TEXTO EN COLABORACION CON CARLOS SANCHEZ REY
Con un centro histórico monumental declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y muy fácil de recorrer a pie, la ciudad también tiene la capacidad innegable de sorprender con nuevas contribuciones al urbanismo de vanguardia que no alteran su apariencia tradicional. Con un alcalde ecologista que promueve la sostenibilidad en todos los ámbitos y desde todas las posiciones, es una ciudad que deslumbra a los visitantes con el encanto de su relato, su exquisita arquitectura y su vibrante escena cultural.
Pero Burdeos no se detiene en el pasado; también es un crisol de arquitectura contemporánea como lo atestiguan, entre otros ejemplos, el emblemático Puente Chaban-Delmas que atraviesa el río Garona, algunas viviendas sociales diseñadas por MVRDV y el centro cultural MÉCA de BIG, que reconfigurará toda la zona de la estación de tren. Cabe mencionar la variedad de museos y galerías que exhiben obras maestras de diferentes épocas y estilos. El Museo de Bellas Artes de Burdeos es uno de los más importantes de Francia, con una impresionante colección que abarca desde el Renacimiento hasta el siglo XX, incluyendo obras de artistas como Rubens, Delacroix y Picasso. Y para aquellos interesados en el arte contemporáneo, el CAPC Musée d’Art Contemporain es una parada obligatoria. Ubicado en un antiguo almacén de vinos, alberga una impresionante colección que incluye obras de artistas internacionales de renombre.
La capital regional de Aquitania conserva su espíritu festivo y el sabor de sus viejos barrios como Les Chartrons, con un encantador mercado gastronómico artesanal los domingos junto al antiguo puerto y edificios de estilo neoclásico, como el Gran Teatro y la Bolsa de Comercio, que datan del siglo XVIII y son verdaderas joyas arquitectónicas. Además, incorpora novedades arquitectónicas como el Proyecto Darwin, una referencia absoluta para los hipsters en un espacio sostenible y ecológico, perfecto para exposiciones, conciertos o disfrutar de un café mientras cae la tarde. Burdeos brilla más cuando termina el verano y comienza la vendimia.
La capital mundial del vino muestra sus matices, colores y una belleza sensorial que invita a la contemplación y a pasear por una ciudad que, durante siglos, ha rendido homenaje al sinuoso Garona. Esta ha sido la principal consecuencia del rejuvenecimiento de Burdeos: dejar de dar la espalda al río y volcarse en él, convirtiendo sus cuatro kilómetros de ribera en uno de los paseos más vitales y hermosos de Francia. La relación de Burdeos con el Garona se comprende mejor en el Pont du Pierre. Junto a este puente, los barcos solían descargar el azúcar americano que luego se llenaba con barriles de vino. Ahora el puente es el punto de partida para muchos itinerarios turísticos, a pie y en barco. El puente está ubicado cerca de la Place de la Bourse, con su forma semicircular y arquitectura clásica del siglo XVIII, que separa el Burdeos medieval del moderno. La plaza incorpora el Miroir d’Eau, un espejo de agua donde los niños juegan hasta finales del verano, corriendo entre fuentes que crean niebla y reflejos celestes que se subliman al atardecer.
Burdeos también invita a perderse por las estrechas calles peatonales de su compacto casco antiguo. Aún sobreviven restos medievales y plazas con soportales bajo los cuales se han instalado tiendas y restaurantes con terrazas para disfrutar de la joie de vivre. A este Burdeos se accede a través de una de las puertas fortificadas con forma de arco de triunfo que protegían la ciudad antigua, como Porte Cailhau, del siglo XV, o La Grosse Cloche, construida sobre los restos de la desaparecida Puerta de Santiago, por la que pasaban los peregrinos a Compostela. La espiritualidad de Burdeos se revive, precisamente, caminando por los senderos jacobeos que cruzaban la ciudad hasta la catedral de Saint-André y la iglesia de Saint-Michel. Sus campanarios y agujas se elevan sobre los techos de pizarra y definen el perfil de la ciudad. Pero el centro más vital de la vida urbana se encuentra en la Place de la Comédie, presidida por el majestuoso Grand Théâtre y con animados cafés que recuerdan que Burdeos fue conocida como la Pequeña París.
