La capital del reino nepalés jamás fue conquistada por Occidente. Su fortaleza, una que sobrepasa los límites de la razón, mantiene a flote el armonioso caos de una ciudad que resulta casi tan mística como fascinante. Katmandú se levanta, sonríe y con humildad divina nos abre las puertas a otro mundo.
Hay algo de revelador en el primer encuentro con Katmandú. Como si se tratara de llegar por vez primera, no a la capital de una tierra llena de misterios y excepciones, sino a otro mundo. Uno que jamás fue colonizado por el imperialismo europeo, cuya bandera de forma rebelde anticipa la ruptura con toda convención y donde los cientos de miles no existen porque, en su lugar, se cuentan lakh, unidades de 1,00,000 por si acaso la explicación aclara algo. Cada paso en la capital nepalesa supone un descubrimiento y decenas de preguntas para las que nuestra egocéntrica noción de lógica, fascinada, no encuentra respuestas. Simios que se pasean con alevosía por espacios sacros, deidades infantiles recluidas en palacios centenarios y cremaciones que constituyen actos de interés público, componen la cotidianidad enigmática de Katmandú.
Esta ciudad no enamora a primera vista, lo hace al develar sus secretos. Nunca se sabe detrás de qué edificio a medio construir descansa disimuladamente un refugio divino. Entre plazas decadentes de ladrillo pelado y calles donde todo motociclista es partícipe de acrobacias mortales, la gran ciudad nepalesa resguarda sus joyas. Vestigios de la realeza, estupas enigmáticas y templos colmados de banderas de colores dotan a Katmandú de una poderosa mística, como casi todo en la ciudad, indescifrable. Ojos bien abiertos – Es obra divina, me dice un local cuando pregunto cómo se cruza la calle sin morir atropellado en el intento. Solo se cruza, así, con confianza. Después de todo, la divinidad no le quita la mirada de encima a Katmandú ni siquiera para guiñarle el ojo. Tallada en madera, grabada en joyería y pintada en estupas, la mirada de Buda custodia la ciudad y a su gente. Y no es del todo un decir: los ojos de la sabiduría se han convertido en un emblema nepalés que, aun con sus orígenes religiosos, son motivo de identificación nacional. Guiarse por esa mirada en Katmandú garantiza, si no cruces exitosos, al menos el descubrimiento de dos estupas que en más de un sentido son divinas: Swayambhunath y Boudhanath.
La primera, conocida también como el “templo de los monos”, se encuentra sobre una colina al oeste de la ciudad. Para entrar a Swayambhunath se debe pagar 200 rupias que se destinan al cuidado un lugar, al que la traducción templo, con su connotación de espacio silencioso, sobrio y alejado de todo rasgo de cotidianidad, no hace justicia. Cientos de escalones (365, para ser exactos), altares y escenas del diario separan la cima del lugar más cercano al que se puede llegar en taxi. Pintores trabajando a puertas abiertas y hombres jugando ajedrez entre paredes colmadas de máscaras de madera detienen sus actividades cuando, al pasar alguien cerca, juntan las manos y bajan la cabeza para enunciar un namaste que apenas se escucha.
A toda postal hay que sumar la presencia de changos, en ocasiones por docenas, que justifican el sobrenombre de la estupa. En la cumbre, fieles de diferentes corrientes del budismo e hinduismo colocan inciensos, ofrendan monedas y giran los cilindros de oración que rodean la base de la estupa. Otros, locales incluidos, disfrutan el doble espectáculo que se suele presentar en simultáneo: una vista panorámica inmejorable de Katmandú y el momento en el que un chango, con pretensiones fotogénicas, arrebata su celular al primer confiado que peca de inocencia. Entre plegarias, miradas de asombro y una paz que cala hasta al mayor de los escépticos, un mundo de monjes tibetanos, artesanos locales, devotos y viajeros asombrados coexisten en las alturas resguardados por la mirada de Buda.
A Boudhanath ninguna montaña la aparta de la ciudad. Es más, está en el caótico corazón citadino de Katmandú entre escuelas, hoteles y puestos improvisados de mercado que lo mismo venden verduras que escobas. Y ante toda probabilidad, en una ciudad un par de semanas en la ciudad y, ya que no se puede precisar con exactitud qué y cuándo estará abierto al público, tener mucha suerte. Por eso resulta intrigante que, rodeado por torres que prometen vistas panorámicas y templos que presumen labrados newa considerablemente más ostentosos, el modesto Kumari Bahal sea uno de los sitios más visitados. La razón de su fama está resguardada al interior del palacio. Tan bien resguardada, que tanto las visitas como los locales extrañamente pueden verle y se conforman con una minúscula posibilidad o con una historia poco convencional.
Dentro de este palacio vive una deidad, pero no se trata de cualquiera. Durga, la diosa de la destrucción y los sacrificios reencarna, de acuerdo con la tradición nepalesa, en una niña newarí de una casta específica, la de los shakya. No cualquier niña puede ser elegida para la labor, de hecho, tiene que pasar por un montón de pruebas que incluyen desde la virginidad hasta la similitud de ciertos rasgos físicos con los de animales. Una vez elegida, Kumari se traslada acompañada de su familia al palacio donde pasará el resto de sus días divinos. En un par de ocasiones ceremoniales y festivas al año se le permite salir; por lo demás, tendrá que conformarse con las visitas esporádicas de los mortales: otros niños con quienes jugar. Una vez que menstrua, la deidad abandona el cuerpo de la adolescente que, sin haber aprendido a hacer las labores domésticas, tiene un futuro poco prometedor en el mercado de los matrimonios arreglados. Eso sí, lo bailado divinamente nadie se lo quita.
