Las pencas del maguey sudan con abundancia, igual que Mireya; entre las hojas del agave sale el humo cargado de un aroma que seduce al más tímido, sobre todo a aquel que va hambriento. Mireya inhala y sonríe: “Casi está lista”, dice mientras cuida el horno a pie de tierra que calienta la barbacoa: una suave carne de borrego que se va cociendo lento entre leños y piedras. Al lado hay un galón de pulque, cantidad que esta mujer toma al día. Embriagada y con las mejillas bien rojas, limpia un poco del sudor que le resbala por la frente, entonces echa un sorbito al suelo “por muchas vidas más”, grita y toma tres largos tragos de la bebida sagrada.
Mireya es la mayor de ocho her- manos, cinco mujeres y tres hombres, todos nacidos en la colonia de Los Voladores en el municipio de Apan, Hidalgo. Allí se asentaron sus padres que venían de Huescalapa, Jalisco, cerca de Llano Grande, aquel desierto de Juan Rulfo.
Su abuelo era tlachiquero, la persona encargada de extraer el aguamiel con un acocote, una especie de calabaza grande, con orificios en los extremos, con la que se raspa el maguey dos veces al día para que siga drenando. Mireya recuerda que desde pequeña le daban a beber el aguamiel, con lo que se sentía “fuerte y fresca”. Abrazó desde entonces el oficio de tlachiquera, aunque ella más bien gusta que le llamen “pulquera”, porque es sabedora de todo el proceso para hacer el fermentado, desde retirar “el huevito” del maguey para evitar que nazca su tallo floral, hasta deshojar la hermosa planta. Así produce cerca de 800 litros de fino pulque al mes, de los cuales cerca de 100 son para consumo personal.
Mireya tiene 66 años, mide 1.47 centímetros, habla con seguridad y no puede terminar una frase sin beber unos tragos de pulque y reír a carcajadas. “Me quedé enana porque nunca dejé a mis hermanos que bebieran antes que yo”.
Según la pequeña mujer, había una leyenda que les contaba su abuela que decía que un hermano menor nunca podría beber un trago de pulque antes que el mayor, de otra forma, no crecería. Mireya tomó esto al pie de la letra, pero nunca vio venir la inercia de la ironía que siempre se abre paso en la vida: “Me salió el tiro por ya sabes dónde… Todos mis hermanos y hermanas son más altos que yo, me dicen que por golosa me quedé así, otros que porque mi altura es la misma que la de una barra en pulquería”.
Las carcajadas se van coloreando de curado de pistache, guayaba y avena, aunque el alma se mantiene fiel al fermentado natural. En su localidad, Mireya se ha vuelto un mito, le hablan con el mismo respeto que al más sabio anciano, y es que muchas personas aquí dicen que los ha curado de padecimientos crónicos. “La mujer del pulque”, le llaman, y la describen como una chamana que cura cualquier mal físico y espiritual con su planta sagrada.
“El maguey no solo me sirve para estar siempre conectada al espíritu, también sirve para desinflamar el músculo, apaciguar la reuma, para las cicatrices, las caries y si tienes mal de ojo; pero sobre todo sirve para escuchar y eso es lo que hago con la gente, los oigo”.
Poco a poco me doy cuenta porque se le considera un mito y es que no solo posee una especie de poesía fermentada, sino que su personalidad sobrepasa la ficción: Mireya llama a su nieta Lisbeth para que traiga un poco de chinicuiles y gualombos, los primeros son gusanitos rojos que crecen en el maguey, muy apreciados en la gastronomía de la comida tradicional; los segundos son flores de quiote extraídas del centro del maguey cuando su planta está madura, una hermosa flor inflorescente que se prepara dulce o salada. Exquisita.
