Catalina Mastretta
Con talento genético y trabajado para contar historias, Catalina se ha abierto paso en el mundo del cine con comedias románticas de tintes hollywoodenses. Escritora, guionista y directora, apasionada en todos sus frentes, su viaje continúa después de Las horas contigo, con una nueva producción que esperamos ansiosos y que estaremos viendo probablemente en febrero de 2017.
Cuéntame de tu primer recuerdo de la vida que esté relacionado con el cine.
Está tan unido a todo lo que hice siempre, que no estoy segura de cuál haya sido el primero, para nada. En mi cuarto dormía con mi hermano y toda la vida hubo dos teles y había dos películas al mismo tiempo, o sea era una cosa completamente esquizofrénica (Risas). Me acuerdo de haber visto Mary Poppins, 68 mil veces y quizás con esa, recuerdo haber tenido esa sensación como de maravilla ¿sabes? De sentir que había algo más, de saber que alguien había hecho eso. Eso es en realidad de lo que me acuerdo más específicamente con Mary Poppins. De saber que había alguien que era responsable.
¿Cómo decides dedicarte al cine?
No sé si fue una decisión muy consciente. Creo que finalmente, a pesar de haber nacido en una familia de escritores, en mi casa se hablaba más de cine que de literatura, se hablaba de la familia Corleone como parte de nuestra familia, o sea locos. (Risas). He de haber tenido como 15 años cuando estaban Los Soprano y llegó uno de mis tíos a una comida familiar enfurecido, se sentó y dijo: “¿Ahora que vamos a hacer con Tony? Ya se pasó.” Y estaba hablando de Tony Soprano. Para mí, el cine y la televisión siempre fueron cosas muy vivas, muy de mi casa y de mi familia. Mis papás son escritores, cuentan historias profesionalmente, pero todas mis tías y toda la gente a mi alrededor cuentan historias también, y eso para mí siempre estuvo muy relacionado con el cine.
También hacía cortos y cosas en la prepa y obviamente es porque era lo que quería hacer, pero nunca me fue tan claro. Fui cayendo ahí, es una cosa que disfrutaba muchísimo y creo que tuve la suerte de ser de mi generación y de crecer en un momento en donde era muy fácil hacer eso, o sea agarrabas una cámara de video y tu Mac y hacías una película con herramientas bastante fáciles de usar, pero avanzadas dentro de todo. Con eso entendías el lenguaje audiovisual y cómo funciona. Jugué mucho y torturé a todos mis amigos y familiares, ¡mucho! (Risas). Todos salieron en todos mis cortos y experimentos.
En Las horas contigo, hay pedacitos que son totalmente ajenos a ti, pero seguramente hay algunos que inevitablemente, si tú hiciste el guion, tiene que haber una relación. Cuéntanos.
Sí, claro. La parte más autobiográfica es la enfermedad de la abuela. Mi abuela estuvo enferma mucho tiempo, dos años, en este limbo de que estuviera y no estuviera y de que todo el tiempo sintiéramos que en cualquier momento se iba. Y creo que esa es una cosa que le pasa muchísimo a la gente con alguien de su familia, es como la nueva muerte natural… esta cosa prolongada. Obviamente, me marcó porque mi abuela era muy importante para mí, pero también es sobre esta idea de crecer y de tener miedo a tener hijos, que es finalmente, para mí, lo que te vuelve un adulto a cabalidad: que dejas de ser el protagonista de tu vida y por lo tanto ya no tienes permiso de ser infantil. Eso me parecía interesante y lo sentí; el que se muera un miembro de la generación de arriba que sientes muy parte de ti, te pone de inmediato en un escalón arriba, de inmediato te hace crecer. Entonces, esa situación digamos que es la parte más realista y más apegada a mí y a mis miedos.
Fuera de eso, todo es invento. Quería hacer era una historia de tres generaciones, de reconciliación, es decir, cuando estás enfrentado a la muerte, lo que se vuelve más importante es la vida; hay momentos de quiebre en la vida en donde puedes resolver cosas que no puedes resolver de otro modo.
