Su primera cámara fotográfica se la regaló su hermana a los 14 años, a quien considera la culpable de lo que resultó ser su destino: Iván Mikolji, fotógrafo venezolano, se adentra en los ríos por semanas para convivir con las especies, ganarse su confianza y documentarlas de cerca. A través de su trabajo se han descubierto nuevas especies de flores, plantas, peces y otros especímenes que forman parte de este mundo subacuático que creíamos conocer.
Además de la fotografía, siempre pintó. Iván se dedica al arte desde sus inicios. No supo que su pasión era la fotografía subacuática hasta que conoció a Oliver Lucano, quien le pidió que lo llevase a una expedición por el Amazonas venezolano para hacer un libro que publicó después. Una noche de ese viaje, después de documentar unos peces, estaban Lucano y Mikolji a la 1 de la mañana sentados al borde del río Atabapo, un afluente de la cuenca del Orinoco, y viendo las estrellas, el venezolano tuvo una revelación: supo que ese trabajo de fotografía bajo el agua fusionaba todo lo que le apasionaba. “En ese momento fue que decidí lo que iba a hacer con mi vida”.
A través de los años, el artista se enfocó en el agua. Sus fotos, dibujos y pinturas están inspira- das en los ríos y en sus experiencias. También en ese recorrido aprendió que lo primero es prepararse muy bien antes de aventurarse a trabajar, que la cámara influye mucho, pero el lente es lo más importante y que las aguas más cristalinas le permiten tener resultados más claros. Pero Mikolji piensa que los rituales son un elemento primordial en su trabajo fotográfico.
Su método suma atención, estrategia y paciencia. Primero se para al borde del río sin moverse para observar detenidamente los peces desde afuera: su conducta, tamaños, por donde se mueven y a donde se dirigen. “Después de observar, clavo en la orilla del río unos palitos que me van diciendo más o menos donde están las cosas que yo quiero fotografiar”.
El tercer paso es pasar mucho tiempo en el agua. “Resulta que entre tantos peces, siempre hay uno que es curioso, que es distinto a los demás, que no sale huyendo, sino que se te acerca y te mira. Ese es el modelo que tú vas fotografiar”. Es un trabajo de paciencia, a veces, una sola sección de 40 metros puede tomar ocho días, con sus 12 horas diarias. “Poco a poco, se van acostumbrando a uno por estar tanto tiempo en el sitio y así empiezas a descubrir todos estos peces que son distintos a los demás, y que no son antisociales”, expresa Mikolji.
Iván se siente como en casa cuando flota en cualquier río, ya sea de Estados Unidos o de la Amazonia. Dice que entra en “Mikoljilandia” cuando trabaja, un estado de concentración absoluto que le permite mantenerse bajo el agua por mucho tiempo. “En ese momento, pierdo las horas: el tiempo y todo lo que está alrededor se distorsiona”, describe el fotógrafo. “Solo salgo de ese trance cuando se me acaba la pila o se me llena la memoria de la cámara, entonces no puedo continuar”.
Con su lente capta los colores que pintan los paisajes subacuáticos. Iván cuestiona el verdadero color de lo que ve: “¿qué es lo real y qué es lo irreal? Todo cambia según el punto de vista desde donde lo veas, eso también me llama mucho la atención”. El uso del pigmento, dependiendo de lo que observa, es un factor que interviene mucho en las pinturas del artista.
En sus cuadros, además de incluir las tonalidades que presencia bajo el agua, también agrega elementos con los que se identifica. Por ejemplo, en sus lienzos representa muchos peces con los colores de sus escamas, pero asimismo incorpora las for- mas que tienen los petroglifos precolombinos del río Ature, que tienen más de 2,000 años decorando el hábitat de esas especies o el colorido de la vestimenta de los indígenas. Para él todo tiene una influencia: “no sé priorizar cuál es más importante”.
Mikolji cuenta una anécdota de un amigo experto en pirañas que le envió de sorpresa un dibujo en acuarelas de la piraña que tiene en su casa. “Él es dal- tónico, no percibe colores”, narra el artista, “su esposa le tuvo que decir en qué color iba cada cosa”. Para él lo que hace especial la pintura, a diferencia de una fotografía, es que lleva el ADN de su amigo, en el sentido de que la pintura representa más lo que piensa que lo que ve.
También, en su trabajo artístico más abstracto tiene una colección de reflejos subacuáticos, que describe como micro-fotografías de “momentos que no existen”. Los define así porque son complicados de observar, según Iván, la mente los bloquea. Entonces, para tomarlas, se pone casi a ras de la superficie del agua con un lente macro para captar un reflejo de tres centímetros que, visto desde otro ángulo, podría desaparecer. Los reflejos cambian de color dependiendo de lo que esté debajo o arriba.
Aun así, Mikolji dirige su lente más al fondo para documentar los peces que tanto le gustan. El venezolano considera que todo está mezclado, que el arte es una forma de hacer ciencia y la ciencia una forma de hacer arte. Su trabajo ha servido para descubrir nuevas especies, re-describir otras y estudiar de cerca el planeta que se mueve bajo los ríos. “Muchas de las especies nuevas, yo no sabía que lo eran, sino que los ictiólogos y biólogos son los que las reconocen”.
Por eso su obra fotográfica es tan importante. Él mismo declara que “uno no puede cuidar lo que no sabe que existe”. En las exposiciones que ha realizado, las personas no se acercan al artista a felicitarlo, sino a agradecerle su trabajo. “Es más difícil que una persona lance basura a un río después de haber visto mi trabajo”. Su misión está clara: inspirarnos a todos a querer más nuestro planeta.
@mikolji
www.mikolji.com
Texto por: Camila de la Fuente
Fotos cortesía de Ivan Mikolji