En junio de este año, el artista oral Azuma Makoto viajó a México para instalar una escultura monumental en una plaza abandonada. En contraste con la decadencia y el descolorido del tiempo, la composición de casi tres metros de altura iluminó el espacio y revivió –al menos por unas horas– el pasado olvidado del lugar. Dalias, heliconias, amaranto, nopales y, por corona, un agave amarillo. En nuestro país, como lo hace alrededor de todo el mundo, el artista eligió ores y plantas de la naturaleza local.
Azuma Makoto nació en Fukuoka, al sur de Japón. Estudió Derecho, pero como siempre estuvo más interesado en la música que en las leyes, tuvo que buscar una opción que le permitiera vivir y hacer lo que realmente le apasionaba. “Mientras me dedicaba a mi banda empecé un trabajo de medio tiempo en una florería. Ahí me encontré con la belleza de las flores por primera vez”.
La misma sensibilidad que tiene ante la música es la que le ha permitido desarrollar su gusto y creatividad con las plantas. “Al igual que cada rosa tiene características únicas, un sonido es distinto de otro, dependiendo del estado de ánimo del músico y de las condiciones del entorno. Considerar esos elementos, ponerlos juntos para componer una pieza con la que expresarte, implica básicamente el mismo proceso en la música que en el arte floral”.
En la instalación que realizó en Acrópolis, un Centro Comercial del Estado de México abandonado desde 1994, ese proceso fue claro. Una torre de vida y colo- rido vegetal se suspende sobre ruinas misteriosas; por un instante, se hace el silencio; pétalos y tallos, en combinación única e irrepetible, pero también fugaz. Tras unas horas de instalada, la escultura se desmonta y el espacio queda nuevamente desolado. “Elegí ese lugar por el entorno decadente y sus detalles arquitectónicos, los necesitaba para contrastar la naturaleza vibrante e intensa de las flores”.
Makoto ha trabajado en todo el mundo. Con su serie Shiki, durante 10 años fue instalando un pino blanco japonés, sostenido por un marco cúbico, en lugares que naturalmente habrían sido imposibles: dunas de arena, una cascada, un géiser, un glaciar y un bosque de nieve. Llevando esta idea al extremo, en 2018, el artista envió tres piezas a la estratósfera en colaboración con la JP Aerospace de California. Mediante globos de helio gigantes, un árbol bonsái y un par de bouquets de orquídeas, iris y lilis, volaron a casi 30 mil metros para desintegrarse en el cielo.
“La tecnología es fundamental en mi trabajo. Primero, porque me ha permitido trabajar con plantas de otros lugares del mundo, a las que naturalmente no tendría acceso. En segundo lugar, porque me abre un mundo de posibilidades, opciones e ideas en la creación, para transformar las plantas en arte”.
Además de proyectos que contradicen el estado natural de las cosas, Makoto ha realizado montajes que llaman la atención sobre las cualidades de la morfología vegetal. En Flower Loupe invita a mirar detenida- mente los detalles de una flor, así como en Flowers retrata no solo la vista superior de sus bouquets, sino también las raíces que dieron vida a la fuerza, el colorido y las texturas que nos deleitan. En 2016, la galería Chamber, en Nueva York, expuso su colección Polypore, seis esculturas botánicas en las que unió hongos de árboles viejos de Japón con oro, platino y cobre para envolver su naturaleza con una apariencia distinta.
“En los últimos años, Shunsuke Shiinoki [el fotógrafo con el que ha trabajado desde hace dos décadas] y yo hemos buscado capturar la historia de vida de las flores mediante videos timelapse”. Su nivel de experimentación trasciende lo estético y, más allá de la implementación tecnológica, apunta constantemente a conceptos humanos. Por un lado, la transitoriedad de la vida y lo efímero de la existencia; por el otro, la importancia de la alegría y del contacto con los demás.
Para él no se trata solo de recorrer el mundo en busca de flores o espacios llamativos, hay que conocer el sitio y relacionarse con su gente. “Sin duda, las plantas dicen mucho del lugar donde crecen y de las personas que las cultivan. Yo uso plantas endémicas de los luga- res donde trabajo. Cada país y cada región tienen su propio mercado de plantas. Ya sea en zonas montañosas, en lugares tropicales, países ricos o pobres, disfruto mucho visitarlos y sentir la atmósfera local. Me ayuda a inspirarme”.
En 2017, para la inauguración de la Casa de Japón en São Paulo, echó a andar 30 bicicletas florales que conformaban un jardín itinerante. La idea era generar una intervención en el paisaje urbano y sorprender a los transeúntes sacudiendo su rutina. Regalar las flores al final de cada instalación es parte fundamental de su proceso, pues haciéndolo considera que logra compartir y esparcir la experiencia de su arte.
De belleza inusual y elegancia exótica, su talento ha sido reconocido en el ámbito artístico, del diseño y del arquitectónico. Muestra de ello son sus colaboraciones con Fendi en la pop-up boutique en Tokio; la colocación de 10 mil frascos de pétalos en las vitrinas de Colette, en París; y, hace un año, la elaboración de los tocados florales de Rihanna para la edición de British Vogue.
Llenas de frescura y energía, las composiciones de Azuma Makoto parecen contener apenas un estallido de mil colores. Estos días, el artista japonés trabaja en su proyecto Flower and Man y tiene planes de conti- nuar su serie Botanical Sculpture en Francia, Italia y Cuba. Vale la pena seguirle el rastro y, si viajas a Tokio, pasar a conocer su florería, Jardins des Fleurs, en el barrio de Aoyama.
“ YA SEA EN ZONAS MONTAÑOSAS,
EN LUGARES TROPICALES, PAÍSES RICOS O POBRES, DISFRUTO MUCHO VISITARLOS Y SENTIR LA ATMÓSFERA LOCAL. ME AYUDA A INSPIRARME”.
Texto por: Fernanda Escárcega
Fotos por: ©Shunsuke Shiinoki / AMKK