«Si me quitas el arte no me queda nada». Así, nostálgico pero a la vez claro y seguro, el artista Andrew Myers de 33 años confiesa su condición, su verdad. Este artista busca preservar la belleza y el arduo trabajo humano que conlleva una verdadera obra artística, intenta la perfección a través de la precisión; quiere mantener el equilibrio entre experimentación y ciencia exacta.
A los 15 años comenzó a hacer arte y hacia los 20, y sin previa formación, Andrew daba un tour por el Art Institute of Southern California conocido actualmente como Laguna College of Art and Design. Cuando llegó a un aula donde hacían esculturas, el momento lo abofeteó, allí no tuvo duda que debía entregar su vida al arte.
«Para mí todo empieza con la idea. Un día estaba en la escuela haciendo escultura, viendo un libro de Bernini y Miguel Ángel—es decir, los maestros—; me di cuenta que no tengo suficiente tiempo para hacer así de bueno, para hacer una escultura perfecta de una mujer o una mano de mármol. Supe que para lograr ser artista y ser bueno tengo que ser diferente. Debía tener una idea única y que contenga algo de humanidad para que no haya barreras de lenguaje y que todo el mundo lo pudiese entender. Todo es precisión; si tienes una idea muy buena pero no sabes cómo traducirla en una obra de arte, entonces ésta no llega a serlo. Es concretar la idea cuidando de forma perfecta, hasta el último detalle». Parece que Myers sueña con la perfección, pero algo debe quedar claro primero, ¿ésta existe? «Creo en el intento de la perfección, no creo que un humano pueda ser perfecto, pero se puede intentar, ¿no? Es un camino largo, pero aún me queda toda la vida para hacer varias cosas. El arte es mi vida, no tengo hobbies, lo único que tengo, además de mi hijo y mi familia, es el arte. Pienso y vivo para él».