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HOTsuperstitious: paseadores de perros

Cada vez se les ve más, pasan por allí caminando con un racimo de hermosas criaturas de todos los tipos y tamaños que trotan a boca abierta. Van de puerta en puerta recogiendo a los compañeros sublimes de tantas personas que buscan que su familia de cuatro patas se oree del encierro que supone la urbe y sus apartamentos.

El “poodle costeño” es una nueva raza que da de qué hablar en Monterrey, no es un perro propiamente, sino Gerardo, un paseador de perros que se ha mudado de Acapulco a la capital regia. Tiene ese color de piel mu- lata de la costa con un afro que Beyoncé envidiaría, es bajito de estatura, tal vez llega al metro con 52 centímetros. Gafas de sol, botas de montaña y playeras coloridas con cuello en V. Diariamente pasea unos 25 perros entre el barrio de Santa Catarina y San Pedro Garza García, en donde le pusieron cariñosamente el curioso apodo, y es que no solo por su imagen se justifica el nombre, sino porque desde hace un par de años, decidió que solo pasearía perros de la raza ‘poodle toy’. Sí, imagine usted a este hombre con cuatro poodles miniatura atados a cada mano, caminando por los amplios camellones con un frondoso cabello que le quita protagonismo al cerro de la silla.

“Estando en Acapulco se me cruzó un perro como estos, estaba bien mugroso, todo asustado. Me lo llevé a mi casa, lo cuidé, me lo quise quedar, pero él no dejaba de estar triste; un día salí y vi un anuncio de que lo buscaban, ofrecían recompensa, llamé y me contestó un arquitecto; me pidió fotos, se las envié; cuando las miró no pudo ocultar la emoción; resulta que la familia del cachorro era de Monterrey, se les extravió en una visita al puerto”.

La familia le pidió a Gerardo con vehemencia que fuera a Monterrey, le pagarían viáticos y el pasaje de avión. A ellos les era imposible viajar en esa semana. Le prometieron que, al llegar, le darían la recompensa. El acapulqueño dudó, pero nunca había salido al norte del país, así que se aventuró. Dijo que sí. Le enviaron la reserva del vuelo –gracias a su tamaño, se pudo llevar al perrito con él en cabina– y al llegar a la capital regia, ya lo esperaba un Uber para transportarlo hasta la casa de los arquitectos. A su arribo, se lo arrebataron de los brazos –“¡Tristán, Tristán!”– gritaban entre risas y llanto. Abrazaron también a Gerardo y lo invitaron a comer, le dieron la re- compensa de 5 mil pesos con los que decidió cambiar su retorno y quedarse una semana que se convertiría en 10 años.

“Cuando decidí quedarme en la ciudad por un tiempo, me dejaron cuidar de Tristán y del criadero de poodle toys que, a mi sorpresa, tenían los dueños, era como ver ositos enanos por todas partes jugando. Yo los paseaba; a la gente le llamaban la atención. De pronto, ya no paseaba a 20, sino a 50, ¡todos de la misma raza!”. Gerardo aprendió todo de los poodles: cómo cuidar su pelo, cómo ordenar su carácter y balancear su gran ego. “Son como mini-Goliats”, bien orgullosos, nobles, inteligentes, fuertes y algo mamoncillos”, dice el guerrerense, ya con algo de acento norteño.

“SON COMO MINI-GOLIATS”, BIEN ORGULLOSOS, NOBLES, INTELI- GENTES, FUERTES Y ALGO MAMONCILLOS”, DICE EL GUERRERENSE, YA CON ALGO DE ACENTO NORTEÑO.”

El paseador tuvo su propio poodle, le puso Toy, en honor a la raza y al DJ Toy Selectah, de Control Machete, “Me gusta pasear con sus rolas”. Toy se murió por fractura de cadera hace dos años. “No lo pude incinerar, me dio demasiada tristeza, entonces lo tengo disecado”.

El “poodle costeño” le hizo la taxidermia a su perro Toy y lo tiene allí, en una rendija mirando por la ventana, se ve desde fuera y parece uno de esos peluches interactivos. Gerardo le pone flores y croquetas; se le ha quedado también la costumbre de hablarle y pedirle suerte cada día, se despide de él antes de salir de casa dándole un pequeño beso en la frente seca de pelaje tieso.

— “Solo sé que Toy me cuida”.

En la Ciudad de México, Laura le da de comer verduras a Sonrisa, su pug de 9 años, antes de pasearlo por el Parque México en la colonia Condesa. Mientras mira suspirando a esos ojos tan expresivos de su querida perrita, me muestra al antiguo paseador de perros de Sonrisa. Foto que está como imagen de un grupo de WhatsApp.

“Es un grupo que creamos para buscar a Aldo, un paseador de perros que nos estafó. No sabemos nada de él, a raíz de que lo agarré con las manos en la masa”.

