A las tres de la mañana las vigorosas rotativas se detienen, esas bestias de metal que imprimen sin parar las noticias de un mundo en ruinas. En ese mismo momento el café echa humo en las casas de los primeros seres que ven cómo las calles se iluminan; ellos las toman y las han dominado desde 1923, cuando nació su distinguida Unión de Voceadores y Expendedores de los Periódicos de México, que integran 17 000 adeptos y de la que viven unas 16 000 familias. El voceador es un oficio principalmente familiar, de esos que son hereditarios y se defienden con orgullo por los nacidos entre papel periódico y hedor a tinta fresca.
¿Cuántas leyendas, mitos y supersticiones guarda este mundo que ha gritado las noticias por generaciones? Aquellos que han vendido a los niños las historietas, que han solapado el morbo de los adolescentes que con timidez compran su primera revista porno, y quienes han sido punto de difusión para la ciencia, deportes, chismes y míticos cuentos vaqueros. En esta edición algunos de ellos se abren para compartir sus cábalas; esas que los motivan a dominar la urbe a través de la prensa.
Doña Sandra lleva en el oficio 25 años y dice que es un trabajo maravilloso, a pesar de las crisis por las que suele pasar. Cuenta que ha visto a cientos de personajes desfilar por su puesto ubicado en José María Izazaga, entre ellos a Carlos Monsiváis, a quien recuerda con sus lentes profundos y chaquetas frecuentemente llenas de pelos de gato. “La seño Sandra”, como se le conoce, es Guadalupana; dice que en su casa tiene una figura de la virgen de un metro y cincuenta centímetros de alto que está cubierta por un altar hecho de periódico gracias a las manos ágiles de hacedores de piñatas. Ella, antes de salir de su casa, hace una oración para que la venta sea buena. “A veces le pido que no llueva, porque se me mojan mis revistas y la gente difícilmente se para a comprar”. Doña Sandra me comparte que la noche de un 25 de diciembre se incendió parte de su casa debido a una descuidada chispa que se perdió entre los tantos periódicos que tiene en su sala; lo único que se salvó fue su virgen del Tepeyac. Dice que lloró por las pérdidas, pero que al iniciar el año (1994), llegó la noticia de que el EZLN se alzaba en contra del gobierno de México: pasamontañas en primera plana; eso hizo que fuera una de las mejores semanas de venta, los lectores y curiosos de la noticia le compraron absolutamente toda la prensa, y cuando más lo necesitaba. Así que, de alguna manera, Doña Sandra está profundamente agradecida con la Virgen y con el Subcomandante Marcos. Yo le pregunto si después de esa experiencia no le da miedo tener un altar de periódico en su casa; “ese te aseguro que no se va a quemar”, me contesta con una sonrisa y ojos de fe.
Al sur de la ciudad brillan las gafas más famosas sobre Av. Universidad y posiblemente la melena más popular de dicha avenida. Le dicen “Rigo” y es popular entre los conductores; ellos le hacen sonar las bocinas de sus autos o le gritan “¡Rigo, carnal!”, con un tono de amistad. Él tiene sonrisas para todos y arrebata alegría a las caras que aún bostezan por las mañanas. Este voceador es de los más energéticos que he visto, y conversando con él me fijo que en su pecho trae una crucecita hecha de papel bond, enmicada. “Mi hija la hizo con las páginas de las revistas que se nos han quedado”. Lo que más me llama la atención es que en las hojas entrelazadas que construyen ese símbolo aparece la palabra: “Amarte”; le pregunto a Rigo si eso ha sido con intención. Él asegura que no, mientras yo imagino que esa cruz podría estar hecha de dos extremos de la prensa: ¿será que fue hilvanada con alguna página de la revista TVyNovelas que dice: “Ninel Conde grita a la cara de su pareja: ¡Amarte ha sido el mayor de mis pecados!”. O bien, podría ser una página de algún suplemento cultural hablando de Antonio Gamoneda: “Mi manera de amarte es sencilla; te aprieto a mí, como si hubiera un poco de justicia en mi corazón y yo te la pudiese dar con el cuerpo”. Como haya sido, Rigo no se quita la cruz que destaca sobre su camisa de cuello amplio, es el símbolo con el que se persigna cada mañana cuando va al expendio por sus periódicos, es su amuleto. “Estas manos sucias de tinta y monedas al rato llevan el pan para la casa, yo disfruto este oficio y en esta cruz llevo a mi familia y la protección para tener salud y poder chambearle chido; ya estoy construyendo una casita en Morelos, adonde quiero irme después de un rato”, dice, para luego hacer una cara de actor de telenovela y agregar: “además, la cruz me hace ver más padrote, ¿a poco no?”. Rigo también me roba una sonrisa y desaparece cuando la luz verde del semáforo alumbra aquel cruce que domina esa celebridad urbana.
Gracias a Rigo doy con un personaje más extravagante aún.Le dicen el “H”, pero se llama Guillermo Cerón. “¿Por qué H?”, le pregunto; “por huevón”, me contesta y avienta una carcajada. Se retracta después y me dice, “por el contrario, yo chambeo mucho, ¡estoy de sol a sol! Es así esta profesión”. Después toma confianza y me comparte que el apodo viene porque se le ocurrió hacer estantes con las chicas H. Así es, esas vistosas y extravagantes damas de tamaño real sobre cartón que reparte dicha revista en muchos puestos para anunciar su nueva edición. Ese negocio le va muy bien y tiene varios pedidos de sus colegas voceadores. Él mismo alega que tiene uno de esos estantes en su bodega, donde guarda la prensa. Me dice que para darles estabilidad les pone triplay y luego ubica las imágenes con maestría para que parezca que las chicas sostienen lo que allí se ponga. La parte surrealista es que uno de estos estantes sostiene un altarcito de Santiago Apóstol, santo en el que cree y que —asegura— le ha traído muchas bendiciones, entre ellas, esta idea de los estantes H, que le aportan una ganancia extra. “Yo le rezo a Santiaguito que no salga otra portada de otro político regándola, porque eso ya no es novedad para los lectores, y entonces no se vende”, me dice a risas.
Estos son los heraldos que llevan a las manos de miles de personas los periódicos calientitos, recién salidos de las imprentas, aquellos que no solo encierran notas oficialistas, indicadores económicos o al goleador de la semana, sino que también envuelven la fe y la superstición de estos mensajeros que nos acercan el trabajo editorial, ensalzado con una singular personalidad.