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Bali

LA CASA DIVINA DE LOS DIOSES BAJO LOS VOLCANES

Entre las islas musulmanas de Java y Lombok, Bali, es una isla creada por los dioses hindúes. En 1597, el capitán Cornelis de Houtman fue el primer europeo en visitarla, el mismo que regresó a Holanda con pocos hombres, ya que los otros nunca quisieron dejar Bali. En los años 30, un grupo de artistas hizo de Bali su lugar privilegiado, una tierra de senderos armoniosos, de escondites y rincones entre naturaleza, templos, volcanes, lagos, y playas paradisíacas. Un lugar que a través de los años continúa conservando su alma mágica e indiscutiblemente, su gente excepcional.

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Al llegar se palpa el olor a tierra mojada, el aire vibra como si fuese el paraíso. Me instalo en el hotel Belmond Jimbaran Puri, alojado en una suite con alberca privada y un jardín adornado con dioses de piedra, rodeada por otras villas en medio de la naturaleza. La piscina principal junto a la playa está rodeada por dos restaurantes que sirven exquisitos platillos exóticos. Y el Spa es la forma idónea de pasar las tardes y vivir en aquel ambiente paradisíaco, sin duda, un regalo de los dioses.

Bali es una imperecedera belleza en medio de vegetación tropical donde el verde claro de los arrozales y la magia de los templos poblados de dragones sumergen al viajero en un hechizo intrigante. La adorable gente hace que uno saboree a Bali con sensualidad con sus sorprendentes sabores. Betutu bebek y nasi goreng, pato asado y arroz con camarones; ikan asem manis, pescado agridulce; o el semur sapi, res estofada con tomate. Son bocados de dioses al paladar, finalizados con frutas tropicales y exóticas como el durian, rambutan, mangostan y el sirsak que abundan siempre en las mesas.

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En cada estancia en la isla mágica disfruto su música y bailes. El gamelan, orquesta de ollas de latón, gongs y metalófonos, componen un sonido melancólico al que las bailarinas acompañan moviendo las manos con elegancia y torciendo los dedos de forma surrealista, cada gesto con su significado. Son numerosos bailes: el barong rodea a sus bailarinas de dragones y monstruos; el lelong y el baris glorifican la guerra; el kebyar, el jauk, el janger y el oleg tambulilingan con su dúo amoroso y el Ramayana que cuenta la mítica historia del poema épico hindú. El kecak hipnotiza al ritmo de las voces de hombres repitiendo con ritmos “chak a chak” en la tenue luz de antorchas, haciendo vibrar el aire. Las ceremonias hindúes adornan la isla, el Wayang Kulit, el teatro de las sombras, es su antiguo arte donde los títeres de cuero actúan a contraluz y cuentan cómo Bima, el poderoso héroe del Mahabharata, desciende al microcosmos simbólico para atacar al gigante demoníaco, bajo el dominio de Durga, la diosa de la muerte.

En Denpasar, la capital, visito su mercado colorido y el Museo de Arte Balinés, disfruto pasear por la playa de Sanur, con su arrecife de corales y aguas tranquilas cristalinas o en la playa de Kuta, la preferida de los surfistas y los hippies de otros tiempos. En el sur, visito la península de Nusa Dua, el lugar más exclusivo y espectacular con aguas cristalinas rodeadas de corales. El templo de Ulu Watu es el rey de esa península, alojado en lo alto de un acantilado, rodeado por un bosque atascado de macacos. Una vista que fascina al ver el templo al borde del precipicio dirigido hacia el infinito del horizonte y las olas como fondo. Me dejo hechizar por el kecak que se presenta al lado, con el sol que desaparece y la silueta del templo como escenario.

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Descubro una y otra vez ese mundo armónico y místico. Alcanzo Bukit Sari, bosque de monos, en Sangeh. Me fascina Mengwi, antiguo y poderoso reino de la dinastía Gelgel, donde admiro el maravilloso templo Pura Taman Ayun, el templo de los antepasados divinizados. Rodeado por un foso de agua y un muro, se compone de capillas, paling- gihs de piedra labradas con figuras de dioses y dragones, Garuda, dios pájaro, y Hanuman, dios mono. Me quedo pasmado observando a las mujeres que acuden llevando coloridas ofrendas de flores y frutas que colocan en los merus o altares. Termino ese recorrido en la costa, en el templo de Tanah Lot, construido sobre un peñón a donde se llega caminando solo cuando la marea está baja.

