Un arte vivo, abierto y receptivo

Un enfoque hacia la pintura como cuerpo y proceso, en vez de superficie. Una obra que incorpora cerámica, cera, textiles y rituales cotidianos para desdibujar los límites entre arte, diseño, memoria y experiencia.

Criada en la Estonia post-soviética y con una vida dividida entre Tallin y Ciudad de México, Merike Estna mezcla capas de historia material, emociones personales y una búsqueda constante por borrar las fronteras entre arte y vida. En una conversación sobre cómo la maternidad, la migración y la ecología han transformado su voz artística, Merike Estna comparte una visión donde el color ya no es una decisión intelectual, sino una respuesta instintiva, donde el umbral entre lo íntimo y lo colectivo es su territorio natural. 

Habiendo crecido en Estonia, ¿cómo influyó ese entorno en tus primeros encuentros con la creatividad?

Pasé mucho tiempo en la naturaleza cuando era niña, jugando sola en el bosque. Estonia sigue siendo uno de los países más seguros para crecer, y en ese entonces la crianza era aún más libre. También acampaba bastante con mis padres, así que mi infancia estuvo muy ligada a la libertad y al entorno natural. 

Pero también, y esto a veces lo olvido, hay que recordar que Estonia todavía formaba parte de la Unión Soviética. Mucho del entretenimiento disponible era ir a la ópera, al ballet o a exposiciones de arte. No existía algo como Netflix ni la posibilidad de elegir un programa; simplemente no había tanta oferta de entretenimiento. Así que lo que sí existía era la alta cultura y eso formaba parte natural de la vida diaria, sin importar a qué te dedicaras. Definitivamente, eso tuvo una gran influencia en mí.

Divides tu tiempo entre Tallin y Ciudad de México. ¿Cómo ha moldeado tu vida y tu práctica creativa el vivir entre estos dos lugares tan distintos?

Definitivamente, vivir entre dos lugares o lanzarte a un entorno que no es el tuyo y que no siempre resulta cómodo, influye. Constantemente busco impulsarme a salir de lo conocido, tanto en mi práctica como en lo personal. 

Estonia y México son opuestos en muchos sentidos, y por eso resulta muy refrescante dividir mi tiempo entre ambos. Hay muchas cosas hermosas en los dos países y en sus ciudades. Mi práctica artística, claro, se ha visto afectada por eso. Hay una parte que reconozco conscientemente, pero también hay otra más inconsciente, más sutil. México me ha influido mucho, especialmente en la manera en que pinto y los colores que uso, todo ha cambiado conforme paso más tiempo aquí. Se ha ido convirtiendo en una mezcla entre esa cultura nórdica, más distante, y lo cálido y abierto de la mexicana.

Has mencionado que convertirte en madre ha influido profundamente en tu trabajo. ¿Cómo ha cambiado la maternidad la manera en que ves tu arte, e incluso a ti misma?

Creo que lo principal que ocurrió al convertirme en madre fue que empecé a sentirme mucho más conectada con la naturaleza y con el mundo en general. Dejé de percibirme tanto desde lo individual, y también comencé a ver mi cuerpo como parte de la naturaleza, como un vehículo a través del cual suceden cosas cósmicas. Esa ha sido una de las transformaciones más importantes. Y claro, también llegaron cosas más comunes, como aprender a ver el mundo de una forma menos egoísta o individualista. Ha sido una experiencia increíble.

A menudo describes tu trabajo como compuesto por capas de tiempo, memoria personal e historia material. ¿Qué tipo de historias o emociones esperas que las personas descubran en tu obra? 

Desde mi perspectiva, cada obra está cargada de símbolos, cada trazo puede ser una referencia. Pero entiendo que la experiencia varía y cada espectador construye su propia historia en capas. En mi caso, hay un componente conceptual, utilizo los trazos como citas visuales, pero también una narrativa, a veces personal, a veces universal, y muchas veces ambas. Eso es lo que llamo “capas”: distintas formas de entrar a la obra, desde lo histórico hasta lo emocional.

¿Cómo abordas el color en tu práctica artística?

Antes solía abordarlo de una manera más conceptual. Alrededor de 2012, por ejemplo, buscaba cuestionar el estado actual de la pintura utilizando principalmente colores como rosa pálido, azul y amarillo, una combinación que no ha sido tan aceptada dentro de la tradición pictórica. Con el tiempo, eso ha cambiado. Hoy en día, el color en mi trabajo es algo completamente intuitivo. Es una de las partes del proceso que desarrollo sin una idea previa, guiándome más por lo que siento en el momento que por una intención definida.

