¡Se me prendió el foco! ¿Cuántas veces me he levantado así? Bueno, no en lunes, pero igual a la mitad de semana. Hoy me levanté iluminada. Llevaba días dándole vueltas a este artículo cuando, de repente, me acordé de una cita que tuve hace un par de semanas.
Clienta: “Pero hija, ¡yo nunca he vendido una idea! Es el trabajo que viene luego lo que cuenta”.
Yo: “Mis ideas no cuestan señora, ¡valen! Son el principio, el fundamento de todo proyecto”.
Estoy con mi socia haciendo una presentación para la remodelación de un lobby pequeño, cavernoso y setentero. Es un espacio rectangular, largo y obscuro en un edificio de los años 70, localizado en un eje vial en la colonia Condesa. El vestíbulo, como carta de presentación de un edificio, debe de hablar y estar acorde con la arquitectura. Este no es uno de esos casos.
En su estado actual, este lobby destella un aire de antigüedad, pues aunque es cónsono con su arquitectura, presenta graves problemas de materialidad, iluminación y ambiente en general. Está inundado de luz natural, pero aún así el espacio se torna cavernoso debido a la profundidad del espacio, del color de los materiales que en su mayoría son muy obscuros y las luminarias semi-empotradas que brillan mucho más de lo que alumbran. Me buscaron inicialmente para un cambio de iluminación, o de tecnología más bien. Al ir a visitar el espacio me di cuenta de que unos cuantos focos no iban a resolver este problema. Este lobby requería de una solución integral.
La iluminación responde al espacio, pues la expresión lumínica es el resultado de las intenciones arquitectónicas, de la materialidad del espacio, de la identidad, del uso y del ambiente que se quiere crear. Este espacio necesitaba urgentemente de una identidad renovada y, por ende, no podía ejercer yo sola mi trabajo.
Contacté a una amiga arquitecta especializada en interiores para que le diéramos vida al proyecto. No necesitamos mucho tiempo de plática con nuestra clienta para darnos cuenta que es un proyecto pequeño y sin mucho presupuesto. Nos piden que hagamos un pequeño resumen de las ideas para proponérselo a la junta de condominio. Como se trata de una amiga de la familia, accedimos y realizamos la propuesta a nivel conceptual y esquemático para que comenzaran las deliberaciones entre los habitantes del edificio acerca del proyecto.
La propuesta conceptual es sencilla, esquemática y cualquiera con un poco de imaginación podría ejecutarla, claro, con el riesgo de que se tomaran algunas libertades de diseño. La clienta no esta interesada en los próximos pasos; aprobación de la propuesta de honorarios, levantamiento del espacio, dibujos constructivos, detalles de ebanistería, especificaciones y por último, presupuesto. Ella solo quiere saber cuánto cuesta hacer el mueble, que es solo uno de los elementos de la propuesta. En esta etapa, como no hemos hecho un levantamiento formal, no estamos seguras de las dimensiones precisas de dicho mueble, y sin estas medidas no hay manera de cotizarlo. La propuesta es integral, pero todo se resume a pesos y centavos.
Esto es un tema en cualquier proyecto. En mi experiencia las personas prefieren pagar por un producto, una caja, algo tangible que usualmente viene en una caja con una ilustración, que pagar por ideas (aunque resulten en un set ejecutivo de planos que, en efecto, es algo muy tangible). Al final del día, las ideas se resumen en un presupuesto, en cómo reducir costos sacrificando la calidad, en las ingenierías de valor (que debo añadir, no se les da mucho valor, ya que por lo general la partida de iluminación es de las que más sufre y de las que siempre son recortadas).
Uno de mis primeros jefes, Howard Brandston, tenía una expresión buenísima, decía: “We are always counting dots for dolars” (siempre contamos puntos/luminarias por dólares). Cada bloque que representaba una luminaria en un plano implicaba a su vez un número, un costo y esa era la vara con la que se medían los proyectos. Es una parte inevitable del proceso del proyecto que, una vez enamoraste al cliente, este sonríe y con un brillo de emoción en sus ojos pregunta “¿y cuánto cuesta?”. Dependiendo del cliente o dependiendo de mi humor, he sabido sonreír al responder: “Esto no cuesta, vale”.
Al llegar con mi jefe a una presentación del Cuarto Modelo para un hotel en Cancún me presentan al project manager. Este me saluda y con una sonrisa un tanto cínica, exclama: “¡Ah! ¡Tú eres la que se va a quedar con este problema!” Imaginen mi cara mientras le estrecho la mano tímidamente y finjo sonreír tratando de disimular los mil pensamientos que corren por mi cabeza.
Llegamos a la bodega donde se construyeron los cuartos muestra. Se han hecho tres cuartos muestra, como los que se van a construir en el hotel, para poder verificar materiales, acabados, colores etc. En el momento en que llego, escucho reclamos por doquier; la iluminación que si parpadea, que si prende, que si no funciona, que las temperaturas de color no están bien, que mañana vienen los ejecutivos y esto tiene que estar perfecto, etc., etc., etc. Revisé el proyecto y fui haciendo preguntas simples para tener un poco más de información de la situación.
