Pocas oportunidades se tienen de estar cerca de los fotoperiodistas y de conocer las glorias y las atrocidades ante las que han estado parados, lo que sus ojos han visto y lo que su piel ha sentido como humanos. Si no nos hemos dado cuenta, son ellos los que han construido parte de una visión del mundo para nosotros, a veces sin ponernos a pensar en las huellas que sus fotografías dejan en ellos y lo que finalmente nos transmiten a través de ese trabajo.
Esa es la clave de la película La sal de la tierra (2014), filme dirigido por Juliano Ribeiro Salgado y Win Wenders para retratar la enorme belleza, el dolor y la furia detrás de la obra fotográfica de Sebastiao Salgado quien, en su búsqueda, se paseó por la humanidad enfrentándose con su realidad, o la de todos: aquella llena de frialdad y crudeza, totalmente deshumanizada; aquella que casi le hace perder la vista o no querer tenerla y compartirla, aquella que casi le hace perder la fe.
Esa misma falta de fe marcó el camino hacia su propio encuentro: abrir una puerta, darse una oportunidad de perderse en la naturaleza, y en esa pérdida, saber exactamente lo que buscaba: a él mismo y sus ganas de volver a creer.
Luego de un camino devastado con y por la gente, Sebastiao Salgado dejó de tomar fotografías que incluyeran personas y se renovó con eso, porque en algún momento se infectó con el producto de la enfermedad de esa gente que no alimenta a nadie, que estigmatiza a todos, que en su avaricia cosecha miseria, que en su rapaz intento por salvar algo, mata la vida, y casi se creyó muerto como aquellos que retrataba; pero no lo estaba y decidió vivir y contar el trayecto.
Es así como su hijo, Juliano Ribeiro Salgado, quien se refiere a su papá como “Sebastiao”, lo retrata empleando un Interrotrón que no nos ve, pero nos confronta en una reconstrucción de la naturaleza, y en ella, el reencuentro con nosotros mismos, pues da cuenta fiel de que somos naturaleza, pieza clave, pero que como humanos nos podemos equivocar aunque al final seamos capaces de reconstruirnos, de volver a creer en nosotros mismos.
La sal de la vida se vuelve un canto a la esperanza a través de imágenes reveladoras hermosamente enmarcadas por un relato con pinceladas de Win Wenders, quien en múltiples ocasiones entró en conflicto con el propio Juliano, y este a su vez deseó no volver a trabajar con el genio con el que finalmente logró terminar un documental que no sólo amantes o disidentes de la fotografía deben ver, sino cualquier persona que acaso crea que todo está perdido.