Pero la verdad es que en mi familia funciona todo muy bonito, o sea todas las relaciones mamá-hija son complicadas, pero hay muchas cosas en Las horas contigo que buscan un efecto dramático. Que ella no sepa que su mamá compró la casa de su abuela, por ejemplo, es impensable en mi familia. En realidad era una cosa que, a propósito, era muy ajena a mí y que me parece fascinante cuando la veo en el mundo; eso tiene una exploración como de ficción. Que familiares, o sea gente que es la persona más importante en la vida de la otra no tengan nada en común, o no se caen bien, o que si se toparan en el mundo optarían por no relacionarse, pero finalmente, porque les tocó, son la persona más importante en la vida de la otra.
¿Cuánto tiempo trabajaste en este guión?
Como un año. La verdad es que el proceso tuvo buenísima estrella. Todo fue muy rápido, terminé el guión con seis meses de haber empezado. Me estaba graduando de la maestría en guionismo en Los Ángeles, y a Roberto Sneider, que es el director de Arráncame la vida, y que ahora hizo una película maravillosa que se llama Me estás matando Susana, un hombre profundamente generoso, le gustó mucho el guión. Cuando él se subió al proyecto, se volvió una película de verdad en muchos sentidos.
Él es el productor, y en realidad el motivo de porqué la película se hizo, no solo su padrinazgo, sino todo su trabajo.
Cuando terminaste el guión, ¿sabías que la querías dirigir tú?
Sí. Ya había escrito otros guiones, pero no era una cosa que sintiera absolutamente mía y más que de propiedad, de sentir que a eso yo le podía poner algo que nadie más le puede poner. Yo lo entiendo de un modo que nadie más la entiende. Finalmente, creo que es el director, que no necesariamente sabe más de lo técnico, no necesariamente sabe hacer el trabajo de los demás, pero es el que entiende la esencia de lo que se está contando mejor que nadie y entonces puede guiar a los demás a contar lo mismo.
¿Cuál es tu opinión sobre la escena actual de cine en México?
Creo que tendemos a ser muy catastrofistas y siempre la respuesta a esa pregunta es “todo es horrible”. Me parece que es al revés, estamos pasando por un momento de la industria fantástico, con una oferta de cine muy ecléctica que quizá la parte más comercial pueda molestar a la gente en términos de que no es la mejor película a la que le va mejor, pero al mismo tiempo en el mundo en el que vivimos, las cosas encuentran su audiencia porque están hechas así, o sea las cosas se han vuelto mucho más un asunto de nicho y esa es su virtud. Entonces es más fácil para un cineasta que, por decirlo de alguna manera, “tiene algo que decir”, que la gente conecte con eso; es fácil encontrar un público ya sea chico, mediano o grande, que conecte con lo tuyo y que te permita tener mucha honestidad en lugar de pelear en un ambiente de cine en donde las reglas fueran más rígidas o hubiera menos capacidad para optar por hacer cine de maneras distintas.
Puedes tener cine de muchos tipos, siempre tenemos la influencia de Hollywood, que sin duda es con la que más me identifico, pero toda la influencia del cine latinoamericano está en nosotros y sin duda el sello europeo también. Yo que trabajo en la industria gringa, sí noto que hay una sensibilidad especial por México, tenemos como una ventana abierta que está padre. La cosa que siempre es complicada es la distribución, la posibilidad o el medio para que tu película encuentre a su audiencia.
¿Cómo te fue con Las horas contigo en ese sentido?
Muy bien. La verdad es que tuvimos mucha suerte. No sé exactamente de números, pero en lo que nos fue muy bien, por lo menos en mi experiencia, muy egoísta si quieres, es que la gente que conectaba. Roberto y yo recibimos cartas con historias familiares súper intensas y gente contándonos cosas muy íntimas porque habían sentido una conexión con lo que habíamos puesto en la pantalla. Eso es una recompensa que no pagas con nada.
Si pudieras decirme que tu trabajo tiene un fin específico, ¿cuál sería?
