, saltos en bungy y cenas de manteles largos. Aunque en realidad, la vista de 220 grados cumple su propósito de mantener entretenidas a las visitas. Tanto de día, para ver los picos de la cordillera de las Remarkables, como de noche, para ver las estrellas.
De vuelta en el pueblo, las playas de Queenstown Gardens son el escenario ideal para pasar el día en compañía del paisaje. El lago, en el que conviven yates de lujo, motos acuáticas y dispositivos futuristas capaces de transportar personas en calidad de torpedo, tiene zonas súper tranquilas donde se puede estar a solas con el bosque y las montañas. Y el agua, increíblemente clara, es perfecta para nadar. Eso, claro, si no se le teme al frío. Osadía, antes que saltar de un paracaídas o un bungy, es saltar a un lago cuya temperatura promedio es de 10° C. Glenorchy
Este pueblito, a menudo olvidado, se encuentra en la punta norte del Wakatipu, donde el lago se funde con el río Rees. Glenorchy, nombrado en honor al valle Orchy, en Escocia, no es especial- mente popular por sus tiendas de diseño local, galerías de arte o restaurantes. Cuya existencia, considerando una población que no alcanza los 500 habitantes, es ya mucho decir. Lo que hace es- pecial a esta aldea, a la que solo le falta el yodeleo para escenificar las praderas de Heidi, es el par de parques que tiene por vecinos: Mount Aspiring y Fiordland. Considerado como una base ideal para explorar ambos parques nacionales, el pueblo de Glenorchy es un imán para escaladores, fotógrafos y alpinistas que buscan expediciones por glaciares intactos, cascadas escondidas y lagos monteses. Delirios de Jacques Cousteau aparte, el mismo pueblo tiene humedales, senderos y pájaros suficientes como para convencer a los no-tan-intrépidos de adentrarse en la naturaleza sin casas de campaña ni botas alpinistas. El patio trasero de Glenorchy, mucho más grande que el par de cuadras donde se concentran sus casas, es una laguna custodiada por cisnes negros, gansos canadienses y tarros maoríes, una especie de pato endémico de Nueva Zelanda. El Glenorchy Lagoon Walkway, una circuito que ro- dea la laguna completa, se puede recorrer en menos de dos horas. Incluso, aseguran las etiquetas que identifican al sendero como sencillo, con una condición física poco presumible. El camino, resguardado por Mount Earnslaw, una de las montañas más altas del país, compensa su falta de dificultad con paisajes de postal. Por animales peligrosos no hay que temer, ya que a diferencia de Australia, la fauna neozelandesa es inofensiva. Así es que, si las lluvias y el caudal del río mantienen el humedal en sus niveles usuales de agua, el sendero es apto incluso para Clara, la amiga de Heidi.
Blanket Bay
Esta bahía, lejos de todo asentamiento humano, se encuentra en uno de esos lugares donde no hace falta buscar la inmensidad de la naturaleza porque se presenta sola. Bueno, casi sola. Le acompaña, sin afán de robar protagonismos, un lodge de lujo que se esconde entre pinos y lupinos de colores. Rodeado de naturaleza virgen y campos de ovejas, Blanket Bay descansa a orillas de la bahía con la que comparte nombre. Cerca, verdaderamente cerca, no hay nada. Y ese es justamente el mayor atractivo del lodge: la clase de nada donde las estrellas no compiten con luces artificiales para alumbrar la noche, el viento no tiene que gritar para hacer ruido y los atardeceres son más entretenidos que cualquier cosa en la televisión. El hotel cuenta con un spa, un salón de juegos y una sala a la que el calor de la leña hace medianamente tentadora. Y lo de mediano es solo porque, cuando se tiene enfrente un lago que refleja como espejo la cordillera de los Alpes del Sur, no hay nada que una chimenea o una mesa de billar puedan hacer para llamar la atención. La bahía está comunicada con la carretera y el estero del lago con senderos que se pueden recorrer libremente. Los caminos, apenas demandantes, se recorrerían en un par de horas de no ser por la invitación a parar cada tres pasos para ver un pájaro, tomar una foto o contemplar la enormidad de las montañas. La única esperanza que tiene el lodge para competir con la grandeza natural del lago sin suponer una derrota es su cocina. El menú, inspirado en la agricultura y ganadería kiwi, cambia junto con la temporalidad de los productos. Lomo de cordero, codorniz, vegetales del huerto, queso local y filete de venado, son algunos de los platillos que, sin quedarse cortos, maridan tan bien con el vino regional como con el paisaje que tienen de fondo. Gibbston
