
Desde una parcela a diez minutos de Xalapa hasta una casona en la Juárez. Agüita Fría no nació con la intención de expandirse, pero su sabor empujó esta decisión. Durante seis años, este restaurante se mantuvo como un secreto entre quienes conocían la ruta, el clima y los sabores del campo veracruzano. Hoy, tras medio año en la CDMX, sigue sabiendo a origen.



En su menú, la trucha y el conejo siguen siendo las estrellas. No como guiño folclórico, sino como resultado de una cocina que privilegia el entorno y la temporalidad. El curry de trucha con miel y polen, los tacos de carnitas de conejo o las papas alioli con queso de cabra son los favoritos.



Hay platos que por sí solos valen la visita. El esquite de la casa, con trucha y tocino, reinterpreta un antojo urbano sazonándolo con sabor veracruzano. La coliflor con mole almendrado es fuerte y suave al mismo tiempo, una prueba de que lo vegetal no tiene por qué ser ligero.



Para el cierre, el helado suave de pistache con aceite de oliva y hojuelas de sal deja claro que en Agüita Fría no hay notas al pie. Todo el menú está pensado para no olvidarse.



Detrás del proyecto está Alejandro López. Su conocimiento nace de la práctica, de la observación, del afecto. La cocina fue primero intuición y luego método. La apertura en la CDMX fue una consecuencia casi natural. Una forma de presentarse y medirse en un contexto nuevo sin perder aquello que lo hizo empezar y sobresalir.
El espacio, íntimo y contenido, habla con la misma voz que los platos. Madera, luz tenue, plantas, música que dialoga entre boleros y cumbias. Nada estorba, sino que suma a la calidez del restaurante.


Si bien Agüita Fría no busca convertirse en el nuevo imperdible de la ciudad, es quizá por eso que lo logra. Su llegada a la Juárez no interrumpe su narrativa: la continúa. Lo que nació al borde de un arroyo, hoy corre con la misma calma por las calles de la capital.
D. Londres 54, Juárez, CDMX
IG. @aguita_fria