Tu trabajo a menudo combina cerámica, textiles, cera y pintura tradicional. ¿Qué es lo que te atrae de estos materiales?

Me interesa mucho cómo nos acercamos a la pintura y cómo esta podría formar parte de la vida cotidiana o incluso mantenerse “viva”, en lugar de ser solo un objeto preciado. A partir de esa idea, he incorporado distintos materiales. Por un lado, gran parte del lenguaje visual que utilizo proviene de las artes decorativas o de oficios tradicionales. Y por otro, me interesa usar materiales de diferentes disciplinas artísticas, como la cerámica o los textiles, y presentarlos como pintura, desdibujando o incluso derribando las fronteras entre distintas prácticas dentro del arte.

¿Cómo ha influido tu relación con la naturaleza y la ecología en tu voz artística?

Bastante, y regreso un poco a la primera pregunta, sobre mi infancia, haber crecido en Estonia, me marcó profundamente. Tengo recuerdos muy vívidos de pasar tiempo con mis abuelas, ambas tenían granjas. Una de ellas vivía sola en una granja completamente autosustentable, recuerdo quedarme con ella. 

Salíamos caminando con las vacas detrás de nosotras por el bosque, hasta llegar a un claro donde las dejábamos pastar durante el día. En el camino de regreso comíamos fresas silvestres y tomábamos leche fresca. Para mí, como niña, todo eso era simplemente hermoso, natural, mágico. También nadábamos en lagos y hacíamos wild camping, era parte de mi vida cotidiana. Hoy siento que he perdido algo de ese conocimiento con el que crecí. Muchos de mis trabajos hablan justo de eso: la pérdida de esa conexión profunda con la naturaleza.

Al invitar al público a adentrarse en tu obra, borras la línea entre el arte y la vida. ¿Cómo se siente ver a la audiencia habitar tus creaciones?

La verdad, se siente increíble. Considero que las instalaciones o eventos performáticos más exitosos han sido aquellos en los que los espectadores se sienten realmente cómodos, que se integran con la obra, que esta deja de ser un objeto distante para observarse y se vuelve parte de la vida misma. Eso genera algo, no necesariamente algo nuevo, pero sí un momento en el que algo ocurre, un instante de reflexión y eso es algo muy importante.

¿Cómo fue para ti el proceso emocional de crear Ten Thoughts on Painting?

Esta serie de obras es bastante personal, porque empecé a trabajar en ella en septiembre, poco después de enterarme de que estaba embarazada. He estado leyendo mucho sobre la historia cultural, sobre artistas y escritoras que fueron madres o estaban por serlo, y sobre las obras que crearon durante ese periodo, así como las conexiones entre la vida y la muerte en ese contexto. Y, claro, si uno ve la historia, se encuentra con que muchas de estas personas creativas y brillantes perdieron la vida, o perdieron a sus bebés durante el parto o por complicaciones relacionadas. Es algo que, con frecuencia, ha sido traumático. 

Un proceso que ha sido íntimo, pero asimismo, lo he abordado desde una mirada de ser una pintora y cómo ha sido históricamente para las mujeres artistas, en especial para quienes han sido madres o han elegido no serlo. Cómo estas decisiones se conectan con su práctica y cómo en ese momento tan existencial como es el nacimiento, la vida y la muerte parecen estar increíblemente cerca la una de la otra.

¿Cómo abordas la superposición de significados en tu obra sin definir una sola interpretación?

Creo que muchas veces sí hay una interpretación concreta para mí, pero no me obsesiona que todo el mundo la entienda de la misma manera. Me interesa dejar espacio para distintas formas de mirar, y eso también se conecta con mi manera de trabajar la pintura, intento que se mantenga viva, abierta y receptiva.

Trabajas con la idea de umbrales, tanto literales como simbólicos, como el canal de parto. ¿Qué te atrae de estos espacios intermedios?

Porque en esos momentos todo es posible. Como mencioné antes, el nacimiento es una metáfora importante para mí, es como una explosión cósmica, algo que aparece de la nada y hay una apertura en eso.

¿Cómo ha influido la experiencia de exhibir internacionalmente en tu comprensión de tu propio trabajo?

Exponer mi trabajo en distintas partes del mundo me ha mostrado cómo cada cultura tiene una percepción distinta, influenciada por sus propios valores y contextos. Esto me ha llevado a entender que las interpretaciones nunca son universales y siempre hay múltiples formas de ver una obra. Además, algunas creaciones mías solo pueden ser comprendidas o aceptadas en ciertos entornos, ya que lo que en una cultura es cotidiano, en otra puede resultar ajeno o incluso inapropiado. 

Fotos: Cortesía de Galería Karen Huber