Dejarse llevar
A lo lejos, el Bagmati parece un río citadino como cualquiera, acompañado de banquitas, bardas y puentes peatonales. Es, donde una pagoda delata la presencia
del templo hindú Pashupatinath, un río muy concurrido. A unas cuadras se pone un mercado, en la orilla se sientan familias que sacan comida de bolsas y cada tanto se ven vendedores que, a la espalda, cargan hojas y ramas secas para las que los locales seguramente encuentran mejor significado. Es una escena llena de rasgos típicos de la cultura nepalesa, pero en general, también la de cualquier ribera citadina. En algunas se instalan pasteleros artesanales, en esta vendedores de abir, como se llama a los polvos de colores utilizados en ritos y festejos nepaleses; en algunas se presentan estatuas vivientes, aquí hombres de peinados peculiares y caras pintadas a los que se les paga para que, entonces sí, posen gustosos para una foto. Son los controversiales sadhus, monjes hindúes que viven regidos por el principio de austeridad. Inesperadamente, la esotérica tranquilidad que impera a orillas del río se convierte en otra cosa. La gente abre paso a un grupo de personas que lleva un bulto en brazos y Los changos, que de por sí no se muestran felices con la presencia humana, se alebrestan más con el ajetreo. No es cualquier cosa la que llevan cargando. Al morir, los cuerpos de los hindúes son incinerados y sus restos se depositan en los ríos sagrados. Cerca del 90% de la población nepalesa practica el hinduismo y con un millón de habitantes viviendo en Katmandú, el Bagmati no descansa. La persona que ha muerto no es un ciudadano ordinario, está del lado del río que se reserva para la gente acaudalada y reconocida. Todos pueden ver el cuerpo recostado, cubierto con un pedazo de tela, al que el agua apenas salpica los talones. Mientras que el fuego crece, del lado del río adonde todos tienen acceso se ven personas ofrendar flores. Flotan en el agua como la vida misma, que el río se lleva consigo en un acto público. Para los nepaleses, uno más del ciclo de la vida.
La reconstrucción de Nepal
Los terremotos de abril y mayo sacudieron a la capital nepalesa. Muchos de los complejos culturales y templos quedaron destruidos o considerablemente dañados. Para Nepal, el turismo es una de las principales actividades económicas y se cuenta con ello para poder reactivar la economía nacional y así reconstruir la ciudad de los santuarios. En junio pasado, seis de los siete complejos de Katmandú incluidos en la lista de patrimonio cultural de la UNESCO reabrieron sus puertas. Muchos de los edificios aún necesitan trabajos arduos de restauración y es necesario seguir las instrucciones para visitar los santuarios en aras de evitar accidentes. Así, con más precaución que ausencias, Nepal se reconstruirá poco a poco.
SITIOS DE INTERÉS
Monasterio Kopan
Templo Pashupatinath
The City Museum
MÁS INFORMACIÓN
Logística, itinerarios, actividades y recursos útiles disponibles en la
Organización de Turismo de Nepal.
[toggle Title=”DÓNDE DORMIR”]
Dwarika’s Hotel
De todos los santuarios en Katmandú este es el más reciente y también el menos conocido. Se trata de una joya artesanal newarí, un edificio que si bien se construyó de cero en el siglo pasado, se diseñó a partir de una colección de puertas y ventanales de madera talladas a mano hace varios siglos. Dwarika’s Hotel es la propiedad más exclusiva de la capital nepalesa y una de las muestras de arquitectura newarí más completas del mundo. También, el hogar del taller donde se restauran piezas centenarias de grabado newarí que, de otro modo, seguramente terminarían como leña en una fogata, situación que no es del todo impensable en Nepal. La oferta hotelera de Katmandú es contada, pero aun si no lo fuera, esta sería la opción ideal para los viajeros que buscan un encuentro con la cultura local. Con desayunos que incluyen momos (la versión nepalesa del dumpling), espacios comunes en los que descansan esculturas divinas y Krishnarpar, el restaurante de alta gastronomía nepalesa más famoso de la ciudad, Dwarika’s Hotel se devela como el último de los santuarios nepaleses. El único en el que, afortunadamente, se puede pasar la noche.
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[toggle Title=”CÓMO LLEGAR”]
El aeropuerto internacional de Katmandú es el único de Nepal que recibe formalmente vuelos de otros países. Aunque su conectividad con Asia y el Medio Oriente no es limitada, llegar desde México implica al menos dos escalas. Algunos de los grandes aeropuertos que ofrecen vuelos a Katmandú son Abu Dabi, Delhi, Doha, Estambul, Hong Kong, Seúl y Singapur.
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[toggle Title=”DÓNDE COMER”]
Krishnarpan
D. Battisputali
T. +977 1 447 9488
dwarikas.com/dining/krishnarpan
Fire and Ice
D. 219 Sanchaya kosh Bhawan, Tridevi Marg
T. +977 1 425 0210
Café de Patan
D. Mahapal, Patan
T. +977 1 553 7599
Kaiser Café
D. Kaiser Mahal, Tridevi Marg
T. +977 1 442 5341
gardenofdreams.org.np/kaiser-cafe
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