Al este del Wakatipu, donde el lago se encuentra con el río Kawarau, las tierras cambian los pinos silvestres por los placeres hedonistas. La producción vitivinícola, que en Nueva Zelanda es cosa seria, también está presente cerca del lago. El valle de Gibbston, el más frío y más alto de la región, es famoso por sus Pinot Noir, pero también produce otras variedades como Riesling, Chardonnay y Sauv Blanc, como llaman de cariño al Sauvignon en territorio kiwi. Además, debido a las temperaturas frías del invierno, el valle produce diferentes variedades de cosecha tardía. En el Valle de Gibbston, donde los viñedos no han cedido su esencia rural ante la pretensión propia del mundo del vino, apenas 250 hectáreas están plantadas con vides. Y aunque los números no son enormes, bastan para encontrar la bodega subterránea más grande de Nueva Zelanda. El título, que pertenece a Gibbston Valley Wines, es algo irrelevante. Más que un récord, lo que vale la pena en este viñedo son los vinos, los quesos artesanales y la cocina in-situ con que se maridan. El viñedo, uno de los pioneros en la región, ofrece desde renta de bicicleta hasta recorridos guiados con ca- tas premium. Por suerte para las agendas apretadas, comer en el restaurante no requiere de manubrios ni de guías. El Winery Restaurant, con su nombre genérico, sugiere un restaurante más del montón. Pero no lo es. En especial para los amantes del vino, del queso y de la gula. El menú, diseñado por el chef Mark Sage, busca maridar los ingredientes frescos de temporada con los vinos de casa. El resultado, que promete muchas más calorías de las necesarias, incluye pan hecho en casa, lomo de cordero, queso de cabra al horno, salmón aoraki y suficiente vino como para imaginar montañas acostadas en un lago. O un par de horas después, verlas.
GUÍA QUEENSTOWN
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Blanket Bay
Ubicado a orillas del lago Wakatipu, sobre la carretera que conecta Queenstown con Glenorchy, este hotel es un destino en sí mismo. El lodge, miembro de Small Luxury Hotels, cuenta con spa, sala de juegos y acceso exclusivo a una playa virgen. Para llegar, desde el aeropuerto de Queenstown, es necesario un traslado terrestre que toma aproximadamente una hora.
D. Rapid 4191, Glenorchy, Nueva Zelanda.
T. +64 3 441 0115
Eichardt’s Private Hotel
Esta propiedad, miembro del portafolio de Small Luxury Hotels, se encuentra justo frente a la playa más famosa de Queenstown, en pleno centro. Construido en la segunda mitad del siglo XIX, Eichardt’s es no solo el hotel boutique más lujoso del pueblo, sino el más antiguo. Cuenta con cinco suites, ya sea con vista al lago o a la montaña, una sala disponible para uso de los huéspedes y un bar abierto al público en general.
D. Marine Parade, Queenstown 9348.
T. +64 3 441 0450
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Bespoke Kitchen
Café con menú de desayunos, jugos frescos y postres caseros. Ingredientes locales y de proveedores responsables.
D. 9 Isle Street, Queenstown.
facebook.com/Bespokekitchenqueenstown/
Fergburger
Las hamburguesas más famosas de Nueva Zelanda. Carne, cordero, pollo, venado, tofu, falafel y mucha, pero mucha fila.
D. 42 Shotover Street, Queenstown.
Winery Restaurant (Gibbston Valley Winery)
Cocina local con ingredientes de temporada y maridaje. Terraza con vista al valle y los viñedos.
D. 1820 State Highway 6, Gibbston.
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Ledge Bungy
Salto bungy en Bob’s Peak, la montaña que vigila Queenstown a más de 400 metros de altura.
NZone Skydive
Salto en paracaídas modalidad tándem, a 15,000 pies de altura, a las afueras de Queenstown.
Shotover Canyon Swing
Columpio, tipo bungy, a 109 metros de altura sobre el Cañón Sho-over, uno de los más altos del mundo.