Libros, libros, libros, hablarme de libros equivale a colmar de pasión el instante. Denme palabras y entonces solo podré hablarles de amor. Al final son las palabras lo único: todo.
Escoger cinco libros para iniciar el año debería ser, teóricamente, tarea sencilla; especialmente cuando se vive entre ellos y decimos ser grandes lectores. Pero al recibir esta emocionante encomienda pasé con una velocidad atroz del terror de no saber qué recomendar, a quererles hablar de todo; del agobio total por no acordarme del final del último cuento que pasó por mis manos, a la tarea imposible de elegir entre estantes infinitos y miles de plumas plagadas de distintos universos y voces. Porque recomendar un libro es como dar un consejo: es plantarse de frente para que todos conozcan aquello que habla de ti o, en cualquier caso, que te habla: representa la gran emoción de mantener un diálogo con el otro, de compartir algo muy personal y ver de qué manera es recibido.
Me gustaría darles mi teléfono; me llaman y vamos por un café, con calma platicamos y elegimos un libro que agite de forma especí ca lo que cada uno necesita, su inicio del nuevo año. Pero no puedo y, en cambio, les daré cinco, solo cinco lecturas que remueven en mí toda clase de emociones y que, con un poco de suerte, encontrarán cabida en todo tipo de lectores, en ustedes: desde los constantes-sin-tiempo, hasta los escépticos, los eternos-viajeros y los voraces.
Les propongo cinco maneras muy distintas de comenzar el año, de aproximarse a la lectura en 2014 o desde ahora mismo. Son libros diversos y contrastantes entre ellos, para que cada lector pueda encontrar su propio inicio, su puerta de palabras. Autores que han despertado en mí toda clase de emociones, palabras que han cambiado mi modo de ver la literatura, de entender el mundo y especialmente de escucharme; un buen libro es aquel en el que las palabras plasmadas por alguien ajeno te son propias, en el que lees aquello que durante años no has sabido cómo decir.
Estas lecturas están íntimamente ligadas por lo intrincado, complejo y maravilloso de la condición humana y todas ellas poseen la facultad de despertar deseos profundos e interrogantes que claman por ser escuchadas… solo hace falta leer con atención: palabras ajenas que cuentan nuestra historia.
EL LIBRO VACÍO
de Jose na Vicens Jose na Vicens fue para mí uno de los mejores descubrimientos del año: ella, como mujer-escritora-mexicana y, claro, su escritura. Vicens fue cronista de toros, editorialista política y guionista de cine; escribió tan solo dos novelas y una de ellas, El libro vacío, le valió el Premio Xavier Villaurrutia en 1958. Ambas novelas, maravillosamente, se encuentran en una nueva edición que publicó recientemente el Fondo de Cultura Económica.
La pluma de Vicens logra plasmar la perfección del instante eterno, la prolongación del diario que nos pertenece a todos, junto a la profunda necesidad por realizarnos: habla del miedo de ser. Con maestría relata lo que significa la pasión por la escritura y así la imposibilidad de la misma. Su libro es la ansiedad de lo cotidiano que en algún momento llega a habitar en todos, pero ella lo colma de instantes hermosos de luz.
LA ELEGANCIA DEL ERIZO de Muriel Barbery
Debo confesar que a esta novela francesa me adentré escéptica. Ahora no solo admiro a su joven escritora y maestra de losofía, sino que he quedado prendada de sus dos personajes, ambos fantásticos y sorprendentemente complejos: por un lado, una señora mayor que disfruta de la lectura de clásicos, grande en todas las acepciones de la palabra; por el otro, una niña brillante quien a los 12 años ha descubierto ya que la vida no tiene ningún sentido. La novela trata, de una manera muy accesible, interrogantes profundas del ser humano, a la vez que retrata la vida como una serie de situaciones terribles que, si miramos bien, se pueden entender sublimes: el siempre en un jamás.
La verdadera inteligencia no tiene por qué brillar en sociedad, alumbra una vida que con la compañía adecuada nunca es solitaria; se encuentra en recovecos en los que se va destilando la tristeza.
