EL ERMITAÑO
Una franja costera acostumbrada al silencio es la fiel acompañante del Parque Nacional más antiguo de Tasmania. En este rincón del mundo, que no conoce de prisas, la comida se trae del campo a la mesa, las playas son por definición vírgenes y los placeres simples son los más grandes.
Freycinet, en la costa este de Tasmania, es uno de los parques nacionales más famosos de Australia. Sus postales, que sugieren escenarios utópicos, están protagonizadas por bahías de agua turquesa, granjas sibaritas y una extraña adoración demoníaca. Marsupiales endémicos con cara de pocos amigos, ostras que no se pueden cargar con una sola mano y un centenar de especies de aves conviven, regidos por la calma, en un lugar donde las personas se cuentan con los dedos de las manos. Aquí, ningún reloj le dice al sol cuándo empieza el día ni se sueña con la palabra infraestructura. En su lugar, el lujo se entiende como atardeceres libres de ruido y el espacio público como naturaleza desnuda. Buscar equidnas en senderos de montaña, nadar en playas desiertas de agua fría y guiarse por las estrellas cuando cae la noche, no son actividades aptas para todo público. Por suerte, Freycinet tampoco. En este refugio, los únicos caprichos que se cumplen al pie de la letra son los de la naturaleza.
Pasado turbio
Freycinet es un ejemplo de preservación ambiental reconocido mundialmente. Arbustos de manuka, orquídeas que delatan microclimas y medio centenar de especies endémicas, cohabitan en las casi 17,000 hectáreas del parque. Esta filosofía, que la península presume tanto como sus vinos y águilas marinas de vientre blanco, no siempre fue así.
La historia de Freycinet durante la colonización europea esconde un pasado mucho más negro que verde. Antes de que este lugar se convirtiera en referente por sus áreas naturales protegidas, la península fue conocida por su rol estratégico en la cacería de ballenas. Durante el siglo XIX, los pobladores europeos se dejaron encantar por la rentabilidad de un negocio que, según cuenta la leyenda, pintaba el mar de un rojo tan intenso que se confundía con vino. De ahí, irónicamente, proviene el nombre de la bahía tasmaniana que a menudo se gana un lugar en la lista de las playas más bonitas del planeta. Vestida de azul, Wineglass Bay se ve mucho mejor que hace un par de siglos. Y hoy que el parque celebra su primer centenario de vida, en las playas de Freycinet es más fácil ver una ballena que a otra persona.
Lujo orgánico
En esta península nadie habla de lujo desbordado. No, si por lujo se entienden marcos garigoleados, cavas bañadas en oro y candelabros tan ridículamente grandes como brillantes. Freycinet cede todo protagonismo a la naturaleza. Y aunque eso significa que las estrellas se buscan en el cielo y no en el menú de un restaurante, pasar unos días en el parque no implica necesariamente acampar y bañarse en un río. Saffire Freycinet, un lodge que descansa sobre la Great Oyster Bay, es la prueba de que el lujo no está peleado con la naturaleza.
Ubicado en una bahía remota, este hotel custodiado por wallabies y montañas de color rosa ha sabido combinar lo mejor de dos mundos. Aquí, la arquitectura no contiende con la geografía ni la iluminación artificial con el reflejo de la luna. Por el contrario, la lógica de este lodge es convivir con el entorno en lugar de competir con él. El resultado, sin sacrificar placeres dionisiacos, faciales orgánicos y cenas deliciosas, es un hotel tan galardonado que, si fuera un poquito menos modesto, caería mal por presumido. Saffire Freycinet cuenta con spa, gimnasio, acceso privado a la playa y un edificio principal que conjunta restaurante, lounge y biblioteca. Cada una de las 20 suites, con servicio minibar de cortesía, posee su propia terraza con vista a The Hazards, las montañas de granito que hacen de los atardeceres en la península un espectáculo de colores imposibles. La arquitectura de Morris Nunn, el interiorismo de Chhada Siembieda y la cocina de Hugh Whitehouse, se suman a una serie de demostraciones que, en días de suerte, sirven como complemento perfecto para una coreografía de delfines o un coro de aves para los que el español no tiene nombre.
Humedal al remo
En Swanwick Bay, la calma que se respira en el resto de Freycinet se ve afectada por el movimiento del pueblo vecino. Eso es lo que dicen los locales cuando, en pleno ejercicio de la relatividad, hablan del gentío y del tráfico en Coles Bay. La localidad, con poco más de 300 habitantes, cuenta con una densidad poblacional considerablemente mayor a la del resto de la península. Y su fama, nada subestimable, no se debe al puñado de casas ni al café del pueblo, sino al estuario que seduce a cormoranes y kayakistas. Coles Bay, que presume ser uno de los primeros pueblos en el mundo en prohibir el uso de bolsas plásti- cas, se encuentra a orillas de uno de los diez humedales de Tasmania protegidos por el convenio internacional de Ramsar. Pelícanos australianos, focas, cisnes, pájaros ostreros y cercetas, son algunas de las aves que se pueden ver en las aguas de Moulting Lagoon. Gracias a la tranquilidad de sus aguas y fácil acceso, la bahía de Swanwick es perfecta para disfrutar del humedal en kayak; para hacer brazo, sí, pero también para ver de cerca a los pájaros que, entrados en confianza, posan desinhibidos ante las cámaras.
