Zarpando del puerto de Buenos Aires, a bordo del Silver Shadow, circunnavegaríamos durante 15 días el Cono Sur, llegando hasta Valparaíso, en Chile.
Antes del crucero, disfrutamos de dos noches en Buenos Aires. Llegando, nos hospedamos en el Hotel Four Seasons, ubicado en el barrio de la Recoleta, el más elegante de la ciudad. Nos sorprendió el gran nivel de la reciente renovación del hotel y, sobre todo, sus propuestas gastronómicas, como el bar Pony Line, diseñado en torno a la esencia del polo.
Hicimos compras en Patio Bullrich, Alto Palermo y Galerías Pacífico. También fuimos a recorrer las calles de Palermo Soho y Palermo Hollywood, donde encontramos muy buenas tiendas de diseñadores emergentes, además de restaurantes y bares de moda.
Dos días más tarde bordamos Silversea, en donde todo es a la medida. Al subir al Silver Shadow, nos recibió nuestro mayordomo, quien nos invitó a elegir las amenidades que deseamos en el baño, y se encargó de surtir nuestro bar con las bebidas de nuestra preferencia.
Mientras tanto, desde cubierta, un mágico atardecer nos despidió de la ciudad.
A la mañana siguiente, despertamos en la capital uruguaya: Montevideo. Aquí optamos por recorrer el casco histórico de la ciudad y comer en el tradicional mercado del puerto, pero pronto fue hora de abordar de nuevo. Al tercer día, bien temprano, llegamos al glamoroso destino de Punta del Este. Del puerto, a pie, solo son unas pocas cuadras para llegar a la Avenida Gorlero, que reúne las mejores tiendas, cafeterías, casinos y restaurantes.
Imperdible visitar Casa Pueblo, un hotel boutique hecho a mano por su propio dueño, un destacado artista uruguayo.
Al siguiente día de navegación, entre Punta del Este y nuestro siguiente puerto, un grupo de aves de extraordinario vuelo y colosal tamaño se nos unieron, y ya no nos abandonarían. Se trataba, para nuestra sorpresa, del albatros y del petrel gigante. Volaban incesantemente en grupos, siguiendo a nuestro barco, por momentos acuatizaban, pero no demoraban en reanudar la travesía a nuestro lado.
Los expertos naturalistas de Silversea nos explicaron que estas aves pasan gran parte de su vida en el mar, son monógamas y solo regresan a tierra para aparease y anidar. Llegan a volar hasta 300 millas náuticas en un solo día. Su cortejo es un despliegue de baile, cantos y aleteos, en el que estas aves se declaran y se eligen mutuamente. Son las aves marinas con mayor envergadura: sus alas desplegadas pueden llegar a medir hasta 3 metros y medio.
Nuestra siguiente parada fue en el Puerto Stanley, un lugar increíble, con numerosas colonias de pingüinos de distintas especies como los rey, los gentú y los magallánicos. Las excursiones se realizan en vehículos 4×4. En el pueblo encontramos un museo y algunas casas de té en las cuales se puede disfrutar de unos deliciosos scones estilo inglés.
Luego de dos días de navegación, llegamos al Estrecho de Magallanes. Lo recorrimos y llegamos a destino. Aquí, lo primero fue dirigirnos por tierra a la Reserva Natural del Seno Otway, una colonia de más de 300 mil pingüinos magallánicos. Aquí el paisaje es sobrecogedor: reúne los picos nevados de Los Andes con las planicies de la meseta patagónica continental, cubierto por un cielo azul intenso.
Al regreso, emprendimos una caminata por la ciudad. En la plaza del pueblo, hay un merca- do de artesanías donde encontramos muy buenos tejidos de lana de oveja, llama y alpaca.
A los pocos días llegamos a Ushuaia, comúnmente llamada “el Fin del Mundo” por ser la ciudad más austral del planeta. Sin duda, el cénit de nuestro viaje, la pequeña ciudad, con alma de pueblo, la enmarca majestuosamente un cordón andino de altas cumbres nevadas. El escenario que teníamos cuando el barco tocó puerto a las seis de la mañana, era asombroso.
Allí, hay mucho por recorrer: el Parque Nacional permite disfrutar de paisajes únicos, como de postal, con lagos, glaciares y vistas espectaculares de las montañas.
Luego de navegar por los fiordos chilenos, llegamos otra vez a tierra. En Puerto Chacabuco inicia una de las secciones de la Patagonia más bellas: paisajes dominados por picos nevados, campos vibrantes rociados por la niebla matinal, ovejas, pequeñas casas de estilo europeo que revelan la herencia de pioneros inmigrantes, cascadas y rápidos de aguas azules en el río Coyhaique. La laguna San Rafael, junto al colosal glaciar que lleva el mismo nombre, es el lugar a visitar.
Ni bien llegamos, dimos un breve paso por la ciudad que es puerta de la región de los lagos en Chile. Fuimos primero a Puerto Varas, una pequeña ciudad muy pintoresca, junto a un lago de aguas cristalinas, custodiada por las cumbres nevadas de los volcanes Osorno y Calbuco.
Visitamos una granja donde elaboran el tradicional dulce de leche, llamado “manjar” en Chile. Luego, fuimos al Parque Nacional Vicente Pérez, atravesado por el río Petrohué, todo un paraíso natural. También ascendimos hasta el campamento base del volcán Osorno.
Desembarcamos en Valparaíso y de ahí nos trasladamos a Santiago. Nos hospedamos en el sensacional hotel W Santiago. Especial mención merece uno de sus restaurantes, el Osaka, de cocina nikkei o fusión peruano-japonesa.
Independientemente del viaje y los lugares conocidos, la vida a bordo se disfruta en grande. Los cuatro restaurantes que tiene el barco, sin duda, nos deleitaron: Le Champagne, único restaurante Ralais & Chateaux en el mar; The Grill, un ambiente casual en donde se disfruta de los mejores cortes prime y pesca a las brasas; La Terraza, cocina italiana slow food de alto nivel, y The Restaurant, sin duda el ambiente más sofisticado y concurrido. Lo bueno es que, como todo está incluido, no nos privamos de nada.
Durante los días de navegación siempre tuvimos muchas actividades para elegir: disfrutar de la alberca, unas clases de yoga o fitness, un tratamiento de spa con productos Elemis, asistir a las pláticas que expertos ofrecían sobre cada destino, shows, con- ciertos, clases de baile, fiestas, cocteles y mucho más.
Sin duda, un gran viaje, paisajes y escenarios que nos quitaron el aliento, y todo con el máximo lujo y confort.