El artista regiomontano construye proyectos multidisciplinarios en los que los procesos pictóricos se mezclan con estrategias de gestión cultural que producen momentos y dispositivos que nos permiten dialogar sobre las imágenes que nos rodean: pinturas que no son pinturas, libreros, esculturas, maratones de entrevistas, frases que se abstraen para convertirse en murales de bolsillo o bancas que posibilitan realizar una jornada de análisis y diálogo compartido.
La gestión cultural y la curaduría pedagógica son parte del proceso creativo de Marco Treviño (Monterrey, 1986), quien ha contribuido en gran medida a formar una comunidad artística en Monterrey, en donde radica y tiene su estudio. Actualmente, colabora con Las Artes Monterrey en el desarrollo del Programa de Arte Público en el marco del Festival Internacional de Santa Lucía y es representado por distintas galerías en Monterrey y en la Ciudad de México. Su trabajo se ha exhibido en Colombia, España, Francia, Italia y Suiza en museos, instituciones culturales, espacios autogestionados y galerías. Entrevistamos a este prolífico artista, quien nos contó sobre su trayectoria.
¿Qué fue lo que te hizo convertirte en artista y cómo le hiciste para encontrar tu lugar en ese medio?
Al principio, quería hacer cine porque Cuarón, Iñárritu, Del Toro y especialmente Reygadas estaban de moda y todos en mi generación querían ser cineastas, pero a los 17 años me fui de intercambio a una ciudad pequeña en el este de la India (Bhubaneswar) en donde asistí a una escuela de artes clásicas y danza, y viví momentos sumamente bellos, traumáticos y definitorios. Al regresar a México, cursé la Licenciatura en Artes Visuales y Mediáticas en el CEDIM, en donde fui parte del colectivo La Orgía, que se reunía todos los martes para platicar efusivamente sobre proyectos, ideas, inquietudes y procesos. La adrenalina que me producían esas reuniones fue señal suficiente para entender que quería pedir un préstamo para construir una casa dentro del terreno (baldío) del arte contemporáneo y dedicarme toda la vida a pagar los intereses.
El crítico, investigador y en ese entonces nuestro director de licenciatura Miguel González Virgen nos puso el nombre de La Orgía por un chiste que estipulaba que todos nos metían mano, pero para los integrantes del colectivo hizo sentido al traducir la alegoría en una estructura de colaboración y acompañamiento que permitía participar de maneras muy diversas: chupando, oliendo, tocando, recibiendo, esperando, observando, escuchando, limpiando o repartiendo los preservativos del arte contemporáneo.
¿Cómo le hiciste para encontrar tu propio lenguaje estético?
Durante la universidad, estaba obsesionado con la historia y con los artistas del minimalismo, la crítica institucional, la poesía concreta, el monocromo y el action painting. También con Joseph Beuys, Paul McCartney y Matthew Barney. En algún momento, mi sueño fue convertirme en el Pipilotti Rist latinoamericano o, como Monterrey es una ciudad industrial, trabajar con acero para al menos convertirme en el Richard Serra de la raza. Hay muchos artistas a los que admiro y me siguen resultando muy estimulantes, pero tengo claro que mis intereses estéticos son resultado de tres escenarios específicos: (1) Durante un viaje, se agotaron las baterías de mi linterna y me quedé en medio de una montaña en completa oscuridad. Desesperado, saqué una pequeña cámara digital y comencé a utilizar el flash para iluminar el camino hasta llegar a mi cabaña con más de 160 imágenes borrosas, oscuras, fuera de foco y sobreexpuestas en la memoria. (2) El primer video musical que dirigí fue para una banda llamada Album. En él, los integrantes entraban a su estudio para ensayar y eran acosados por una cámara, hasta que uno de ellos se desesperaba y apagaba la luz. Los más de dos minutos restantes del video, la pantalla se quedaba completamente negra, lo que provocó que una persona pusiera el siguiente comentario en el canal de YouTube de la banda: “No se ve nada, se subió mal el video”. (3) Mientras cursaba la universidad, la denominada guerra contra el narco (2006-2012) azotó la ciudad y generó un territorio de absoluto de miedo, ansiedad e incertidumbre. Por aquel entonces, existía una suerte de toque de queda y no podíamos andar en la calle después de cierta hora, así que comenzamos a hacer pijamadas en las que nos pasábamos toda la noche platicando sobre arte, proyectos y exposiciones que queríamos realizar. Esas largas noches son clave para entender mi interés por desarrollar proyectos artísticos que se comporten como plataformas, reuniones o dispositivos de reflexión colectiva.
¿Cuál es el hilo conductor en tu obra: la técnica, los materiales, la temática o el color?