Aldo era un paseador de perros que ofrecía sus servicios en Coyoacán, La Condesa, La Roma y Polanco. Presumía, dice Laura, de ser uno de los entrenadores caninos más eficientes y garantizados; tenía un par de fotos con mascotas de algunos actores de telenovela; decía que había tomado el curso de seis semanas de César Millán en el Dog Psychology Center de Santa Clarita, California.

“La verdad tenía argumentos sólidos, en las clases de prueba los perros se acoplaban muy bien; era bueno al explicar el modo de relacionarte con tu perro, y se notaban los resultados, se desenvolvía con naturalidad”.

Laura empezó a confiar demasiado en él y junto a la necesidad, le termino dando llaves de su casa para que paseara a Son- risa con más frecuencia, mientras ella trabajaba. Se sentía tranquila, pero el gusto le duró poco. Cuando Laura llegaba del trabajo, Sonrisa parecía muy nerviosa, demasiado inquieta y había pipí por todas partes. Entonces le reclamaba a la perrita diciendo: “Pero si tuviste hoy tu paseo de una hora ¿por qué andas así?”.

Después de unas semanas, Laura recibió la visita de sus familiares de España. A la segunda semana, su tío descubrió que le faltaba dinero y coincidía con el día que Aldo, el paseador, había pasado por Sonrisa. “Dudé demasiado, compré una cámara, la instalé y desde casa de una amiga, vigilé qué pasaba cuando Aldo recogía a Sonrisa”.

Laura miró algo que no podía creer. El paseador de perros traía a su departamento a tres perros más para hacer una especie de ritual. Llevaba también al mismo número de personas, los invitaba a pasar, les daba algo de beber y luego los acomodaba frente a los perros. El paseador sentaba a los caninos en fila y a la gente justo delante: “El dominio que tenía so- bre ellos era espectacular”, dice Laura. Después ponía retazos de carne cruda en el piso y, sobre ellos, inciensos. Mientras, decía una oración que resultaba tétrica, ordenaba a la gente ver entre los ojos de los perros.

Laura corrió con su cuerpo lleno de escalofríos a llamar a la policía, más aún cuando vio que Aldo miraba en dirección a la cámara. Una mirada entre furia, vergüenza y espanto. Había descubierto que lo vigilaban. El paseador volteó el aparato violentamente y con habilidad recogió la carne, sacó a las personas y a los perros.

Cuando Laura llegó a su casa desde Santa Fé, no encontró más que las manchas de sangre de la carne fresca sobre el piso. Difundió la historia en Facebook y así encontró a personas que habían pasado por lo mismo. El paseador hacía limpias con los perros, era fiel creyente de que son los animales más sensibles para mirar a los espíritus y que ellos se sientan en confianza para hacer presencia si es un perro el que los resguarda.

“Utilizaba a los perros para dizque invocar espíritus. No hemos podido encontrar a esta persona y acusarla por invasión de morada para hacer negocio, y encima por fraude porque me di cuenta de que nunca sacaba a Sonrisa, a quien también utilizó para su desmadre, solo cambiaba su correa de lugar para que yo pensara que había salido a pasearla; pero ya verás, lo vamos a encontrar”.

Lo más curioso, dice Laura, es que a veces, Sonrisa va al lugar exacto en el que Laura encontró la mancha de carne cruda. “Allí se sienta y se queda mirando estática al vacío”.

Ilustración por: VICTOR SOLIS

Sujeto sensible al cambio climático, cartonista profesional desde los 15 años, egresado de la Nacional de Artes Plásticas, padre de Julián, autor de Verde Monero y Centígrados y Paralelos, con participación en decenas de medios impresos y con varios proyectos editoriales, artísticos y humorísticos en incubación.

Texto por: LUIS ALBERTO GONZÁLEZ ARENAS

Es curioso genéticamente, viajero, bohemio y obsesivo. Trata, cada vez más, de vivir en la República del Momento Presente. Es fundador de RIP, agencia de periodismo, relaciones públicas y exploración cultural. Ha trabajado como editor y escritor en publicaciones de arte y música; en Real Madrid TV y hasta de promotor cultural en la India. Vive para crear y crea para vivir. Detesta la injusticia, de ende la nobleza y hurga en sí mismo todos los días para evolucionar su sentido común. Es idealista, pero toma varios chochos de realidad todos los días; está orgulloso de ser mexicano, pero decepcionado del conformismo en algunos de sus paisanos ante decisiones clave. Le apasiona la política, la música y el futbol, cree en el amor de condominio (hay pa’ todos). Gusta de correr, cree en las coincidencias, toca la guitarra y lee. La persona que más le desespera en la vida es él mismo. Su palabra favorita es “gracias” y gusta de pensar que a esta vida se viene a vivir, no a sobrevivir.