Por más de siete décadas, el fotógrafo italiano, nacido en 1933, ha vivido fascinado por el universo del color. A pesar de iniciar en un escenario dominado por el blanco y negro, de manera autodidacta Fontana se adentró con su primera cámara a capturar los paisajes que lo rodeaban. Colinas, cuerpos marinos, rincones urbanos o las aceras que delinean la ciudad forman parte de su cuerpo artístico, transformando a través de su lente escenarios habituales en mosaicos alegres e insospechados que plasman el mundo tal como lo percibe, repleto de color. 

Con la misma libertad creativa de un pintor, Fontana abraza las tonalidades que abundan en la tierra, pues, para él, reducirlas a algo monocromo sería comparable a una declaración falsa y sin sentido. Su legado es un lenguaje visual sumamente personal que guarda coherencia desde las primeras tomas hasta su desarrollo en las décadas siguientes.

Compuesto por yuxtaposiciones abstractas de campos cromáticos saturados que a menudo hacen que el espectador se cuestione qué es lo que realmente está viendo. Gracias a cortes impredecibles del encuadre, los objetos se extrapolan a nuestra periferia visual perdiendo su referencia contextual. 

Buscando un equilibrio absoluto en sus composiciones, el artista aplica una geometría de líneas y planos mientras juega con perspectivas engañosas que suavizan la profundidad de campo. ¿El resultado? Imágenes que son la emanación de un hombre desbordante de energía y joie de vivre.