Es importante construir una relación con todos los factores implicados en la construcción de las imágenes. Suelo dedicar mucho tiempo a pensar específicamente en los formatos buscando que el tamaño del bastidor o del soporte se comporte como un primer comentario de la pieza. Con los materiales que voy a utilizar pasa lo mismo. Reviso su historia, la forma en la que se utilizan socialmente y sus implicaciones simbólicas al traerlos a un proceso pictórico. Con la estrategia de producción igual y así se va construyendo un proceso riguroso y por momentos caprichoso en donde todos los factores tienen que demostrar su razón de ser y no todo el tiempo esto sale como uno espera.
En el volleyball ocurre algo muy peculiar que ilustra justo esta idea. Durante el partido, los participantes tienen que jugar en todas las posiciones obligando a cada integrante del equipo a conocer y respetar las estrategias de ataque y defensa que se vayan a utilizar. Con los factores para construir una imagen pasa lo mismo, es una cuestión de saber atacar, defender y diseñar bien las rotaciones.
¿Cómo sabes cuándo una obra está terminada?
Existen proyectos en los que resulta sencillo entender en donde comienzan y en donde terminan, pero esos formatos me interesan cada vez menos. En este momento, me entusiasma más pensar en proyectos con límites difusos y temporalidades extrañas, que se armen a partir de circuitos, momentos públicos, privados o fantasmas. Que permitan realizar programas, colaboraciones e interacciones de diferente índole. Estamos muy lejos de la época en la que colgar una imagen en la pared producía vértigo. ¡Necesitamos más proyectos salvajes! Necesitamos volver a sentir ese miedo, como cuando eras niño y encontrabas una tarántula en tu casa y tu madre te decía: “No la aplastes, ¡quémala!” y tú estabas 100% seguro de que envuelta en fuego te iba a brincar a la cara y quedarías deforme para siempre.
¿Qué experiencia buscas que tenga el espectador cuando se enfrente a tu obra?
Normalmente, cuando caminamos no somos conscientes de nuestro andar; esto quiere decir que no vamos repitiendo en nuestras cabezas: pie derecho, pie izquierdo, pie derecho, pie izquierdo, sino que simplemente caminamos. Pero un día sin querer te golpeas el dedo chiquito con la punta de la cama y durante los siguientes minutos todo tu cuerpo entra en un estado absoluto de conciencia en el que puedes sentir hasta la punta de tus uñas. Eso es lo que me imagino simbólicamente: generar golpes de dedos chiquitos con la punta de la cama que activen estados activos de conciencia, placer, reflexión, diálogo. Para el proyecto El gesto múltiple, presentado en 2018, decidimos que al entrar al espacio de exposición los visitantes se iban a colocar una camiseta sobre la cara con la intención de activar las nociones de la vista y la respiración. Después, una imagen potente: más de 100 enmascarados hablando sobre lo que seríamos capaces de hacer por la pintura.
¿Qué es lo que te motiva a seguir creando?
Es una pregunta muy complicada de responder desde la lógica, así que intentaré responder utilizando una historia que me platicó mi abuelo. Dicen que cada vez que confundimos las palabras “vocación” y “condena” aparece una pequeña casita entre la montaña de las certezas y la montaña de lo imposible. Todas esas casitas poco a poco se han convertido en santuarios, templos, refugios y Airbnb en donde los artistas pasan sus fines de semana haciendo diversas actividades como reír en silencio, llorar en cuclillas o aprender a hablar en el idioma que da hipo, pero son tantas las veces que esta confusión ha ocurrido que las casitas han cubierto por completo las dos montañas borrando la separación entre certezas e imposibles. Lamentable.
Antes aquí había un jardín – hay quien grita.
Y ahora hay casitas. Muchas casitas.
Además de ser artista, dirigiste un espacio de exposiciones, B4; fuiste parte de los colectivos La Orgía y La_Compañía; y has estado a cargo de proyectos y programas de vinculación profesional, educación artística complementaria y residencias como TADEO (Tácticas Artísticas de Ocupación) y Lugar Común, un espacio vinculado a la XII Bienal Femsa. ¿Cuáles han sido los mayores retos a los que te has enfrentado y qué ha sido lo que has aprendido en cada uno de estos proyectos?
El territorio de la gestión cultural ha sido mi escuela y taller cotidiano de análisis y experimentación. Todos los programas, eventos y situaciones en las que termino involucrado me han enseñado códigos precisos a contemplar durante mis proyectos como artista y, aún más importante, los mecanismos de la gestión cultural que pueden ir de la producción de archivos en Excel hasta el desarrollo de programas de impacto social han perforado todas mis suposiciones del quehacer artístico para penetrar, nutrir y obligarme a repensar mis estrategias de creatividad y producción artística. Un acto tan simple como poner y quitar sillas para realizar una charla entre especialistas del arte se ha convertido en un proceso complejo de reflexión, aprendizaje y oportunidad que me permite pensar en cómo se colocan y retiran las sillas en tanto acto performático, qué escultura producen al apilarse las sillas y regresar a la bodega, cómo se define la distancia entre el público, el volumen del micrófono, la iluminación o la temperatura y toda otra serie de ideas y momentos que se han convertido en mecanismos de pensamiento creativo y producción artística.