Quizá sanar. Siento que la ficción, las historias, sirven de espejo y para tener experiencias que no puedes tener en la vida y hacer catarsis a través de ellas. Siempre me pasa que conozco un doctor y digo “Ay, ¡qué bueno! Gente útil, porque ya suficiente de gente que inventa cosas”. (Risas) Pero al mismo tiempo, la verdad es que las historias importan y marcan, estas historias me han marcado la vida y me han formado, y si yo puedo hacer eso por alguien en minúscula medida ¡qué maravilla!
Cuéntame sobre tu nuevo proyecto
Se llama Todo el mundo quiere a alguien. Bueno, no estoy segura cómo se va a llamar, se llama Everybody Loves Somebody porque era un guión que originalmente estaba escrito en inglés. Lo escribí hace mucho tiempo, hace como 7 años, y la verdad es que nunca pensé que se fuera a hacer, también fue un proyecto con muy buena estrella. El productor, Francisco González Compeán, me dijo por casualidad en una reunión que estaban haciendo muchas comedias románticas en México y me preguntó si tenía una. Le dije que tenía una completamente gringa, pero que la leyera. Todo lo que yo escribo termina pasando por el tema de la familia, entonces en esta historia los papás son muy importantes y se desarrolla entre el lugar donde viven la hijas y el lugar donde viven los papás. Originalmente, todo pasaba entre Los Ángeles y Ojai un pueblito hippie en California, pero como queríamoses y planes a futuro con lo que ana tan claro. do la vela en su vida, sus experiencias personales y planes a futuro con lo que que la familia fuera mexicana, ahora la historia es entre Los Ángeles y Ensenada: las hermanas viven en Los Ángeles y los papás viven en México. Y de repente, se volvió un súper tema por la experiencia migratoria de los méxico-americanos.
Yo vivo en Estados Unidos y tengo muy presente la idea de “What are you?” En la industria pasa mucho que de repente me llaman para dirigir una cosa de una narcotraficante súper intensa y malévola, y me dicen que soy perfecta para el proyecto y pienso “¿Por?” (Risas) “¿Qué de lo que he puesto en el mundo te indica que soy perfecta para este proyecto, además de que soy una mujer mexicana?” Entonces esta película se ha vuelto de pronto como un ejemplo padre de cómo vivo esa situación. Yo y muchísima gente.
¿Reescribiste un poco el guión entonces?
El centro de la historia no. En la producción siempre te vas encontrando cosas que vuelves específicas y se vuelven más interesantes. Incluso, la experiencia de cruzar la frontera (que yo nunca había hecho en coche), pues dices: “Ah, mira, este detalle está interesante. Lo vamos a poner porque está chistoso”. Así, las locaciones o los actores, todo te va informando y lo vas volviendo mucho más específico; pero no, la historia es básicamente la misma.
¿Ya la filmaste?
Sí, la filmamos en Ensenada en abril. Fue una gozada, la verdad de las cosas. Todo mundo debería ir a Ensenada, es un pueblo mágico. Y tenemos un cast padrísimo, Karla Souza y José María Yazpik. Es un triángulo, entonces la protagonista tiene al exnovio mexicano, que es Yazpik, y al nuevo novio gringo, que en este caso fue australiano, muy simpático. Armamos una familia padre, estuvo divertido.
¿Cuándo la vamos a poder ver?
Estamos terminando ahorita. La postproducción terminará en noviembre y estrenamos yo creo que por ahí en febrero, esa es la idea.
Cuéntame si hay alguna historia que sabes que en algún momento quieres contar.
¡Muchísimas! Acabo de terminar una novela que va a salir ahora en septiembre y tardé como diez años en escribirla, aunque no de manera constante, obviamente.
Se llama Todos los días son nuestros, y cada vez que una situación me parecía interesante o veía a alguna amiga mía decir algo chistoso, lo escribía, después lo ordené y se armó como un mundito de cosas que me parecían interesantes a mi alrededor que están puestas al servicio de una narrativa de ficción. Ahora que no tengo ese cuaderno ya, me da mucha ansiedad, porque todas esas cositas que oigo, ahora digo ¿a qué historia las meto?