LOS PICHICIEGOS de Rodolfo Fogwill
A este libro no habría llegado por mí misma y ahora, después de devorarlo en una mañana, agradezco enormemente su recomendación. Rodolfo Fogwill toca de una forma digerible, con una prosa simple y un lenguaje sencillo, la complejidad del absurdo que se hace evidente en tiempos de guerra.
Ronda el mito de que este libro –que se publicó por primera vez en 1983 y está ambientado en la Guerra de las Malvinas– se escribió, increíblemente, en poquísimos días y, por lo mismo, imprime en cada una de sus páginas la atmósfera bélica de la guerra que retrata. Es a través de esta historia, y usando como tema este conflicto, que Fogwill nos habla sobre la condición que se vive en los momentos más oscuros del ser humano. Nos deja ver su profundidad y su inalterable forma de transparentarse en los momentos más extremos, miserables o álgidos de la vida. La magia está en que lo hace de forma cristalina, sin caer en el melodrama; con perspicacia, sin tomar posturas políticas o moralinas y manteniendo un audaz hilo de humor.
EL ABECEDARIO de Federico Reyes Heroles
Si tan solo pudiéramos controlar la memoria, decidir qué rescatamos del recuerdo de cada persona: cuál olor, cuáles palabras. Si pudiéramos, también, elegir lo que queremos olvidar, la vida sería más simple. Esta es la premisa de Samuel Urquiaga, profesor de Filosofía y protagonista de la última novela –publicada apenas hace un mes– de Federico Reyes Heroles, escritor y comentarista político mexicano. Samuel va por la vida acompañado de los recuerdos de su difunta esposa, Marisol Dupré, los que ocupan todos los espacios vacíos de su cotidianeidad. En esta novela el autor se pregunta: ¿Se puede ser consciente y feliz? y ¿Cómo se sobrevive después de la muerte, cuando la soledad lo abarca todo? Mientras tanto, su personaje, quien vive el duelo de su joven es- posa, enuncia en tono de condena mientras vive un constante ir y venir de los recuerdos: “Aquellos que están solos, quién los acaricia. Nadie. En esas estoy yo, el náufrago. Hasta aquí llegué.”
Recuerdos que son imposibles de poseer a voluntad y que se van recon gurando y convirtiendo en un diccionario que el personaje escribe como diálogo vivo entre él y su esposa. Un artilugio para “alimentar articialmente sus recuerdos”. Mediante de niciones personales Samuel atesora recuerdos para cuando la memoria languidezca y nos va de- velando su concepción del amor cubierta de matices y manifestaciones. Conserva el anhelo de poder, de esta forma, puede sobrellevar la soledad y el vacío en el que se encuentra.
EL ÚLTIMO ENCUENTRO de Sándor Márai
Al nal lo único que importa es la verdad, ¿o no? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a ir por ella? ¿Qué estamos dispuestos a perder por quitar los velos que tenemos frente a los ojos? Es bajo esta premisa que el escritor húngaro nos conduce, con una prosa impecable, a través de una novela magistral y psicológica, la que consigue que todos y cada uno de sus lectores replantee sus posturas y soportes éticos. Dos hombres mayores que se reencuentran después de más de cua- renta años, un secreto y una vida entera; una novela sensible, clara y bien lograda que nos habla de las profundidades e inconsistencias del alma humana: de las tormentas que puede, y efectivamente desata, el amor.
Un libro que al parecer está vacío, siempre esperando ser escrito; una niña que ha descubierto que la vida no tiene sentido, pero aprende a encontrar belleza en las pequeñas cosas y una amistad formada entre dos personas que aún no terminan de sor- prenderme; un grupo de jóvenes librando una guerra que no les corresponde, perdidos en cualquier trinchera; los artilugios y la lucha de un hombre por sobre- llevar la soledad y reconfigurar el recuerdo a su propia manera; la espera eterna a lo largo de una vida vivida con el propósito de encontrar, en un último encuentro, la verdad.
Termino, que de nuevo debo ponerme a leer.
“¡Libros! ¡Libros! Una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pe- dir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras.”
– Federico García Lorca
Texto por Sofía Correa
Ig. @eda.sofia