Has contribuido enormemente a la formación de una comunidad artística en Monterrey, Nuevo León. ¿De qué manera se diferencia esta de la escena artística que hay en la Ciudad de México?
Más que una radiografía de contrastes, creo que existen muchas similitudes y complicidades, pero esta pregunta me hace recordar una frase del crítico Daniel Montero, quien se cuestiona sobre el tipo de arte que surge en una ciudad en la que el aeropuerto en vez de tener artesanías tiene carne al vacío.
En términos positivos podríamos pensar que en Monterrey aún no existen aduanas conceptuales o aduanas estéticas que tengas que respetarse o considerarse; es decir, no existe una “estética regia” establecida y reconocible por el mercado o la academia, lo que permite que todos sigamos siendo libres de trabajar con las narrativas, materiales y estrategias que consideremos interesantes y pertinentes. Y en eso justo nos hemos concentrado en los programas de formación de artistas, en no replicar estrategias de otros contextos, ni en intentar tener la nueva Panadería, la nueva Temístocles o el nuevo SOMA; más bien, en asumir nuestras posibilidades, historias y singularidades para trabajar a partir de eso.
Al ser la gestión cultural y la curaduría pedagógica parte de tu proceso creativo, ¿cuál consideras que es el problema por el que el lenguaje del arte contemporáneo resulta hermético e incomprensible para la mayoría?
Es una pregunta muy compleja. Gran parte de nuestra relación con los museos tiene que ver directamente con escenarios vinculados al turismo y un tipo de visitas que más que buscar un aprendizaje o querer acercarse a plataformas de reflexión suelen buscar algo muy cercano al espectáculo. Un lugar donde quemar tiempo básicamente. Pero esto, más que ser una mala noticia creo que deberíamos de entenderlo como un campo de posibilidad para repensar lo que ocurre adentro de un museo (pregunta importante en esta época en la que todos los museos se están viendo obligados a sacarse programas digitales de la manga).
A mi entender, una de las cosas más hermosas del territorio del arte es que tenemos la capacidad de producir escenarios de confusión y extravío. Cuando todo lo demás del mundo se enfoca en las certezas, en decirnos qué es qué y para qué se utiliza, el arte puede seguir produciendo espacios en los que reine la extrañeza o el sinsentido; espacios a los que uno vaya para confundirse y dentro de esa extraña situación se puedan activar o despertar otro tipo de miradas, sensaciones, ideas y posibilidades. Sería muy bonito despertar un día y decir: “Hoy tengo ganas de confundirme” e ir a un museo en busca de esas experiencias particulares.
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En ese sentido, ¿cuál debería ser el compromiso del artista en la actualidad y la función del arte contemporáneo en la sociedad?
El arte tiene la capacidad de funcionar como contrarelato o contramemoria en la medida que nos permite mirar de nuevo los objetos, personajes, hechos, circunstancias o detalles que nos acompañan y definen. Como pequeñas basuritas que se te meten al ojo para obligarte a ir al espejo del baño solo para darte cuenta que estás viendo, que vemos, que existe una política y una responsabilidad al mirar. En ese sentido, los artistas pueden (o no) convertirse en una suerte de reporteros de metodologías bizarras. Esto no quiere decir que todos los reportajes tengan que tratarse de política. Pueden existir reportajes emocionales, poéticos, estéticos, absurdos, lúdicos y otros que al partir de circunstancias críticas nos ayuden a especular sobre futuros posibles. Reportajes que nos ayuden a desconfiar y especular. A soñar de nuevo con acento en el uso revolucionario de la palabra.
Si tuvieras que darle un consejo a un artista emergente, ¿cuál sería?
Asegúrate de contar con colegas con los que puedas platicar sobre tus ideas, inquietudes, inseguridades y procesos. El arte contemporáneo tiende a ser una profesión muy solitaria y paranoica, por lo que recomiendo seriamente que todos construyan círculos de confianza e intercambio que les permitan acompañarse durante el trayecto.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Últimamente he estado pensando mucho en las promesas. Las promesas que rodean a las imágenes. Aquello que nos prometen que vamos a ver, sentir o pensar. Los textos de sala como zonas de promesas. Las frases de artistas históricos que leídas en el presente se vuelven abstractas o ilegibles. Escribir un statement. Las metas que se supone debe conseguir un programa pedagógico, un proyecto de retribución social para fomentar o difundir el arte o las misiones establecidas por las instituciones culturales por poner algunos ejemplos.
Las promesas pueden ser transversales y tienen la capacidad de suscitarse en escenarios políticos o espirituales, así como en situaciones completamente íntimas, privadas, vulnerables. Además, te permite acercarte a aspectos visuales, tipográficos, etcétera.
Son un lugar de encuentro para el presidente, el alcohólico y el enamorado, y eso me interesa.
¿Qué podemos esperar de Marco Treviño en el futuro?
Una promesa:
Esperen todo de mí.
No les voy a fallar
Escrito por Sheilla Cohen