Mi sueño en la vida, de infancia porque es un libro que leí a los 10 años y desde ese momento pensé que sería una gran película, aunque hoy pienso que sería una gran serie porque es un libro muy grande, es Mal de amores. Todo el tiempo lo voy pitchando por la vida, pero es un proyecto tan grande y tan caro que es difícil, sin embargo siento que algún día pasará.
Cuéntame de alguien con quien te gustaría trabajar en la industria.
Todos son directores, entonces no tendría manera de trabajar con ellos. Por eso lo de Roberto fue tan gozoso, porque es un productor prodigioso y un director increíblemente talentoso y generoso, y eso para mí fue un sueño, porque fuera de cualquier demagogia, a Roberto lo admiraba de toda la vida y que de repente fuera mi colaborador, fue como una maravilla. En Estados Unidos, me encantaría trabajar con gente como Nancy Meyers, Nicole Holofcener o Kathleen Kennedy. Básicamente productores con una trayectoria de buen gusto. Me parecería un lujo trabajar con ellos.
Alonso Ruizpalacios
Multigalardonado guionista y director, Alonso Ruizpalacios lleva en alto el nombre de México cuando de cine se trata. Su ópera prima, Güeros, dio la vuelta al mundo recibiendo aplausos y premios entre los que destacan 6 premios Ariel, incluyendo Mejor director, Mejor película y Mejor guión cinematográfico original, así como Mejor Ópera Prima en el Festival de Cine Internacional de Berlín. Mostrándose en todo momento sencillo y aterrizado, pero sobre todo apasionado por el arte al cual dedica su vida, Alonso comparte en las siguientes líneas un poco de su historia, de su visión del cine en nuestro país y de sus planes a futuro.
¿Cómo surge tu deseo por hacer cine? ¿Tuviste alguna influencia familiar?
Familiar no, para nada. Al contrario, mis papás son doctores; entonces fue pelear en contra de los deseos familiares. En mi escuela siempre hubo mucho teatro, ahí me empecé a meter y me apasioné por eso. Empecé a actuar y también dirigí mi primera obra, que escribí a los catorce años. Desde mucho tiempo atrás tenía claro que quería dedicarme a algo que tuviera que ver con todo eso.
¿Cuál es tu primer recuerdo con el cine?
Siempre iba mucho al cine con mis amigos. Mis papás me llevaban mucho también al Villa Olímpica. Pero la primera vez que me di cuenta que había alguien detrás de lo que estaba en la pantalla, que hacía todo eso, algo así como un director, fue cuando vi la película de Roger Rabbit. Tenía como ocho años y me acuerdo de haber pensado “eso es lo que quiero hacer”. En vez de querer estar en la película, me acuerdo de querer hacer la película. Después, como a los diez años, empecé a hacer películas con mis primos. Con una camarita casera que teníamos, hacíamos como películas de magia y cosas así. Hicimos muchos videos caseros, chafas, pero padres.
¿Luego tus papás aceptaron que querías dedicarte a eso o les costó trabajo?
Si les costó trabajo. Yo creo que a la fecha todavía me preguntan que de qué voy a vivir.
¿Por qué quisiste estudiar también actuación? ¿Te interesó en algún momento ser actor?
Cuando terminé la prepa descubrí la escuela de Ludwik Margules, un director polaco de teatro que fue maestro de muchas generaciones y una gran influencia para México. Fui a ver una obra de él que se llamaba Cuarteto y me enamoré de lo que hacía, de su manera de ver el teatro. Me metí a su escuela y estuve estudiando dirección de teatro durante dos años. Luego me fui a Londres a estudiar la carrera de actuación en la Royal Academy of Dramatic Arts (RADA).
Siempre supe que quería dirigir, pero entré a la carrera de actuación porque no había carrera de dirección como tal, y estaba muy interesado en conocer a los actores. Siempre fue la parte que más me gustó, conocer a los actores, dirigirlos, improvisar con ellos, hacer juegos y demás.
