Me gustaría poder afirmar que no leemos con el único propósito de ser entretenidos, distraídos del tedio o abstraídos del mundo, mediante historias ajenas que constantemente añoramos propias. Leemos también —sí, díganme que sí— para descubrir las posibilidades infinitas de los universos que nos conforman, para confrontarnos con nuestra naturaleza, con nuestro pasado y reconocer así como la luz y las distintas facetas del amor, la oscuridad y el límite hasta el cual somos capaces de llegar en la búsqueda de nosotros mismos.
Francisco Tario, Aquí abajo
Francisco Tario no es uno de los escritores más conocidos de México ya que estuvo al margen de la corriente que imperó en su generación; sin embargo, su obra es indispensable y es por eso que la recomiendo ampliamente. Su novela Aquí abajo, editada en el año de 1943, seguía en el anonimato a la muerte de su autor, pero se salvó del olvido gracias a que fue reeditada hace pocos años. Aquí abajo es una obra de una prosa profundamente clara donde el autor, sin vericuetos del lenguaje y escribiendo desde su propia oscuridad, nos adentra en un universo onírico y un tanto macabro en el que, a partir de la cotidianeidad de sus personajes, Antonino y Elvira, podemos reconocer los cuestionamientos morales y sociales que se gestan en lo profundo del ser y se vislumbran solamente a través de un velo muy delgado en cada uno de nuestros actos. En una lucha contra el tedio, Antonino y Elvira deciden perseguir la libertad a la que se enfrentarán aterrados y débiles. Una vida que aparentemente es inocua se puede ver fácilmente quebrantada por el horror una vez que el esquema social es cuestionado y nos entregamos al desenfreno que pugna, dentro de nosotros, por salir. Una obra que bien podría estar basada en cada uno de nosotros, una novela desesperada en la que impera el significado de la sociedad, la pareja, la muerte y la fe.
En la verdadera literatura las palabras y las historias de otros nos muestran un espejo en el que podemos reconocernos a nosotros mismos: actitudes, sensaciones, decisiones y paradojas que bien han sido parte de nuestra historia o están inevitablemente inscritas en nuestro porvenir. La naturaleza humana se repite como una película continuada y nos encontramos a través del tiempo y en las distintas culturas, viviendo las mismas intrigas, desamores, paradojas e interrogantes. La literatura hace que esto sea evidente y nos confronta con ello.
António Lobo Antunes, Tratado de las pasiones del alma
António Lobo Antunes, escritor portugués contemporáneo, ha escalado al reconocimiento y a las estanterías como la espuma, y a mi parecer, bien justificado, ya que su escritura es de una prosa preciosista y una danza que da gusto. Con un ir y venir de palabras perfectamente bien colocadas, su trabajo te introduce por un río de sensaciones e imágenes del que es difícil despegarse. Una lectura para nada ligera, pero que presenta posibilidades y trayectorias muy diversas, mezclando historias y temporalidades de una forma que, aunque al inicio parezca compleja, después permite adentrarse y navegar en una lectura muy sustancial. En esta novela, que forma parte de una trilogía que tiene como tema subyacente la muerte, António Lobo Antunes nos cuenta la historia de dos amigos de la infancia que se encuentran, después de mucho tiempo, en una situación completamente inesperada en donde los roles y el poder han cambiado de manos. Con una gran tensión y crudeza dramática, pero manteniendo su prosa impecable, el autor nos plantea las “pasiones del alma” en una historia en la que el paso del tiempo ha cambiado todo lo que parecía inamovible: intereses, amistades, amores y aquello que despierta y hace vivir a cada uno de los personajes. ¿Quien ahora tiene todo el poder debe salvar a quien, antes, tantas veces lo abandonó en un juego de niños?A mí, cuando leo, me gusta, más que hacerlo para cerrar mi día con calma, hacerlo para amanecer en mí preguntas y sensaciones que me persigan por días, alentándome a ir en busca de nuevas respuestas y experiencias. La literatura despierta en nosotros atisbos de nuestras propias preguntas y nos señala caminos para ir en busca de sus respuestas. Esta vez no les recomendaré libros cautos ni enamorados, sino cinco obras inspiradoras en el sentido más amplio de la palabra; historias que conmueven con gran fuerza y hacen descender, con prosa impecable, a las cavernas del espíritu. Todo tipo de temas, narrados por distintas voces —unas veces contenidas y otras histéricas—, que nos hablan de la muerte, la familia, los celos, la violencia, la conspiración, la amistad, el paso del tiempo y la fe.
