Las elecciones presidenciales en Argentina solo presagian más crisis económica y social, algo recurrente en el país sudamericano.
Argentina es un país hermoso que en las últimas décadas parece predestinado a un ciclo de crisis económicas y sociales. No importa si lo gobierna la izquierda o la derecha, en algún momento el polvorín explota. Ante las próximas elecciones presidenciales, que parecen ya tener un ganador, el panorama no parece ser distinto.
A mediados de agosto, en las primarias –que pueden considerar- se casi una primera vuelta de las elecciones– Alberto Fernández, alfil de la expresidenta Cristi- na Kirchner, ganó con 47% de los votos al actual presidente de derecha Mauricio Macri, quien sacó a Kirchner del poder. En resumen, eso significa que el kir- chnerismo, ligado a la izquierda, tendrá el poder de nuevo.
Esa semana, tras la derrota del candidato de derecha, la Bolsa de Valores cayó casi 38% y el dólar se disparó en el mercado cambiario local. La reacción de los inversores fue de pánico. Fue un clavo más al ataúd financiero en el que Argentina ya había ido metiéndose en los años anteriores.
Macri perdió en gran medida porque su política económica hizo agua y, desde 2018, el país está sumido en la recesión. Hoy ya está en una situación límite: una deuda que se acerca al 100% del Producto Interno Bruto, uno de los índices de inflación más altos del mundo (50% este año), más de un tercio de la población en la pobreza, desempleo arriba del 10.1% y el consumo a la baja.
Además, la incertidumbre que el próximo presidente Fernández genera en los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, mete más ruido al futuro del país. Se habla, incluso, de la posibilidad de que nuevamente se implemente un “corralito” financiero en los siguientes meses.
Esa palabra desata mucho miedo en Argentina. Implica, explicándolo de forma sencilla, que las empresas y la gente no pueden retirar su dinero de los bancos o fondos de inversión. Hasta el cierre de esta edición, ya había ocurrido una salida masiva de dinero de los fondos, que había obligado a algunas gestoras a informar de la suspensión temporal de los reembolsos.
Fue en 2001 cuando se implementó este “corralito” durante casi un año para evitar la salida de dinero del sistema bancario y así evitar su colapso. Fueron tiempos muy difíciles para los argentinos, pues esa crisis desencadenó la renuncia del entonces presidente y de otros más que tomaron el puesto en los siguientes meses.
18 años después, una nueva crisis parece ser inminente. La Iglesia católica pidió ya a Macri que declare la emergencia alimentaria y nutricional. Le advirtió al presidente que el Estado debe repartir alimentos gratuitos a las familias con hijos pequeños y subir cuanto antes el presupuesto de la red de comedores populares. “Ante el aumento indiscriminado del precio de los alimentos de la canasta básica, nos encontramos en una situación de emergencia alimentaria y nutricional”, le advirtió la Iglesia.
Las organizaciones sociales que se forjaron durante esa crisis de 2001 y 2002, ya han estado saliendo a las calles de Buenos Aires para manifestarse y exigir medidas ante la crisis. El problema es que Macri sigue gobernando, pero sabe que ya se va, y Fernández y el kirsch- nerismo solo pueden esperar hasta poder tomar las riendas del gobierno.
Una nota de Enric González, del diario El País, resume bien la situación: “Parece como si ambos bandos pensaran que cuanto peor, mejor. Macri, que quizá ya solo aspira a permanecer en el cargo hasta el 10 de di- ciembre, podría preferir dejar a su sucesor una herencia de tierra quemada, para facilitar su futura tarea en la oposición. Fernández podría pensar que asumir en plena crisis desboca a le facilitaría la adopción de medidas duras e impopulares. Es imposible conocer la estrategia de Macri y Fernández, porque la fluidez de la situación les obliga a improvisar”.
Mientras tanto, los ciudadanos solo pueden esperar y exigir. Argentina, un país hermoso que parece destinado a grandes crisis cíclicas gracias a sus gobernantes.
Texto por: MAEL VALLEJO
Editor de Post Opinión en The Washington Post. Ha sido director editorial y editor general de diversos medios. Premio Nacional de Periodismo 2017.
Ilustración por: Camila de la Fuente