Resulta que la gran crisis, es el resultado de la libre interpretación de una idea. En el mundo de la iluminación cuando la idea es fuerte, el producto que se coloca al final puede ser reemplazado por cuestiones de costo, si así se desea. No importa el proveedor, importan las características técnicas de la luminaria. Si son iguales o similares se podría hacer una sustitución del producto. Noten que diferencio la palabra igual de similar. Estas diferencias se refieren a calidad, longevidad, garantía, diagrama polar, salida lumínica, wattaje, etc.
Hubo un error en un código, y en lugar de un driver [1] que atenúa de 0-10V, enviaron un driver DMX[2]. Por ende, cuando lo conectaron al sistema de control, este no funcionaba y las luminarias parpadeaban. Para resolverlo, fueron y compraron una bobina de tira de LED, más china que la misma muralla, que en teoría es de corriente directa y funcionaba con el sistema de control.
¿Qué sucedió con esa tira? Primero que nada que su salida lumínica no era ni la mitad de la especificada en proyecto. Segundo, la temperatura de color no era constante, por lo que se veía verdosa en unos tramos y más fría en otros. En fin, una vez sustituidos varios productos y corregidas otras lámparas por diferencias en temperatura de color, era el momento de programar las escenas.
Desde que tengo uso de razón quise ser arquitecto. Me fascinaba el hecho de que una idea, un momento, un garabato sobre una servilleta pudiera ser materializado y habitarse. La posibilidad de que una idea fuera tan poderosa como para formar, marcar e impactar el entorno, a un usuario e inclusive, una ciudad, me enamoró. A la conclusión de un proyecto, cuando estás programando las escenas de iluminación[3] estás anticipando lo que va a ver, sentir y percibir el usuario en dicho espacio. Estás manipulando sus sentimientos, su estado de ánimo e inclusive su recorrido por el espacio. Y es cuando esa idea inicial, ese motor que generó respuestas a las preguntas, se materializa con tan solo presionar un botón.
La idea o el concepto es el motor de cualquier proyecto. Sin la idea no existe el plan para desarrollarlo. Y cuando hablo de una idea no es solo ese momento en que se te prende el foco, me refiero al corazón del proyecto, de donde salen todas las preguntas que se convierten en respuestas de diseño. Ese proceso, de pensar, analizar, anticipar y diseñar, vale mucho en iluminación y en cualquier disciplina creativa. Es el momento en que se orquestan todos los resultados que buscas. En mi mundo, es esa sensación de cuando por primera vez habitas el espacio iluminado. Ese proceso es increíblemente válido y tiene un costo. Si no se vende la idea, el concepto, ese proceso de concepción, se devalúa el proyecto. Cada foco, cada tira, cada ambiente, tiene su razón de ser. Al no darle su valor le haces daño a la industria y abres la puerta a que la gente interprete tus ideas como interpretaron las nuestras en este proyecto.
Imagínense un triángulo acostado. Del lado izquierdo tienes la parte más ancha: ese es el proceso conceptual de cualquier proyecto. Si le dedicas mucho a esta etapa, el proceso constructivo, o la punta de nuestro triángulo, se simplifica. Ahora, voltea ese triángulo: la parte más angosta es la del proceso conceptual, pero la más grande es la de la etapa de obra. Los problemas no desaparecen; solo que si los anticipas, no tendrás que resolverlos en obra a bomberazo y billetazo limpio.
¿Y en qué quedó el lobby cavernoso setentero? Intentamos venderle la idea a la clienta. Falta aún que la compre.
Formalmente entrenada como Arquitecto, María tiene más de 8 años de experiencia profesional en el Diseño de Iluminación habiendo cursado estudios en Catholic University of America y Parsons The New School For Design. Nacida en Puerto Rico de madre española, vivió en Estados Unidos durante 10 años. Reside en la Ciudad de México desde el 2010.
[1]Un driver, fuente de alimentación o fuente de poder, es un equipo que regula la corriente que entra. Por ejemplo, entran 127V al driver y salen 12 o 24V, dependiendo del tipo de LED. Los LEDs debido a su bajo wattaje funcionan a una tensión de corriente baja, por lo que una tensión elevada no solo no funcionaría sino que los quemaría.
[2]DMX512, usualmente abreviado como DMX (Digital MultipleX) es un protocolo electrónico utilizado en luminotecnia para el control de la iluminación de espectáculos, permitiendo la comunicación entre los equipos de control de luces y las propias fuentes de luz.
[3] Entiéndase por escenas como la combinación de fuentes de luz que se prenden a la vez en diferentes intensidades para crear un ambiente. La escena se programa y se activa presionando un botón en una botonera.