Es difícil afirmar en qué consiste una verdadera obra de arte porque, para comenzar, es complejo definir siquiera qué es el arte. Sin embargo, existen personas que con sus libros, películas o pinturas logran trascender en nosotros y, entonces, tal vez más importante que saber qué es arte y qué no, es qué puede alguien o algo aportarnos.
En ese sentido, las piezas de Wes Anderson son verdaderamente valiosas, pues ni un solo aspecto queda descuidado. Para empezar, las tramas no solo son originales, sólidas, inteligentes y complejas, sino inmensamente divertidas. Sus personajes, sin importar que sea el concierge de un hotel, una niña de 12 años de edad o un zorro, son refinados y sumamente educados, incluso en las situaciones más caóticas y adversas. Sus diálogos son impecables e ingeniosos y es capaz de, en 190 minutos, hacernos vivir y sentir amor, terror, aventura, suspenso, acción y todas las emociones y escenarios que uno quiera imaginar.
Wes Anderson crea universos en los que cada elemento, visto por separado, es imposible, pero en conjunto, no solo se vuelven factibles, sino reales, porque sus mundos están tan bien construidos que la lógica que generan no nos deja dudar sobre su veracidad. Y uno de los aspectos que contribuyen en gran parte a la creación de estos mundos es la estética del director, que es inimitable y que está conformada por elementos como la paleta de colores, la simetría de las tomas y el uso de objetos y decoraciones vintage.
Cualquiera que haya visto una de sus obras quisiera caminar por los pasillos del Gran Hotel Budapest, probar los pastelillos de Mendel’s, tener una maleta llena de objetos como los que posee Suzy en Moonrise Kingdom o unirse al viaje de los tres hermanos en The Darjeeling Limited. Y tal vez no podemos acceder a ninguno de esos mundos, pero sí al Bar Luce, un café diseñado por Wes Anderson que se encuentra en la Fundación Prada en Milán.
Este pequeño espacio es tan especial como cualquiera de los escenarios del director, aunque con algunas diferencias, pues, en sus propias palabras, es un espacio para la vida real y, por ello, tiene lugares pensados para comer, beber, hablar y leer. Y si bien considera que Bar Luce sería una buena película, cree que es un lugar aún mejor para escribir un buen guion; por ello, trató de convertirlo en un café en el que le gustaría pasar sus propias tardes no ficticias.
Asimismo, Bar Luce está repleto de referencias en su arquitectura y decoración. Como explica la Fundación Prada, el techo recrea una versión en miniatura de la bóveda de la Galería Vittorio Emanuele, que es uno de los edificios más simbólicos de Milán. En cuanto a los asientos, el piso, los muebles y los colores, aluden a la cultura popular de Italia, a la estética de los años cincuenta y sesenta, así como a los emblemáticos filmes Milagro en Milán de Vittorio de Sica y Rocco y sus hermanos de Luchino Visconti.
El menú es igual de exquisito que el resto del lugar, pues además de incluir bebidas como americano, capuccino, latte, tés, tisanas y cocteles, y una magnífica selección de panes dulces, helados y pasteles, también tiene propuestas como el marocchino, el café de cebada o el panino con aceite trufado.
En resumen, ir a Bar Luce no solo es una forma de disfrutar de un cremoso café al estilo italiano, sino de ser parte del universo imaginario de Wes Anderson en una calle tranquila, en una ciudad, en el centro de la realidad.
Escrito por Gracia Ulloa