
La obra escultórica de Troice explora lo que no vemos, el espacio, lo invisible, lo que sostiene el mundo.
En el universo de Troice, el material se dobla como papel y se vuelve una invitación a mirar de otra manera. A partir de la conversación, aparece un mapa más amplio, su tránsito del origami a la escultura, su interés por lo que ocurre bajo la superficie y su fascinación por las formas que cambian según desde dónde se miran. Sus palabras revelan un proceso en el que la materia, la luz y la intuición se entrelazan para cuestionar cómo vemos y qué decidimos ver.


¿Qué te llamó la atención de la técnica de origami?
Lo descubrí cuando tenía unos seis años. Mi papá me enseñó a hacer aviones de papel y, entre los libros donde buscaba nuevos modelos, encontré el origami. Me encantaba saber que podía crear en cualquier sitio con solo una hoja. En la oficina de mi mamá encontraba material por todos lados, y eso bastaba para mantenerme horas entretenido en mi universo, viendo los dobleces que podía hacer. Al principio, el origami tradicional eran pájaros, flores, ramitas. Con el tiempo fui aprendiendo que se podían crear infinitas formas sin cortar el papel.
¿Qué te atrajo del acero doblado y de la técnica de plegado para desarrollar tu lenguaje escultórico?
Fue el primer material rígido, pero al mismo tiempo flexible. Hay diferentes tipos y cuando descubrí la lámina de acero lo pensé como como un papel, pero enorme y sólido. Convertí lo mortal en inmortal, algo frágil e impermanente en algo permanente. El acero es un material sumamente leal, sólido, pero también maleable, puedes darle la forma que quieras.


¿Qué aprendiste de la aproximación a la materia de Escher, Vasarely y Kapoor para construir tus propias reflexiones sobre luz, profundidad y percepción?
Además de ellos, hay una infinidad de artistas que me han inspirado. Conocí la obra de Escher cuando tenía tres años, mi mamá tenía un libro con sus grabados, estas estructuras imposibles y paradojas visuales que me dejaban fascinado. Ese asombro me llevó a las matemáticas y a las metáforas, a cómo creemos una cosa y puede resultar ser otra. El artista neerlandés me enseñó que los problemas también pueden resolverse por la tangente y fue una influencia enorme para volverme creativo.
Después estudié arquitectura y diseño industrial, y me gradué en escultura. En ese camino descubrí a muchos artistas que me ayudaron a entender qué quería expresar. Kapoor, por ejemplo, juega con la percepción con sus espejos cóncavos y convexos o con el negro más negro, que te hace sentir que miras la nada.
Te inspiran cosas muy distintas, desde galaxias hasta panales de abejas. ¿Cómo haces para jugar con esas ideas del gran universo a los pequeños detalles en tus obras?
Primero pienso en qué quiero expresar; a veces el concepto llega antes y otras después del proceso. Me interesa trabajar con lo que está “debajo de la superficie”: aquello que no vemos, pero sostiene todo, como el micelio bajo un bosque. También juego con patrones matemáticos y superficies reflexivas para generar efectos que aparecen solo cuando la luz y la sombra interactúan con la pieza. Esos momentos inesperados, casi revelaciones, siento que son mensajes del universo, los artistas solo los manifestamos. Y aunque mis esculturas son estáticas, la manera en que la luz se mueve sobre ellas siempre les da un carácter casi cinético.
¿Qué significa tridimensionalidad en tus obras?
La tridimensionalidad es simplemente como aprendí a hacer cosas. Hay pinturas y esculturas; las esculturas ya se van al plano tridimensional y ahí es donde me siento cómodo. Puedo dibujar, pero me cuesta más trabajo. En cambio, al hacerlo tridimensional encontraba mi manera natural de crear. Es mi lenguaje. Así como hay quien puede pintar un rostro perfecto, yo puedo esculpir una pieza dimensional.


¿Cómo convergen la geometría, la luz y la sombra en una obra?
Empiezo con un papel en el plano bidimensional, lo doblo y pasa al volumen. Es una figura geométrica y rectilínea. Lo que siempre me ha llamado la atención es cómo cambia la percepción según el punto de vista: desde un ángulo hay luz, desde otro, sombra; de un lado puede verse gris oscuro y del otro gris claro. Me gusta esa metáfora de que todo depende de desde dónde estás viendo, ese balance del yin y el yang. Con esos tres elementos, materia, luz y sombra, busco crear metáforas que van evolucionando con cada pieza.
En tus trabajos exploras la percepción del espacio. ¿Qué papel juega este concepto en la lectura de tu obra?
El espacio es fundamental porque todo depende del contexto. Una pieza puede sentirse masiva en un cuarto cerrado y completamente distinta en un lugar abierto. Eso me ha llevado a trabajar con obras inmersivas que invitan a pensar el lugar del espectador en el tiempo y en el espacio, jugando con reflejos y perspectivas que te hacen cuestionar desde dónde te estás viendo.
Leí Hyperspace, de Michio Kaku, donde habla de las dimensiones y de cómo, en la quinta, puedes moverte en el tiempo y no solo en el espacio. Esa idea me interesa mucho. Todo en mi trabajo depende de cómo el espacio transforma la percepción.


¿Cómo manejas la tensión entre lo técnico de la ingeniería y lo poético del arte?
La ingeniería y la poesía siempre están presentes al mismo tiempo. Muchas obras requieren cálculos y procesos técnicos, escandallos, cuadrículas, capas, ejes, pero lo que me interesa es cómo ese rigor termina revelando algo más. Por eso oxido el acero, y ese desgaste, esa idea de decadencia y muerte, no lo veo como algo negativo, sino como una forma de apreciar la vida. Lo poético está en cómo la luz transforma la pieza: en las obras negras, por ejemplo, las caras pueden volverse casi blancas cuando les da el sol. Es un juego de sombras, una sinfonía que cambia con el tiempo. Al final, cuando la pieza está montada, es cuando realmente empieza a contar su historia.
¿Cuál ha sido tu proyecto expositivo más desafiante hasta ahora?
Hace dos años me pidieron una obra monumental. Trabajo con un proyecto llamado Seis por Cuatro, que ofrece piezas en papel del mismo formato, y un cliente quiso convertir una de ellas, originalmente de seis por cuatro pulgadas, en una escultura de seis metros por cuatro para un edificio en Los Cabos. Acepté sin tener idea de cómo resolverlo. Terminé dividiéndola en tres secciones para poder transportarla desde Ciudad de México; en total pesaba dos toneladas, así que fue todo un reto: grúas, montaje, cálculos de viento, anclajes por huracanes. Incluso tuve que contratar a un ingeniero estructural para aprobar soldaduras y asegurar el montaje. Fue una locura, pero una experiencia increíble.
Si pudieras doblar el tiempo como el acero que doblas, ¿qué pliegue o momento histórico te gustaría moldear?
Si pudiera doblar la historia, cambiaría el momento en que comenzó el patriarcado y transformarlo en un matriarcado, para que hoy el mundo estuviera liderado por mujeres. El otro día hablaba con mi esposa de cómo, siendo más brillantes y sabias, no han tenido históricamente el poder que merecen; la fuerza bruta del hombre ha dominado sobre la fuerza mental de la mujer. Creo que el mundo sería increíble si fuera un matriarcado.









































