Su obra de Jose Dávila es, en esencia, una negociación entre opuestos: estabilidad e inestabilidad, lleno y vacío, peso y ligereza. En esta conversación, el artista mexicano reflexiona sobre su relación con el equilibrio, la arquitectura como punto de partida y la escultura como una representación de la condición humana.
Te formaste como arquitecto. ¿Cómo dialoga esa disciplina con tu obra?
La arquitectura me dio una comprensión más profunda de la relación entre el espacio y las estructuras que lo forman y contienen. Me ayudó a entender la naturaleza estructural de una serie de materiales, su composición física, pero sobre todo, su comportamiento ante fuerzas aplicadas.
Se podría deducir que la arquitectura y el arte tienen mucho en común; sin embargo, pienso lo contrario: mientras que la primera busca estabilidad y permanencia, mi trabajo pone en evidencia la fragilidad y el equilibrio inestable. Me interesa la idea de la escultura como una arquitectura que no necesita cumplir una función, ni responder a un programa más allá de su propia existencia.


Hay una sensación de inminente colapso en muchas de tus esculturas. ¿Ese juego con la tensión viene de algo más personal?
La tensión en mi trabajo proviene de una preocupación personal, de una obsesión constante de observar cómo funciona el mundo. Siempre he pensado que el equilibrio es un estado transitorio, algo que se negocia más que se impone. Me interesa ese punto en el que el equilibrio ya no es una certeza, sino un acuerdo momentáneo entre fuerzas opuestas. En el mundo, todo está en constante ajuste, en una especie de precariedad organizada que nunca deja de sorprenderme.
Asimismo, me inquieta capturar esa lucha continua entre las fuerzas que sostienen y las que desgastan. Al final del día, hay algo profundamente humano en ese vaivén. Creo que mi escultura es una representación de cómo me enfrento y adapto personalmente a las circunstancias, a la incertidumbre y a la inevitabilidad del cambio.
Cuando mi trabajo se sitúa en ese punto donde las cosas parecen a punto de caer o en el límite de hacerlo y colapsar, pero logran sostenerse un instante más, es profundamente biográfico. Aunque mi obra escultórica está representada con elementos naturales e industriales, orgánicos y geométricos, siempre la he considerado una representación de la condición humana, aunque no lo sea figurativamente.

El espacio negativo en tu obra es tan protagónico como la materia. ¿Cuándo comenzaste a entender que el vacío también podía ser un material?
No sé exactamente por qué, pero el vacío siempre ha estado presente en mi trabajo y, con los años, aprendí a verlo como un elemento tan presente como la materia. Desde mis primeras exploraciones con el espacio, comprendí que más que una ausencia, es un componente activo, una idea que trasladé a mi trabajo de cut-outs en papel. En la escultura, el vacío es tan esencial como el silencio en la composición musical.
¿En tu trabajo de qué forma coexisten los conceptos de fragilidad y resistencia?
Los materiales que utilizo, desde el vidrio hasta el concreto, contienen en sí mismos tanto fragilidad como resistencia. Lo interesante es cómo estos atributos se complementan, coexistiendo en un diálogo constante. Si se entiende la escultura como un punto de encuentro, como un espacio de intercambio, es ahí donde ambos se revelan.
Giovanni Anselmo decía que “El arte es energía en tensión, como un sistema vivo”. Exploro cómo los materiales pueden ser simultáneamente sólidos y frágiles. La resistencia no siempre implica fuerza bruta; a veces radica en la capacidad de adaptación, en la manera en que un material cede sin romperse. La fragilidad, por otro lado, tiene una presencia poderosa: es el riesgo de la ruptura, del desajuste, de la pérdida de control.
Tu trabajo parece hablar de lo que sostiene las cosas. ¿De dónde nace esta fascinación por lo que permanece oculto en la estructura?
En arquitectura, la estructura permite que un edificio exista, aunque a menudo permanezca oculta. En escultura, me interesa hacer visible ese soporte, la tensión que une la forma. Los materiales, en su estado natural, simplemente son, pero al asumir una función y ocupar un lugar en un juego de fuerzas, construyen la obra.
Sin esa tensión, serían solo objetos. Me interesa evidenciar esa dependencia entre materiales y fuerzas, buscar lo poético en lo inesperado, en cómo el mundo funciona. Como decía Robert Smithson, en Artforum: “La entropía es el destino inevitable de cualquier estructura”.


Con los años, ¿sientes que tu relación con el equilibrio ha cambiado?
Definitivamente. Al principio, lo buscaba en estructuras más controladas, sujetas a mayor fuerza. Ahora me interesa el equilibrio precario, el simbolismo de los objetos y su valor subjetivo, explorando un diálogo escultórico entre ellos.
Antes lo veía como una meta; ahora lo entiendo como un estado temporal, que solo existe mientras las fuerzas sigan en diálogo. Con el tiempo, he asumido más riesgos y aprendido a aceptar el desajuste, el error y la belleza en la vulnerabilidad.
En un mundo obsesionado con la inmediatez, tu obra parece invitar a la pausa. ¿Cómo navegas esa contradicción en un contexto artístico donde todo es cada vez más efímero?
Me gusta pensar que mi trabajo puede resistir la inmediatez, una contradicción inevitable y necesaria. Busco que la obra demande una atención prolongada, aunque sé que esto es poco plausible en el mundo actual. Una escultura mía no se entiende en un segundo; hay que detenerse, observar cómo se sostiene, imaginar qué pasaría si un elemento se desplazara un centímetro.
En un contexto dominado por la velocidad, el arte debe ir a contracorriente. Me interesa una visión borgeana del tiempo: todo en la obra existe como una posibilidad en la mente del espectador, un presagio de un futuro que puede no llegar y que, a la vez, ya está ahí. El presente tiene siempre una partícula de pasado, una partícula de futuro. Es en esa latencia donde la obra cobra significado, donde la pausa se convierte en resistencia y en un espacio para la imaginación.
Si la gravedad desapareciera mañana, ¿cómo sería tu escultura perfecta?
Sería una paradoja: no sería una escultura, sino un dibujo en el espacio. Mi trabajo existe en función de la gravedad, y sin esta, el peso perdería sentido, los materiales dejarían de sostenerse entre sí y todo se reduciría a relaciones de proximidad, a líneas flotantes en el aire.
Sin gravedad, la idea de equilibrio dejaría de existir. Tal vez, en un mundo sin esta, la escultura sería solo una configuración de elementos flotando sin fricción, sin necesidad de soporte. Quizá la forma perfecta en ese escenario sería una estructura flexible, algo en constante reconfiguración, sin una forma fija. Pero al final, lo que me interesa es la resistencia, el esfuerzo por mantenerse en pie a pesar de la posibilidad de caer. Pensándolo bien, sin gravedad, tal vez la escultura dejaría de tener razón de ser.