Las voces de que la globalización está entrando en su etapa final han aumentado en los últimos años. Aquí un repaso del porqué esto es importante.
Todo comenzó, como muchas de las cosas importantes, con un crack, con el sonido de las estructuras rompiéndose. El año era 2008 y el mundo parecía venirse abajo por completo: todos sufrían una recesión económica que dejó millones de pobres y a gigantes como Estados Unidos y la Unión Europea muy golpeados.
Justo ese golpe fue el que hizo que en esos países –y en otros del polo desarrollado– comenzaran a crecer las voces que rechazaban la globalización y pedían cerrar las fronteras. Esas voces existían ya desde hace décadas pero, curiosamente, apenas unos años antes era la gente de izquierda, los “globalifóbicos”, quienes asolaban los grandes eventos económicos para pedir su fin.
Sin embargo, en esta ocasión, las voces pedían cerrar las fronteras no porque el libre comercio estuviera haciendo estragos en los países menos desarrollados, sino porque el libre paso de personas les parecía la razón de que sus economías estuvieran yéndose a pique. Es decir, ahora los gritos contra la globalización señalan que son los migrantes, los distintos y los refugiados, los culpables del crimen, la corrupción o la falta de empleo de las zonas económicas poderosas.
Eso es mentira, por supuesto. Pero como muchas veces las emociones pesan mucho más que la razón, esas ideas se han extendido durante una década por Estados Unidos y Europa, lo cual ha provocado un alza en los ataques xenófobos, racistas, homofóbicos y por temas religiosos. Aunque quizá para en-
tender por qué es buena o mala la globalización, hay que explicar antes qué es y de dónde viene.
Los inicios
La globalización hay que entenderla como la interdependencia de las naciones en términos de comercio, capital y trabajo. Los economistas señalan su inicio a mediados del siglo XIX, con la decisión del Reino Unido en 1846 de abolir las leyes que prohibían la importación de granos, como medida para aliviar la hambruna que sufría Irlanda. Otros países adoptaron medidas similares y eso provocó que mucha de la tecnología que existía se disgregara por el mundo.
Después, tras la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a multiplicarse los acuerdos de comercio e inversión. La punta de lanza, por supuesto, fue la Unión Europea. Poco a poco al principio, y de forma acelerada después, comenzó a abrir sus fronteras a mercancías, capitales y personas entre sus países miembros.
Hoy, la mayor parte de los países tienen tratados de libre comercio con otras naciones. Pero eso podría cambiar pronto.
El cierre
En 2017, poco menos de una década después de la crisis global de 2008, la globalización sufrió otras estocadas que parecieron fatales. La primera de la crisis fue la de los refugiados en la Unión Europea, con miles de personas huyendo de la pobreza y la violencia en África y Medio Oriente, que llegaban a países donde sus habitantes no los que- rían e incluso los violentaban.
Esa primera crisis derivó en lo que parecía imposible: Reino Unido decidió que las cuatro décadas de integración con Europa continental ya no eran necesarias y votó por romper sus acuerdos a través del Brexit.
Y a finales de año, otro imposible se hizo realidad: Donald Trump, quien quiere construir un muro entre su país y México, llegó a la presidencia de Estados Unidos.
Al final, todos esos eventos tienen un punto en común, que iniciaron con esa gran caída económica: la pérdida de confianza de los ciudadanos en los movimientos políticos establecidos. La desigualdad económica y la falta de esperanza de un futuro mejor han dado pie a un auge del populismo y a que los valores de libre mercado comiencen a ser rechazados. Y sin ellos, la globalización no existe.
Sin embargo, episodios que han sucedido después de esos golpazos a la globalización y la Historia misma hablan de que no todo el proceso está perdido. Si bien es cierto que Reino Unido estará fuera de la Unión Europea, muchos de los países del norte han votado en contra de los partidos populistas en las últimas elecciones, como Holanda y Francia. Y la presidencia de Donald Trump, si bien mantiene una economía estable, tiene un muy bajo nivel de aprobación y los es- cándalos son cosa de todos los días.
Lejos de sucumbir al populismo político tras estas crisis, la economía y la democracia mundiales han resistido sorprendentemente bien. Así que a la globalización se le ha declarado muerta, pero quizá viva más de lo que creemos.
Ilustración por: Camila de la Fuente – @camdelafu
Texto por: Mael Vallejo
Director editorial de mexico.com. Premio Nacional de Periodismo 2016. Ha sido editor general de diarios, revistas y sitios web en México, y colaborador de distintos medios en Iberoamérica.