Desde hace un tiempo me gusta dedicar el final de semana a explorar aspectos de la ciudad donde vivo. A veces quienes la habitamos, nos queda mucho por disfrutar y es que no es fácil caer en cuenta de todos los extraordinarios tesoros que aguardan por ser redescubiertos y disfrutados, desde una nueva perspectiva. Como bien se dice por ahí: “el verdadero viaje de exploración no consiste en visitar nuevos lugares, sino en ver el mundo con nuevos ojos”.
Una tarde en que me disponía a iniciar la expedición urbana, un gran amigo con quien comparto el gusto por el jazz, me pidió lo acompañara a la presentación de un nuevo libro. Aseguró mi compañía, al plantear la obra en cuestión, como una completa revelación para el mundo de la música nacional: El Atlas del Jazz en México. Por un instante dudé, ya que no quería perderme de una tarde callejoneando en el centro histórico, pero bastó con escuchar -Biblioteca Vasconcelos- para ponerme al volante, seleccionar mi playlist “latin jazz” y emprender el camino a la Colonia Cuauhtémoc.
La Vasconcelos era un sitio que había visitado tiempo atrás en su coctel de inauguración, y actualmente se encontraba en mi lista de “segundas oportunidades”. Una ocasión especial a la que acudiría con una gran compañía que me guiara en un viaje más profundo y enriquecedor, una que esa tarde había llegado de imprevisto. El trayecto se convirtió en el mejor preámbulo que aquella noche pudo tener, olvidé por unos instantes el lugar al que nos dirigíamos, todo por disfrutar de ese momento, en el que a pesar de la lluvia, el tráfico y el sonido de claxons provenientes de impacientes conductores, pudimos deleitarnos de agradable música, la cual sonaba en su máxima expresión. La mejor parte del camino sin duda fue la sensación de encontrarnos dentro de una especie de cabina silenciosa, pues gracias al sistema de “quiet tunning” de la camioneta, los fuertes sonidos de la caótica ciudad se bloquearon por completo. Nos encontrábamos ya muy cerca del destino final.
Al llegar, noté que el diseño del inmueble no seguía el estilo típico de un recinto cultural mexicano o de alguna otra línea claramente definida. Había escuchado que su estilo era interpretado como “brutalismo contemporáneo”. No comulgué con esa idea, pues su recibidor me acogió muy cálidamente. En un instante me percibí en el corazón de una estructura sencilla, delicada y esbelta, como un castillo de cristal. Cobijada bajo el esqueleto de una ballena jorobada y con el abrazo de una sinfonía de mármol, acero y cristal. Y, por si fuera poco, con el elegante remate del tintineo del platillo, marcando tiempos de jazz, ¡parecía como si los 570 mil libros que componen el alma de este lugar cobrarán vida al unísono y me transportaran a una novela de Merche Diolch!
Internarnos en la algarabía de todos aquellos que visiblemente disfrutaban de la jazz band que tocaba en vivo fue mi primer deseo, dirección que fue recompensada cuando de entre la multitud mi compañero fue reconocido por el arquitecto de tan imponente obra, Alberto Kalach. Quien habló sobre el recibimiento único que sólo una ballena te puede dar, haciendo una clara relación entre lo particular del lenguaje musical de estos cetáceos y los compases rítmicos que nos envolvían ahí, como una comunicación familiar, que hacía de ese momento un espacio único de reflexión; entre el arte, la cultura y la naturaleza. Alberto completó su relato afirmando que los restos del mamífero, habían sido encontrados en las costas de Baja California Sur y habían sido propuestos y curados como remate visual por el artista plástico Gabriel Orozco.
En efecto, la presentación del libro causó una ovación entre los asistentes, pero una más grande resonaba en mi interior por haber tomado un camino diferente aquella tarde. Al tiempo que, ayudada de los ritmos y las líneas estructurales del edificio, componía escenas musicales completamente surrealistas con mi nueva percepción de este espacio público. Una visión que no olvidaré gracias a la fuerza del jazz y al canto imaginario de una gentil ballena, que aunados a aquella noche de fiesta que presencie en este mismo recinto -en donde su anfitrión- el imponente y rico jardín botánico que circunda al edificio me recibió con los brazos abiertos.
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