La Loire es sinónimo de castillos. Comprende 280 km de la región central de Francia, donde la realeza se estableció y construyó sus palacios. Toma su nombre del río Loira y es considerada la cuna de la lengua francesa. Su mayor atractivo, aparte de las 87 apelaciones de vino que ofrece, son sus majestuosos castillos.
La aventura comenzó después de aterrizar en París al meter a seis personas (fotógrafo, productora, asistente, maquillaje y peinado, coordinador de moda y modelo), cuatro maletas de equipo y cuatro maletas de ropa en un camioncito con destino al Vallée de la Loire. Dos horas y media después llegamos al Domaine de Hauts de Loire, un pequeño castillo Relais & Châteaux en Onzain, donde nos recibió un mayordomo impecablemente vestido que nos ofreció queso, pan y vino deliciosos.
Tras una noche maravillosa, literalmente en medio de la nada, lejos de la locura de la ciudad, donde solo se escuchaba el silencio (lujo que ya pocos conocen), y un desayuno fresco y casero, partimos hacia el Château de Chenonceau.
Chenonceau tiene la peculiaridad de estar construido sobre el río, de ahí sus emblemáticos e icónicos arcos que se reflejan sobre el agua al amanecer para ofrecer una de las imágenes más extraordinarias de toda la región.
Llevábamos más de siete horas maravillados, trabajando entre paredes, laberintos y recámaras secretas, cuando de pronto apareció una señora con su hija preguntando —con toda humildad y discreción— si le permitíamos quedarse a vernos trabajar. Resultó ser Madame Menier, dueña del castillo, quien nos ofreció champagne para celebrar un día largo pero muy productivo y creativo. Chenonceau es el castillo más visitado en Francia después de Versailles, con la diferencia de que sigue siendo privado. Esa noche regresó todo el equipo al Château de la Bourdaisière para instalarse, ya que dormiríamos ahí las siguientes tres noches. La Bourdaisière es otro pequeño castillo privado donde la cocina se basa en sus propias cosechas y, especialmente, en sus tomates.
Nos recibieron con un coctel de apio y tomate sin alcohol (muy refrescante y vigorizante), seguido por una sopa de lechugas y hierbas del jardín. Sobra decir que todo estuvo suculento.
Esa noche fuimos a dejar a la estación del tren al coordinador y a la modelo y a recoger a otro coordinador y al siguiente modelo. Empezamos de nuevo, a las 6 am, pero ahora en el Château Royal d’Amboise. En Amboise descansan los restos de Leonardo Da Vinci. Amboise fue diferente porque no está tan decorado, lo que permite ver los rastros del paso del tiempo sobre los materiales; un lenguaje cautivador y místico. Allí tuvimos oportunidad de ingresar a lugares cerrados, como el ático donde se guardan muebles y tesoros. También pudimos bajar hacia las catacumbas por una rampa, la primera de su especie, inventada por Da Vinci para que las carrozas pudieran subir alrededor de 50 metros verticales desde el río hasta la cima de la montaña, donde se encuentra la entrada principal del castillo.
En la tarde nos trasladamos al Château du Clos Lucé, último hogar de Leonardo Da Vinci. Sin embargo, solo logramos hacer una foto ahí (con el modelo subiendo cómodamente los pies a la mesa de Leonardo, ¡con autorización de la guía, por supuesto!), ya que cayó un diluvio, así que no pudimos aprovechar el jardín de las invenciones donde guardan reproducciones de sus últimos inventos.
Después de una cena muy pictórica en el restaurante La Cave aux Fouées (¡no recomendado para vegetarianos!) regresamos a la Bourdaisière, después de cambiar modelos en la estación de tren una vez más.
El último día de trabajo en la Loire lo pasamos en el castillo Cheverny. En este lugar tuvimos la oportunidad de fotografiar a más de cien perros de cacería con nuestro modelo frente al castillo. Los castillos nos remiten inmediatamente a la fantasía, a los príncipes y princesas que tienen todo. Todos tenemos la fantasía de vivir en un castillo, tener cien- tos de sirvientes que se desvivan por nuestra comodidad y miles de doncellas hermosas que darían la vida por casarse con nosotros. La región de la Loire en Francia nos traslada a esa época, a esa fantasía. Solo que la fantasía se desvanece para dar lugar a una realidad tácita. Lo increíble de la historia es que para el Marqués de Vibraye y su familia esa es la realidad. Han vivido en el Château de Cheverny desde 1825. En 1922 abrieron sus puertas al público, organizando su vida privada en el ala sur del castillo y dejando el resto para que los turistas de todo el mundo tuvieran una probadita de la vida de la realeza. Hergé se inspiró en este castillo para la casa de Tintín en sus caricaturas; y, de hecho, tienen una sala que funciona como museo dedicado a esta historia.
Todo el viaje fue una experiencia fascinante, pero sin duda, estar con los más de cien perros de cacería que cooperaron (bueno, no tanto con el modelo) para lograr una foto, fue un momento espectacular.