Paseo por los pueblos encantadores de Ubud y Mas. Mas, cuna de brahmanes, es el reino de los escultores de madera y visito el templo Batuan, con sus altares, estatuas de dioses y pinturas, puerta divina para comunicar con Garuda o Vishnu. Ubud vive al ritmo de los campesinos que exhiben sus gallos de pelea, entre galerías de arte, templos sagrados y restaurantes. El pintor mexicano Covarrubias adoraba la magia de Ubud. Como él, disfruto el sortilegio de los pueblos balineses con sus casas de ladrillos rojos, sus esculturas de piedra gris, sus entradas que parecen dos manos juntas, y el musgo que los cubre por el calor y la humedad constantes.

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La carretera sube como un sendero hacia el paraíso, en medio de selva, palmas de coco, arrozales en terrazas donde el agua corre por canales de riego. Las mujeres de piel dorada se bañan semi-desnudas, y se aprecia lo armonioso que es Bali. Saboreo la visita de Tampaksiring, los legendarios manantiales sagrados que liberan sus aguas límpidas por las bocas de los dragones de piedra en un oasis de templos y selva. Mojo mi cabeza con esa agua bendita, efusión inventada por dioses, hechizado por el misticismo. Alcanzo el cráter del monte Batur de 1,720 m, con su lago interno, los volcanes secundarios, la selva, y las orquídeas en las faldas del volcán, se asoman entre la neblina. Me detengo entre las laderas de plantaciones de café para probar el café luwak, o café de chiveta hecho con los granos que ha comido y digerido.

El este de la isla me lleva a Bangli, uno de los templos sagrados, impresionante por sus esculturas de piedra, y el cual cada balinés visita una vez al año. La carretera sube las laderas del volcán Gunung Agung de 3,140 m de altura y el más sagrado de la isla. Arriba se admira un panorama digno de dioses y finalmente alcanzo Besakik, el más sagrado de todos los templos, a 900 m de altura. Un conjunto de 30 templos en terrazas comunicados por escaleras, puertas partidas y una torre abierta en la mitad, Candi Bentar. Un espacio único que vibra siempre con ceremonias, en donde las mujeres adornan su pelo con flores, llevan blusas amarillas o blancas de encaje y traen ofrendas; mientras los hombres con sus telas de cuadros negros y blancos en la cintura, rezan en los patios de estos templos. Un fascinante festival de colores al sol brillante de la tarde tropical que espanta las nubes negras amenazadoras.

Al bajar hacia la costa, llego a Klungklung, antigua capital del primer reino de la isla, y descubro el exquisito Palacio de Justicia. Ese palacio me hechiza y siento los personajes vivos bailando en mi cabeza como una novela romanesca. Atravesando los campos de orquídeas, los estanques de lotos con sus inconfundibles flores rosadas, mi mente vuela entre dragones y dioses en un nirvana edificado por la isla.

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En el este, pasando por playas de arena negra, alcanzo Karangasem, en las laderas del monte Agung, y en el pueblo de Tirtagangga se abre a mis pasos el jardín encantado de Amplapura Kertagosa. Fue el palacio del rey, dañado por la erupción de 1963, que conserva sus fuentes, estanques habitados por estatuas de dioses y guardianes, puentes con dragones y su alberca de agua natural.

En los últimos días que me quedan en la isla de los dioses, me paseo en bicicleta entre los arrozales, en moto por las carreteras que serpentean las montañas, o caminando por los pueblos. Mi alma vibra al sentirse acompañada por los dioses que encuentran su templo, su altar, sus ofrendas. La música de los rezos habita el aire, los monos se infiltran en mi vida, los caminos llevan del mar a la montaña, y en las noches ceno sobre la arena de Jimbaran, a la luz de las velas, en Menega Café, para degustar los pescados y mariscos o en el Belmond Jimbaran Puri.

Bali es un baúl de tesoros naturales intricados con otros creados por el hombre, una isla soñada por los dioses hindúes. Bali, es un amor eterno que siempre recibe con su dulzura y natural belleza siempre presente.