La RADA era una escuela muy buena, entonces, cuando me aceptaron, no sé como (risas), tenía que ir. Fueron tres años de estar en un conservatorio de teatro de la mañana a la noche, con 12 o 14 horas de clases al día, muy intenso.
¿Crees que el hecho de que seas el guionista de las películas que diriges aporta un plus al resultado de la película?
Sí, cien por ciento. Creo que tiene un lado bueno y un lado malo. Por un lado traes todo el tiempo los sombreros de escritor y de director, entonces de repente se vuelve difícil separar los roles. A veces llego arrastrando el proceso de escritura al proceso de dirección. Pero al mismo tiempo yo creo que es más orgánico, conoces las cosas de manera más profunda y las haces más intuitivamente.
También dirijo teatro, tengo una compañía. Cuando es teatro, casi siempre hago cosas de alguien más. Normalmente son textos que yo jamás podría escribir, entonces sientes que estás en buenas manos y tu trabajo es más el tema de la interpretación.
Pero es distinto: cuando tú lo escribes, sabes que el material no es tan bueno, entonces estás todo el tiempo cuestionándolo y rehaciéndolo. Hasta los propios actores no siempre le tienen tanto respeto al guión. Me pasó con una obra de teatro que hice el año pasado escrita con un amigo. La fuimos escribiendo en el proceso de ensayos; lo ensayábamos, lo cambiábamos un poco y luego nos íbamos y escribíamos de nuevo. Entonces los actores no le tenían nada de respeto al texto porque sabían que se estaba cocinando sobre la marcha.
¿Qué tan flexible eres cuando un actor quiere cambiar algo del guión?
Escucho, pero soy muy necio. Creo que es un arte que vas adquiriendo, saber escuchar… pero al final haces lo que quieres hacer. A veces entre directores se habla mucho de eso, de dejar que los actores hagan su toma, aunque sepas que tal vez no la vas a montar.
¿Qué te parece que hace falta en México para que quien haga cine no necesite elegir entre hacer cine comercial o cine para festivales?
No creo que sea una elección consiente. En mi caso nunca lo ha sido. Yo creo que si te preguntas eso de partida, estás mal, estás perdiendo. Siento que debes perseguir lo que sea que estés haciendo y luego alguien más se encarga de empaquetarlo y decidir si va para festivales o va para un público más comercial. Siento que si de entrada dices “Voy a hacer una película para festivales” o “una película comercial”, no va a ser muy buena, en ninguno de los dos casos.
No debería de ser esa la elección, ¿a eso te refieres?
Sí, o por lo menos no el punto de partida. El punto de partida debería de ser contar la historia que quieras contar, luego ves qué forma tiene, cómo la empaquetas y cómo la vendes. Creo que decidir entre esas dos opciones desde un principio no es buena idea.
Desde tu perspectiva ¿qué le hace falta a la audiencia mexicana para que el cine mexicano pueda avanzar del punto en el que se encuentra?
Yo creo que es una relación simbiótica entre los creadores de cine y el público. Y lo que hay en este momento es una falta de confianza mutua. Creo que el público en general no confía en el cine mexicano, no le interesa, pero creen saber que si van a ver cine mexicano van a ver algo aburrido, violento, etc. Y por el otro lado, creo que los directores, al pensar que nadie va a querer ver su película, hacen lo que quieren.
Yo estoy más a favor de la pluralidad en el arte. Para mí es un arte, no creo que nada más sea una industria del entretenimiento, pero tiene este otro lado de que es muy caro de producir y debe ser sustentable. Creo que debe haber todo tipo de películas, y celebro mucho las películas que están hechas para tres espectadores muy especializados, pero estas deben producirse de acuerdo con eso. No puedes esperar que el estado te de 50 millones de pesos para hacer una película incomprensible que nadie va a ver.
Es un tema difícil, pero creo que en general, respondiendo a tu pregunta, hace falta restablecer esta confianza mutua con buenas experiencias para ambos. También tiene que ver con reflejar algo de lo que nos rodea. Debe de existir una preocupación por contar algo con lo que la gente se vea reflejada y se sienta identificada.