“EL MAGUEY NO SOLO ME SIRVE PARA ESTAR SIEMPRE CONEC- TADA AL ESPÍRITU, TAMBIÉN SIRVE PARA DESINFLAMAR EL MÚSCULO, APACIGUAR LA REUMA, PARA LAS CICATRICES, LAS CARIES Y SI TIENES MAL DE OJO; PERO SOBRE TODO SIRVE PARA ESCUCHAR Y ESO ES LO QUE HAGO CON LA GENTE, LOS OIGO”.
Cuando se acerca su nieta Lisbeth, veo que está tan embriagada como su abuela, camina de pasito en pasito con la mirada un tanto perdida y las mejillas tibias y rosadas. Tiene 10 años y ya pasa en estatura a Mireya. Llegando a nosotros, su abuela le comparte del líquido espeso, la niña toma un par de tragos efusivos y se sienta a su lado.Entonces le digo a la chamana:
— Señora Mireya, ¿su nieta toma pulque?
Una carcajada salta y tratándose de controlar me dice: “Mira, su abuela pulquera, su mamá pulquera, pues la nieta… ¡pulquera!”; entonces la carcajada ya no cesa. Según la mamá de Lisbeth, su hija no se ha enfermado nunca. No sé si será cierto, pero lo que está com- probado es que el pulque, además de ser un buen vitamínico, tiene hidratos de carbono y proteínas.
La plática sigue mientras se cocina la barbacoa. Hablamos de cómo esta bebida considerada “de los dioses” podía ser solo ingerida por aquellos retirados de la vida activa, mayores de 50 años. Mireya me dice que su abuelo le contó que en el México prehispánico, solo se permitía que se embriagaran aquellos que iban a ser sacrificados, después suelta otra carcajada y atragantada me dice: “yo ya fui y vine, mil veces, y mira…me sigo sacrificando”. La risa se mezcla con el humo en el aire.
En su pequeño expendio, donde despacha el pulque, la barbacoa, los chinicuiles y demás, la señora Mireya tiene otra superstición, una que yo no esperaba: se trata de una pesa de unos 10 kilogramos que está posada sobre la mesa. Cuando llega un cliente y le pide por cualquiera de sus productos, lo reta a que intente alzar esa pesa, tomándola con la palma de la mano dando hacia la mesa y encerrándola en un puño (es decir, no hacia arriba como para hacer bíceps, sino al contrario); si la logra alzar, no le cobra nada. ¿La han alzado alguna vez?, le pregunto.
“Nunca”, contesta. La mujer del pulque, chamana, risueña y muy pequeña de estatura, deja caer otro trago a la tierra y reclama: “El día en que yo no pueda alzar esa pesa, me retiro”. Su brazo levanta el peso como si la gravedad se hubiese embriagado.
Texto por: LUIS ALBERTO GONZÁLEZ ARENAS
Es curioso genéticamente, viajero, bohemio y obsesivo. Trata, cada vez más, de vivir en la República del Momento Presente. Es fundador de RIP, agencia de periodismo, relaciones públicas y exploración cultural. Ha trabajado como editor y escritor en publicaciones de arte y música; en Real Madrid TV y hasta de promotor cultural en la India. Vive para crear y crea para vivir. Detesta la injusticia, de ende la nobleza y hurga en sí mismo todos los días para evolucionar su sentido común. Es idealista, pero toma varios chochos de realidad todos los días; está orgulloso de ser mexicano, pero decepcionado del conformismo en algunos de sus paisanos ante decisiones clave. Le apasiona la política, la música y el futbol, cree en el amor de condominio (hay pa’ todos). Gusta de correr, cree en las coincidencias, toca la guitarra y lee. La persona que más le desespera en la vida es él mismo. Su palabra favorita es “gracias” y gusta de pensar que a esta vida se viene a vivir, no a sobrevivir.
Ilustración por: VICTOR SOLIS
Sujeto sensible al cambio climático, cartonista profesional desde los 15 años, egresado de la Nacional de Artes Plásticas, padre de Julián, autor de Verde Monero y Centígrados y Paralelos, con participación en decenas de medios impresos y con varios proyectos editoriales, artísticos y humorísticos en incubación.