Texto y fotos por: Carlos Álvarez Álvarez
Ruanda, en el corazón de África, llamado le pays des mille collines o tierra de las mil colinas, evoca memorias estremecedoras de un genocidio brutal ocurrido en 1994. Sin embargo, dos décadas después, el pequeño, pero denso país africano se ha convertido en una nación segura y estable, ideal para conocer sus hermosos paisajes que albergan una fauna hoy protegida en varios parques nacionales. Visitar los espectaculares gorilas en Ruanda es una experiencia insuperable, y dudo que en materia de encuentro con el mundo salvaje, exista una similar.
Ruanda es un país agricultor con tierras fértiles, y el turismo se ha vuelto clave en su economía. Al noroeste, en la región de los Grandes Lagos, se encuentra el que quizás sea el más espectacular de los tres Parques Nacionales ruandeses, los Volcanes, hogar de los gorilas de montaña que habitan en la densidad de los bosques tropicales y los bosques de bambú. Estos se encuentran a lo largo de las montañas Virunga, compuestas por una cadena de volcanes –algunos de más de 4,000 msnm, como el Karisimbi–, que se extienden desde Ruanda, al Congo y a Uganda.
Solo estos tres países concentran la mitad de la población de gorilas a nivel mundial –aproximadamente 900 individuos–, y por ello ofrecen como principal atracción para el turismo la visita a sus hábitats que están en su mayoría en el Parque Nacional Virunga, en Congo; en el Parque Nacional del Gorila de Mgahinga, en Uganda, y en el Parque Nacional de los Volcanes de Ruanda, donde se encuentra una tercera parte de estos fastuosos primates.
Los gorilas son una población vulnerable, sometida por décadas a la caza furtiva, explotación de su hábitat y enfermedades transmitidas por humanos, por lo que, hace tres décadas, el número de gorilas era cuatro veces menor al de hoy en día. En consecuencia, el gobierno ruandés decretó un estricto control sobre el acceso al parque y las visitas a los gorilas son bastante restringidas. A pequeños grupos de ocho personas les es permitido, previa autorización oficial, estar con los gorilas por solo una hora. En total, únicamente 80 visitantes al día en los cien kilómetros cuadrados del parque.
Parque Nacional los Volcanes
Antes de entrar al bosque tropical, la excursión comienza por los pueblos y plantíos agrícolas locales, situados justo antes de la línea densa de árboles, matorrales y bambús. La gente, generalmente agricultores –de papa, de pyrethrum, la flor de la familia de los crisantemos utilizada para producir insecticidas, o té–, es sumamente amistosa y curiosa con los llamados msungu o gente de tez blanca.
Hay once grupos de gorilas en el Parque Nacional de los Volcanes, de los cuales diez pueden ser visitados por turistas y uno está reservado exclusivamente a la investigación científica. Entre las familias que pueden visitarse, una de las más populares es la llamada Sabyinyo. Su nombre viene del volcán Sabyinyo que significa “dientes de hombre viejo” y su celebridad se debe no solo a que es un grupo fácil de avistar luego de una caminata relativamente corta, sino porque el macho alfa, Guhonda, un gorila lomo plateado que pesa aproximadamente un cuarto de tonelada, es el más grande del parque. Además, la familia Sabyinyo tiene integrantes peculiares: un gorila calvo, la única hembra que ha tenido más de seis críos durante su vida, y Gihishamwotsi, el macho beta de la familia con su postura solemne.
A las 7 de la mañana, los guías se reúnen en las oficinas centrales para designar las familias de gorilas que visitará cada grupo de turistas, de acuerdo a la capacidad física de los visitantes. Las caminatas de ida varían de una hora a más de tres.
Finalmente, un guía encabeza cada grupo, y al comenzar el viaje, los locales ofrecen sus servicios de porteadores, al igual que bastones de madera, como soporte, para el camino. A una altura de 2,500 metros sobre el nivel del mar, el sendero exige un esfuerzo considerable a medida que se adentra en la espesa selva con su clima húmedo.
De pronto, entre la tupida vegetación de árboles y bambús, por donde penetran tenues rayos de luz, te encuentras con ellos. La interacción con estos animales genera un sentimiento de empatía inmediata, quizás porque compartimos noventa y ocho por ciento de ADN con ellos, y aunque físicamente son bestias que alcanzan los 250 kilogramos, observar de cerca su comportamiento, tan similar al humano, es simplemente fascinante.
Durante mi visita, mientras tomaba fotos de Gihishamwotsi, el gorila beta que comía una raíz junto a dos hembras, un gorila joven y un crío, de pronto, escuché a Patrick, nuestro guía, gritar: “¡He’s going to charge!”. Bajé la cámara y vi al gorila romper un grueso bambú como si fuera un palillo y correr directo hacia mí. Bajé la cabeza y me cubrí con los brazos. Justo antes de que me embistiera, cambió de dirección y siguió de largo. Fuera de la descarga de adrenalina, no pasó nada y la experiencia fue extraordinaria.
Patrick, líder de todo el cuerpo de guías en Ruanda, me explicó que en 30 años no han tenido un accidente en el parque con los gorilas. Sin embargo, en su manera de ser, territorial y orgullosa, sienten en ocasiones la necesidad de realizar una exhibición de poder, y esto no implica una agresión.
Todas las familias de gorilas son excepcionales y cada una tiene características que la vuelven única. El cuidado de cada una por el personal del parque es sobresaliente, y realizar un verdadero esfuerzo por la conservación es ahora una prioridad nacional.