Yo lo viví un poco con mi película, Güeros. En momentos, a pesar de que creo que fue un fracaso en taquilla, hubo proyecciones muy especiales. Por ejemplo, en el Festival de Morelia, muchos jóvenes se nos acercaron después de la función a decirnos que les había encantado conocer la Ciudad de México así. Cuando la proyectamos en la UNAM, también hubo una respuesta muy efusiva. Creo que hay algo mágico del cine que es el verte reflejado en la película. Cuando ves tu calle, tu colonia, tus costumbres, tus ideas o tus conflictos reflejados, claro que te entusiasma. Me parece que cuando eso dejó de pasar con el cine mexicano la gente comenzó a resentirlo y se creó esta división. Es un tema difícil.
¿Qué es lo que quieres contar tú a través de tus películas? ¿Cuál sería el objetivo final de hacer cine?
La película que estoy haciendo ahorita se trata del robo al Museo de Antropología en el 85. Me interesaba mucho hablar de la historia, pero también hablar del México de hoy. No tiene caso gastarse tanto dinero para hacer un documental histórico, para una curiosidad histórica, sino para hablar de algo que tenga que ver con el país hoy en día. A mí eso es lo que me interesa. Y más que tratar de decir algo previamente digerido, para mí es un proceso de exploración y descubrimiento.
Hacer una película debe ser un ejercicio de contacto con la realidad. Es un proceso de descubrimiento. Por ejemplo, en Güeros, le dije al crew antes de empezar que íbamos a hacer un viaje por la ciudad de México y si logramos conocer un poco mejor el lugar en donde vivimos, nuestra ciudad, entonces habremos hecho nuestro trabajo. Me interesa mucho la búsqueda de relevancia nacional o local.
Raymond Carver dice que el escritor debe traer noticias del mundo. Ese es su trabajo, recolectar noticias del mundo. Siento que hacer una película tiene algo que ver con eso, con reflejar algo reconocible del mundo, aunque sea fantasía, me importa generar identidad y un sentido de pertenencia. Me gustan las películas que te hacen sentir eso. Siento que Fellini hacía eso con los italianos, veían sus películas y se sentían más italianos (risas).
Dime alguien que admires de la industria o con quien te gustaría trabajar o armar un proyecto.
Admiro a muchos. Creo que hay una onda padre ahorita en México, una energía muy padre. Hay mucha gente creativa haciendo cosas, eso me es muy estimulante. Tengo un corto que acabo de terminar, con el que vamos a ir al Festival de Toronto, y se lo he enseñado a gente que admiro, porque creo que algo padre de México en este momento, es que no está tan estratificado. Nadie es inalcanzable. Si quiero enseñárselo a un cineasta más experimentado lo puedo hacer. Todos estamos en la misma búsqueda. A mí me gusta mucho lo que hace Gerardo Naranjo, Fernando Eimbcke, Rigoberto Perezcano. Hay mucha gente con la que me gusta trabajar.
Con el que más me entusiasma trabajar en México es con mi fotógrafo, Damián García, que creo que es el mejor fotógrafo del país. Además es una persona que lee mucho y hablamos no nada más de dónde vamos a poner la cámara o qué lentes vamos a usar, sino del drama, de la historia, de qué estamos contando y por qué.
Cuéntame un poco del reconocimiento. ¿Qué tanto cambia tu visión de la película que era Güeros cuando la escribiste y después de tener todo el reconocimiento que tuvo?
Supongo que el éxito es malo. Creo que algo padre de Güeros fue la completa libertad y falta de expectativas en la que fue hecha, en todos los sentidos. Nadie quería filmar esa película, la llevé a muchos productores y nadie me hizo mucho caso y esto, creativamente, te pone en un lugar muy bueno porque no tienes nada que perder.
Es algo relativo. Por supuesto que agradeces que le haya ido bien, menos mal que alguien la vio, pero sí creo que es sano el tratar de no pensar demasiado en eso. Supongo que en algún punto es inevitable y todos somos personas vulnerables: si alguien te dice que le gusta tu trabajo, entonces te vuelves más consiente de eso, pero trato de no ponerle mucha atención.
