
Entre ruinas, símbolos desbordados y silencios cargados, Gabriel O’Shea levanta un cuerpo de obra que se resiste a lo evidente.
Construido desde lo fragmentario y lo visceral, el universo de O’Shea opera como un campo de tensión entre lo que alguna vez fue sagrado y que sobrevive como fragmento, reliquia o despojo, en una práctica visual que gravita lo filosófico: un intento por entender qué queda de nosotros cuando todo lo demás se ha desdibujado.

Hay imágenes que no se dejan mirar de frente, que generan una sensación inquietante. Cuerpos sin contexto, superficies que parecen vivas, formas atrapadas entre lo real y lo simbólico. Eso que a primera vista parece una figura se revela como signo abierto. Y es que su trabajo habita un territorio intermedio: lo roto, lo que incomoda.
A través de materiales como cera, concreto y cuero, el artista construye piezas que, lejos de explicarse, se enfrentan, y más que hablar del cuerpo, lo pone en juego. En este universo cargado de densidad sensorial dentro de un clima gris y espectral, O’Shea ensaya una forma distinta de ver, esa que no se deja al ojo, sino a aquello que se oculta.



¿Qué tiene el cuerpo que se volvió inevitable en tu obra?
El cuerpo es rastro y herida. No me interesa representarlo como algo ideal, sino como un resto: fragmento, deformado, silencioso. Desde niño, por conversaciones familiares ligadas a la medicina, el cuerpo me ha parecido un lenguaje profundo y cercano, capaz de revelar mucho más de lo que se dice con palabras.
Me atrae lo que normalmente se oculta: la piel rota, lo asimétrico, lo viscoso, lo visceral, lo que desborda. No busco belleza en el sentido tradicional, sino una intensidad que incomoda, que abre fisuras en quién mira.
¿Qué lugar ocupa el silencio como herramienta en tu obra?
El silencio es ese espacio donde la imagen respira. Pero también donde se vuelve incómoda. Me interesa el silencio que no es vacío, sino una presencia inquietante que muchas veces dispara la imaginación sobre lo que no se ve. Un silencio cargado, como si algo estuviera a punto de ocurrir, pero no se nos revelara.
En mi obra muchas de las figuras están solas o atrapadas en habitaciones sin un contexto claro. Ese no saber nos deja en suspenso, como frente a una imagen detenida en mitad de una película que nunca veremos completa. Es precisamente ese silencio lo que catapulta la ansiedad: no es limpio ni puro, sino uno lleno de tensión contenida. Como una escena teatral sin diálogo donde todos los personajes ocultan algo. La ausencia de información narrativa fuerza al espectador a llenar esos huecos, y lo que proyectamos a veces es más perturbador que lo que veríamos si el relato fuera explícito.



Has trabajado con materiales que aluden a la piel. ¿Qué papel juega la ilusión de lo vivo en tu obra?
Me interesa tensar el umbral entre lo vivo y lo muerto, entre lo que se mueve y lo que permanece. La sensación de observar “piel” o algo “humano” en estas obras activa algo visceral en quien lo observa, y eso me interesa. En algunas de mis obras busco replicar la sensación del uncanny valley: ese punto donde lo casi humano se vuelve inquietante precisamente por no ser del todo reconocible. Me interesa esa fricción entre lo familiar y lo extraño, entre lo que debería generar empatía, pero provoca rechazo.
A través de cuerpos deformados, texturas o materiales orgánicos, intento activar en el espectador una duda perceptiva. Que algo aparentemente normal revele una grieta. No se trata de ilustrar lo perturbador, sino de provocarlo. De crear imágenes que no se entiendan de inmediato, que se queden flotando como una pregunta incómoda.
Y en el caso de tu trabajo con piedra, ¿cuál es el simbolismo de los de los clavos?
Esta pieza en realidad también se suponía que era como un tipo torso. Si lo ven de lado, creo que se nota un poco más como la parte del busto y el costado. Digo, al final quedó un poco más abstracto. Esta pieza se llama Cada quien llevará su propia carga. Era como darle ese sentido de que podemos no ver toda la carga que las personas traen consigo y que muchas veces viene a ser como esta pieza, rastros de dolor o de peso que siempre vamos arrastrando, ¿no? Y a la vez, como aludo a la religión, uso mucho las cadenas como para hacer referencia a que seguimos cargando con la religión, a pesar de tantos años que han pasado y cómo estas creencias siguen siendo tan relevantes hoy en día.