Del mar a la boca
El estado de Tasmania, completo, es conocido por su agricultura. Mucho antes de que la filosofía orgánica se apoderara de las ciudades del Primer Mundo, esta isla ya se regía por la idea de cultivar de forma artesanal, evitar el uso de pesticidas y comer lo más fresco posible. En ese sentido, Freycinet no es el mejor representante de la campiña tasmaniana: su condición de Parque Nacional impide que la tierra se trabaje indiscriminadamente. Aun así, una colección espontánea de viñedos y granjas abastecen de productos frescos a la región. Uno de ellos, el que da fama a la costa central del este de Tasmania, son las ostras. La calidad y temperaturas del agua son, en gran medida, las responsables de que Freycinet produzca algunas de las ostras más codiciadas del mundo. En general, los pescados y mariscos que se comen en la península son embajadores de la pesca responsable y del sabor local. Pero cuando se trata de llevar la máxima de frescura al extremo, no hay como saborear una ostra del mar a la boca.
¡Literalmente! Freycinet Marine Farm, a las afueras de Coles Bay, es una granja de ostras que recibe visitas. Un par de botas, un traje impermeable y un cuchillo, son las herramientas necesarias para cultivar estos moluscos que, entre sus curiosidades, presumen la posibilidad de cambiar de sexo tantas veces como la reproducción lo considere necesario. El recorrido, que incluye caminar con el agua por encima de las rodillas y analizar el crecimiento de diferentes especímenes, culmina con un pícnic de ostras frescas. Muy pero muy frescas.
¡Al demonio!
Hasta hace no muchos años, los bosques del parque Freycinet estuvieron custodiados por el demonio. Ahora, su ausencia, lejos de calmar a la población, la preocupa muchísimo. Los demonios de tasmania, el marsupial carnívoro más grande del mundo, se encuentran en peligro de extinción. Un tumor facial, que se contagia por contacto, condena el futuro de esta especie icónica de la isla. Su nombre, que obedece a una fragancia desalentadora, una mordida súper poderosa y una extraña y ruidosa capacidad de emitir un arsenal de sonidos, es un tanto engañoso.
Apariencias aparte, el demonio de Tasmania es un animal reconocido por su astucia que, sin embargo, no representa peligro para el ganado. Su capacidad adaptativa, también demoníaca, prueba que la disminución de las poblaciones en los últimos años no se debe a la destrucción de su hábitat, sino al cáncer que acosa a la especie. En aras de mantener al demonio en la Tierra, diferentes organizaciones como Save The Tasmanian Devil y Menzies Research Institute trabajan en el desarrollo de una vacuna capaz de luchar contra el tumor que amenaza a la especie. Ver un demonio en estado salvaje es hoy prácticamente imposible. Sin embargo, Saffire Freycinet, con el apoyo de las organizaciones que trabajan para preservar la especie, cuenta con una población monitoreada que, entre estudios, presume sus poses malencaradas.
GUÍA DE FREYCINET
CÓMO LLEGAR
Qantas, la aerolínea bandera australiana, ofrece vuelos a Tasmania desde Estados Unidos con conexión en Sydney o en Melbourne. El Parque Nacional Freycinet se encuentra a 175 km de Hobart, la capital de la isla, y a 155 km de Launceston, la segunda ciudad más grande de Tasmania. Ambas ciudades cuentan con aeropuerto. La compañía The Spirit of Tasmania ofrece un servicio de ferry, para personas y coches, que conecta a Melbourne con Devonport, en la costa norte de Tasmania. Desde allí, Freycinet se encuentra a 250 kilómetros.
DÓNDE DORMIR
Saffire Freycinet es el lodge más lujoso y premiado de Tasmania. Y, pese a su ubicación remota, uno de los más renombrados de Oceanía. El hotel, miembro del portafolio de Luxury Lodges of Australia, funciona con un programa todo incluido que contempla, además del hospedaje y las comidas, las excursiones, traslados internos y entradas al Parque Nacional. Además de hacer uso de las instalaciones, los huéspedes tienen para escoger entre un elenco de actividades que incluye caminatas guiadas, ciclismo, visita a granja de ostras y viñedos, observación de aves y kayak.
T. +61 3 6256 7888
MÁS INFORMACIÓN
Freycinet Marine Farm
(Granja de ostras)
Luxury Lodges of Australia
luxurylodgesofaustralia.com.au
Parque Nacional Freycinet
(Parques Nacionales enTasmania)
Save The Tasmanian Devil
(Conservación del demonio de tasmania)