Uno de cada 135 millones 145 mil 920 personas se gana el Premio Mayor de la lotería en México. La estadística hace ver la imposibilidad de obtener la recompensa; sin embargo, como dicen, la esperanza es lo último que se pierde, la gente no deja de soñar en pegarle al gordo. La última Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares, realizada por el INEGI, revela que a nivel popular los mexicanos gastan unos 136 pesos anuales en juegos de azar; no mucho, pero cuando se contrasta con los 276 pesos anuales de gasto en libros, suena el teléfono rojo. Esto se da por diversos factores sociales, pero ese es otro tema; en esta edición hablaremos de las extrañas supersticiones o manías que gente de distintos lugares en el mundo guarda hacia el sueño de ser rico.
Alex Coltrane, de Detroit, Michigan, tiene 50 años y es un creyente empedernido; lleva dos religiones: la católica y el juego de azar. Ha comprado billetes de lotería por 31 años y en 1989 ganó un millón de dólares. Todos quisiéramos tener esa suerte al menos una vez en la vida, pero para Alex más bien fue una maldición, ya que esta situación le dio confianza para seguir apostando. Se fue a Las Vegas con la convicción de que podría ganar el doble, dice que un sentimiento de total confianza en su suerte inundó su mente. “Me sentía con mucha seguridad y entré a cada casino de la ciudad, nunca imaginé que pudiera perder tanto dinero tan rápido. En menos de un mes ya no tenía nada, gasté en todo lo que puedas imaginarte, desde alcohol hasta la renta de un Ferrari, descuidé a mi familia y me abandonaron”. Arrestaron a Alex por agredir al crupier en la mesa de blackjack. “Me sentí frustrado cuando malgasté los últimos 2,000 dólares y perdí la cabeza”. Alex se mantiene ahora gracias a la seguridad social, está consciente de que precisa ayuda para dejar la adicción al juego, pero sigue invirtiendo cada semana en un billete de lotería, mismo que lleva a bendecir con agua bendita en su iglesia local. In God we trust?
Otra historia menos extremista la encontramos en España, y es sostenida por el comerciante Emilio Azcón. Él ha heredado la tradición familiar de comprar sus décimos año tras año para jugar su suerte cada 22 de diciembre y aspirar a pegarle al Gordo; este sorteo tradicional tiene lugar en el Palacio de Congresos y lleva 200 años sin interrupción, ni siquiera la Guerra Civil lo pudo sesgar. Desde que era niño, Emilio ha viajado a Sort, una localidad y municipio de la provincia de Lérida en Cataluña y adonde cientos de compradores peregrinan por la creencia de que dicha región trae fortuna. Este año el Gordo repartirá 2,240 millones de euros. Emilio nos revela que hace años adoptó una creencia propia para tener más suerte cada año, consiste en que un día antes del sorteo pone a su billete de lotería tres gotitas de anís, pues dice que era la bebida que más le gustaba a su abuela ya fallecida, justo la persona que más le indujo a tener esta tradición de buscar abrazar ese premio obeso. El número de gotas es por el nombre del padre, el hijo y el espíritu santo.
De Cataluña a Quito, nos responde muy amable Daniela Trejo. Ella compra sus billetes de lotería –o como se les dice allá, “guachitos”– con la señora Leonora, una mujer que vende la suerte en un carrito de supermercado; también vende billetes antiguos de colección. Daniela dice que siempre ha sido supersticiosa y que la suerte está en el proceso. “En mi casa, por la noche, pongo una imagen de San Cayetano con una ramita de perejil. También pongo un poco de sal marina debajo de la cabecera de mi cama. Después hago ejercicio mientras pienso en ganar el premio, así quedo agotada y tengo probabilidades de dormir profundamente. Esto lo hago con el objetivo de soñar en un número y cuando lo logro, es el que elijo para jugar; por ejemplo, si sueño con el 94, es esa cifra a la que apuesto, así como al 49, también al nueve y al cuatro”. Daniela pone el dinero que va a invertir en un sobre rojo al lado de la imagen de San Cayetano y prende una veladora, ella asegura que si la flama está firme y erguida quiere decir que es un buen momento para jugar, si no es así, decide esperar. “Cuando estoy segura voy a comprar mi boleto y me visto de color amarillo, además pego una moneda en mi ropa interior, así evito las malas energías, las envidias o los pensamientos negativos; digamos, no contamino la suerte”. Por último, toma té verde caliente, pues para ella, la infusión hace que el espíritu esté receptivo y concentrado el día en que se juega la suerte. Sin duda se precisa demasiada energía y fe en el juego, para hacer este desgaste supersticioso.
Finalmente, llegamos a nuestro México lindo y querido, donde hay mucha espiritualidad y supersticiones. Debajo de un árbol está Don Celestino, quien se resguarda de las extensas lluvias que hemos tenido en esta temporada. Con su mano derecha sostiene una jaulita amarilla y dentro tiene a uno de estos canarios de la suerte –las famosas “gurruminas”– que eligen papeletas al azar que llevan escrito lo que aparentemente va a pasar en el futuro de las personas que le piden ver su destino. El ave se llama Francisca, y cada vez que su dueño le habla con un tono cariñoso mueve la cabeza con rápidos movimientos hacia él. Don Celestino gusta de jugar a la lotería, y ahora se está concentrando en el premio Gordo de Navidad, que se celebrará el 24 de diciembre y ofrece un premio principal de 150 millones de pesos en tres series. Se dice que uno de cada cinco gana algún premio o reintegro y que por 100 pesos de inversión –lo que cuesta “un cachito”– se puede ganar hasta 2.5 millones de pesos. “Una vez me gane 1,500 pesos, los números los escogí por medio de Francisca. Lo que hice fue sacar todos los papelitos que dicen la suerte y a cada uno le puse un número, escribí del 1 al 52, y le pedí a mi pajarita que sacara dos papeles; uno tenía escrito el número 14 y el otro, el 8; aposté con esos números y gané”. Desde entonces, Don Celestino gusta de comprar, al menos una vez por semana, un billete para medir su suerte; por supuesto, su amuleto, además de su fuente de trabajo, es Francisca, su querida compañera alada.
Otro caso es el de Gloria Jiménez, una de las pocas mujeres taxistas de profesión y quien trabaja en un sitio al sur de la ciudad. Ella juega a la lotería cada martes y tiene una peculiar manera de escoger las cifras para jugar: medirse la presión. Gloria es hipertensa y una de las cosas que hace frecuentemente es tomarse a sí misma la presión; de hecho, tiene un presurómetro semiatuomático para monitorearse continuamente (en el día y la noche). Lo que hace es que cuando percibe un día de suerte en la semana, anota las medidas sistólica y diastólica de su presión, invierte el orden de los números que registra y juega a esa cifra. La taxista asegura que nunca se ha quedado en ceros al jugar su suerte y que, por el contrario, casi siempre, al menos, gana el reintegro del boleto. ¿Será que sus arterias y la sangre que impulsan llevan torta bajo el brazo?
La lotería es la prueba de que la mayoría de los seres humanos creen en el azar y desean ganarse un premio mayor, ya sea de dinero o un lugar en el cielo, ¿pero será que Dios juega a los dados?