Cinco autores que, con gran fortaleza lírica y con temas urgentes, han plasmado historias que pugnan por ser contadas, y nos permiten habitar espacios desde un tiempo congelado, transportándonos a momentos que nos conmueven profundamente poder experimentar de esta manera.
William Faulkner, Mientras agonizo
En este libro Faulkner conjunta la precisión del estilo, la anécdota y un oficio claramente perfeccionado que es evidente en una historia que está simultáneamente narrada por alrededor de quince voces —tomando en cuenta las siete principales— que mantienen, poderosamente y desde perspectivas distintas con complejidades muy propias, un diálogo histérico con el lector. En esta obra, Faulkner presenta un magistral ejemplo de ambientación y creación de personaje; Mientras agonizo es un libro que exige mucha atención de sus lectores, ya que sus frases son largas, los tonos y estilos se van intercalando durante la historia y las interjecciones muchas veces se interrumpen por monólogos internos que divagan en sensaciones o recuerdos pasados; pero es esto mismo lo que permite adentrarse en una historia compleja y que pone al descubierto, de manera delirante y conmovedora, la historia de la familia Bundren y el peregrinaje que emprenden con el propósito de cumplir el último deseo de su madre: ser enterrada en su tierra natal. La novela está salpicada de detalles y de instantes de completo brillo literario; las voces son enteramente pertinentes a sus personajes, convirtiendo así a cada uno en un ser entrañable y que permanecerá cercano al lector, dejándolo reconocer en ellos retazos de su propia piel. El tema es la vida misma y la complejidad está en desentrañarla y entenderla desde perspectivas y miradas distintas que, así como nosotros, ven en la misma situación o en el mismo objeto respuestas completamente distintas.
John Maxwell Coetzee, Esperando a los bárbaros
Aquí estamos, una vez más, frente a una obra maestra que, además de tener trazos de ficción, posee un sinfín de características y anécdotas que bien podrían convertirla en histórica; de nuevo, también, anonadados, impactados, asqueados y profundamente conmovidos ante la capacidad humana de infringir dolor, la capacidad de crueldad y de enajenación para con el otro. Abrimos este libro y, tan solo después de unas pocas páginas, se puede comenzar a entrever el terror, la capacidad humana y un rechazo que crece acompañado por una pequeña esperanza y la posibilidad de elegir un camino distinto. La novela transcurre en algún pueblo que bien podría estar en África, India, China o Sudamérica, donde, un día cualquiera, el Imperio —concepto abstracto que se perpetúa por la destrucción de todo aquello que lo amenaza— decide que los bárbaros —amenaza fantasmal— se ciernen sobre su integridad. Así comienza una batalla que, en principio, propone alienar esta amenaza y, finalmente, decide aniquilarlos sin razón; una guerra liderada por la ignorancia y la cobardía. Entre todos los militares y soldados del Imperio se encuentra un viejo magistrado que, perdido entre los demás y con una pasión secreta por descifrar viejos jeroglíficos, entiende poco a poco, y a raíz de un encuentro cercano, que nada de lo que está pasando tiene sentido y se pregunta así, desde una celda, desde la posición del otro y del interior de un cuerpo al borde del límite humano: ¿Quiénes son los verdaderos bárbaros? Coetzee, en esta novela publicada hace 34 años, no solo pone al descubierto una realidad histórica, sino una realidad humana terrorífica que nos persigue, convirtiéndose en presente.
Texto por Sofía Correa
Ig. @eda.sofia