Además hay muchísimos festivales y cada año alguien gana el mismo premio que ganaste tú. Los premios quieren decir que tu película le gustó a un grupo de gente y ya. Más bien, lo difícil es no perder eso de vista, saber discernir y pensar que hay películas increíbles que nunca han sido premiadas y hay películas horribles que han sido premiadas miles de veces. Creo que lo importante es mantener la perspectiva. Se vuelve difícil, pero es un ejercicio constante. Yo me considero bastante tímido, entonces no me gusta mucho ese rollo. Lo que me gusta es hacerlo. Me gusta en tanto que me permita seguir haciéndolo.
Güeros es una película en blanco y negro, con un formato diferente al que estamos acostumbrados, ¿todo esto lo decides desde el momento en que estás escribiendo el guión o sobre la marcha de la filmación?
Creo que es mitad y mitad. Cuando hice mi compañía de teatro con dos amigas nos fijamos como unos mandamientos de que la compañía era para experimentar en la forma y nunca terminar la obra, siempre estar cambiándola. Incluso en las funciones siempre cambiábamos las cosas. Antes de empezar con la película venía de un proceso de un montaje que hicimos que se llamaba El Beso, tal vez lo más bonito que he dirigido hasta ahora. Fue muy natural seguir con ese proceso en Güeros en donde la mitad estaba muy planeado, pero dejábamos una gran puerta abierta a la improvisación.
Esa película se hizo así. La escribí y reescribí miles de veces. Trabajé muchos años en ese guión, primero solo y luego acompañado. Fuimos a un taller en Madrid de la Fundación Carolina para reescribir el guión. Pero sabía que no iba a filmar exactamente eso sino que tenía muy marcado dónde íbamos a improvisar. El cine nació con el documental, lo primero que se grabó fueron escenas documentales. Una película siempre es un documental del momento en el que se está filmando.
Por ejemplo, en mi película, hay una escena donde llega un vago con el güero y empiezan a platicar. Ese no era un actor, fue un señor que llegó a buscar chamba con nosotros y se la ofrecimos frente a la cámara. Hubo muchas escenas así, de improvisación. Regresando a la pregunta, tenía una película completa y muy clara, pero es casi más importante lo que haces improvisando. Y no puedes improvisar si no estás preparado. Un maestro siempre decía, “Haz un guión de dirección completo, en donde no dejes nada sin haberlo pensado y después no lo uses”. Sólo así puedes improvisar.
Fuera de la película que estás haciendo ahorita, ¿hay alguna historia que tengas en mente que aún te gustaría contar?
Sí, tengo dos. Una ya la estamos haciendo, la estamos desarrollando paralelamente a la del museo. Es una historia basada en una obra de teatro que se llama La Cocina, de Arnold Wesker. Cuando estuve en Londres, trabajé mucho tiempo como mesero en diferentes lugares y un tiempo trabajé en una cocina en el Rain Forest Café, una de esas trampas para turistas, y la obra de Wesker retrata la vida de los migrantes en una cocina. Los actos son los momentos laborales del día: la mañana, la preparación, el rush del lunch, el descanso y luego el rush de la tarde. En realidad, es una obra sobre el monstruo aplastante del capitalismo y cómo el individuo desaparece ante esa cadena de trabajo despersonalizada. Esa la vamos a hacer el próximo año.
Otra, es un sueño más lejano, y es un documental sobre “El Tigre” Azcárraga. Es un personaje fascinante. Se trata de rastrear un poco el origen del nacimiento de Televisa. De ver en qué momento la televisión se hace privada y se venden las únicas dos concesiones de televisión a estos magnates y los intereses educativos del Estado se vienen abajo por intereses económicos, entonces ahí se siembra toda nuestra educación sentimental, en los melodramas. Me parece un personaje muy interesante, cabrón pero carismático, brillante. Podría ser una buena película, pero se necesita mucho dinero y muchos abogados. (Risas).