¿Qué te interesa del concepto del paso del tiempo representado a través de lo que se rompe o descompone?
La descomposición revela una verdad cruda. Hay una belleza bruta en lo que se quiebra. Me interesa el tiempo no como línea narrativa, sino como desgaste, como huella. Lo roto, creo yo, muchas veces habla más que lo entero. Me atrae lo que sobrevive en forma de resto, lo que persiste a pesar del deterioro. Fragmentos que cargan historia sin necesidad de explicarla.
Tus piezas suelen evitar lo decorativo, pero son profundamente estéticas. ¿Dónde trazas la línea entre belleza y discurso?
Me interesa lo que exige atención. La belleza en mi obra es como una trampa: porque te acerca y luego te enfrenta. Para mí el arte es como una herida y las piezas que hago tienen que tocarnos esa herida. Hacerte cuestionar algo. Si solo respondieran a un fin decorativo no me interesarían.


En obras como Corpus, tratas temas de espiritualidad y la ausencia desde lo corporal ¿Qué te lleva a abordarlos una y otra vez?
Regreso a temas espirituales porque crecí con una fuerte presencia religiosa, y con el tiempo vi cómo esa fe se fue desmoronando. En mis obras, la espiritualidad aparece como un resto: un cuerpo fragmentado que aún carga una intensidad simbólica.
Frases como “Eli, Eli, lama sabachthani”, la última de Cristo, siguen resonando, incluso si ya no creemos. Son palabras antiguas, pero profundamente actuales. Creo que seguimos haciéndonos esa pregunta, solo que ya no solo en iglesias, sino ahora frente a pantallas.
Me interesa explorar cómo enfrentarnos el vacío que deja la religión cuando deja de ofrecer respuestas. Un vacío que puede llevarnos al nihilismo, pero también abrir un espacio para nuevas preguntas. En mi obra trato de hacer visible esa herida, así como mis propias dudas existenciales. Mostrar que incluso en los escombros de la fe aún hay materia viva. Y que enfrentarse al vacío puede ser también una forma de resistencia.
¿Cómo influyó la serie Preludio en tu visión sobre el cuerpo y lo espiritual?
Marcó el inicio de una exploración más clara sobre cómo la tecnología está comenzando a ocupar el lugar simbólico que antes tenía la religión. Me interesaba confrontar esas dos esferas, la espiritual y la digital, a través de piezas que funcionaran como reliquias contemporáneas: torsos fragmentados, restos, cuerpos sin rostro o atrapados en tecnologías que parecen nuevas formas de sumisión.
También fue una forma de trabajar desde la herida, no solo desde el símbolo. Por eso incluí referencias a la pintura sacra, como la Pietà, de José de Ribera o escenas de Goya, pero colocadas en contraste con imágenes generadas por IA y materiales que evocan descomposición y olvido. En esa tensión entre lo sagrado y lo artificial, entre el cuerpo real y su doble digital, entendí que el cuerpo sigue siendo un lugar de conflicto, pero también de resistencia. Y que lo espiritual, aunque desplazado, no ha desaparecido del todo: simplemente ha adoptado nuevas formas.

Hay una atmósfera muy particular en tus piezas, algo casi espectral, pero sin nostalgia. ¿Cómo construyes ese clima en tu obra?
Trabajo el clima de mis piezas como si fuera una extensión del cuerpo. No me interesa que la obra solo narre algo de forma explícita, sino que provoque una sensación: un estado.
Esa atmósfera que muchos perciben como espectral surge de varios factores que trabajo con mucha intención: la luz tenue, la gama de colores apagados, los materiales que sugieren deterioro como la cera, el polvo, ceniza, concreto, y también los silencios.
¿Qué te interesa de lo que no se muestra del todo, de lo que se insinúa en una imagen?
Lo que no se muestra del todo puede tener mucho poder. Lo incompleto, lo sugerido, obliga al espectador a enfrentarse con su propio umbral. Me interesa trabajar con lo que se oculta, pero insiste; con lo que no se dice, pero arde.
No me interesa construir mensajes literales, no busco dejar un statement obvio en la imagen, prefiero que lo visible deje espacio para lo que no se ve y que ahí surjan dudas, silencios, reflexiones. A veces, el vacío o lo que falta puede provocar más que cualquier forma explícita.
Entrevista por: Isabel Flores
Fotos: Cortesía del artista