A poca distancia se encuentra la elegante calle comercial de Sainte-Catherine, llena de escaparates de lujo de grandes marcas internacionales de moda, y al lado del encantador Mercado de las Cuatro Estaciones, con productos gourmet. La cultura y el tiempo dejan numerosas huellas en una ciudad que, a lo largo de su historia, ha sido la capital de Francia cuatro veces y un referente de su Revolución, como lo demuestra el Monumento a los Girondinos en la Place des Quinconces. Esta plaza es actualmente el escenario de todo tipo de eventos y celebraciones. Con una superficie de 12 hectáreas, los lugareños afirman con orgullo que es la más grande de Europa.
El repertorio gastronómico de Burdeos también es impresionante, como lo indica su lugar en la lista de ciudades con mayor número de restaurantes por habitante. Sus calles huelen a mantequilla, chocolate, vainilla, pan fresco, embutidos y, obviamente, a vino, cuyo templo más reciente es La Cité du Vin, que se inauguró en 2016 como una cita ineludible para todo aquel que quiera admirar la historia del vino como Patrimonio Intangible de la Humanidad. El nuevo ícono arquitectónico, un impresionante edificio de cristal y aluminio con forma de decantador que se eleva sobre el río Garona, es obra de XTU Architects y además de ofrecer una experiencia enológica interactiva, su mirador en la octava planta brinda la oportunidad de deleitarse con una copa de vino mientras se contempla el río.
El Garona también sirve como ruta para explorar la región en pequeñas embarcaciones que navegan hacia los viñedos del norte. Después de recorrer la ciudad, es esencial conectarse con esta tierra vinícola, un verdadero orgullo para Francia. Los viajeros interesados en la cultura del vino encontrarán fácilmente oportunidades para explorarla, especialmente durante la vendimia, cuando tanto el campo como las bodegas están en pleno apogeo.
La región de alrededor presume de suaves colinas donde se cultivan las uvas cabernet sauvignon y merlot, y cuenta con encantadores enclaves medievales como el pueblo de Saint-Émilion, a solo 30 minutos de la ciudad y declarado Patrimonio de la Humanidad. Con una historia vinícola que se remonta a los romanos, este lugar agrega a su valor arquitectónico, destacando por su conjunto de iglesias románicas, una de las mayores concentraciones de bodegas de la región. Estos chateaux vinícolas, la mayoría abiertos al público, están rodeados de vides que cuentan la historia de algunas de las bodegas más prestigiosas del mundo, famosas por sus vinos de color rubí.
Para movernos por la ciudad elegimos la apertura de la cadena First Name, justo al lado del Tribunal Judicial obra de nuestro admirado Richard Rogers. El primer hotel de la compañía que prefiere reutilizar a construir en un alarde de sostenibilidad, se atrincheró en un edificio de carácter brutalista de los años 60, antigua sede de la compañía de seguros AXA donde la amplitud y luminosidad de sus habitaciones nos permitió vivirlas con desahogo en los momentos en los que la disfrutamos. La entrada, con una recepción tan discreta que parece que no existiera y que consigue borrar barreras entre la calle y el interior se encarga de albergar en su dimensión generosa el restaurante que abandera su aventura culinaria, Bada. Y vaya si lo hace.
Quedamos tan satisfechos con su dorada que decidimos repetir. Su mousse de chocolate no es de este mundo. Al día siguiente nos aventuramos en una experiencia significativa en La Table de Montaigne, un restaurante destacado y destacable donde desde su decoración sólida y clásica hasta sus platos nos hicieron saber que era un sitio al que se vuelve. Aparte de su cocina de autor, francés por supuesto, nos impresionaron especialmente sus sillones con carcasa de mármol que en este caso maridaban a la perfección con la espiga del parquet de roble sobre el que se lucían. Al salir continuamos devorando la belleza inacabable que esta ciudad atesora deseando volver pronto para seguir disfrutando.