Pocos fotógrafos en México tienen una trayectoria y una experiencia tan sólidas como las de Ignacio Urquiza. Tras 35 años de carrera, ha publicado alrededor de 100 libros que tratan sobre la riqueza de nuestro país. Títulos como Oficios y piropos, Centros Históricos de México, The taste of Mexico, Porque comer es un placer, Mexicanismos y otros modismos, Remedios para cuerpo y alma, y Objetos con alma, son solo algunos de nuestros favoritos. El detalle que le pone a cada una de sus imágenes y a cada uno de los momentos que en ellas se reflejan las convierte en un verdadero espectáculo para sus lectores. En esta ocasión, platicamos con Nacho, quien nos habla sobre su más reciente publicación, México Celebra, una auténtica ovación a las fiestas de nuestro país.
1. Platícanos, ¿de dónde nació la idea de crear México Celebra?
Dentro de la línea de libros que tenemos entre la imprenta SPI, la Editorial Ámbar y yo -llevamos 17 títulos juntos, uno cada año- creo que pasé 10 años pidiéndoles que hiciéramos uno sobre fiestas mexicanas. La idea nació cuando viajamos con Georgina de la Parra para hacer el libro Remedios para cuerpo y alma en Chiapas. Me acuerdo que nos dijo: “Tienen que hacer un libro de las celebraciones mexicanas que siguen vigentes”. Finalmente, el equipo accedió a emprender este nuevo proyecto.
Esto fue en febrero del 2016, entonces, viajé a la Sierra Tarahumara en Semana Santa de ese año y cerré el círculo de fiestas mexicanas en el 2017 con la Semana de Santa Cora en el estado de Nayarit. Para mi sorpresa, me encontré con que las fiestas en México están muy bien conservadas.
2. Entiendo que el libro es un homenaje a una persona en especial, ¿nos puedes contar sobre ello?
Es para Georgina de la Parra, que era hermana de mi mamá, así como antropóloga, historiadora del arte y escritora. Hicimos muchos libros juntos; anduvimos por la República tomando fotografías de artesanías, de fiestas, de máscaras. Por cierto, durante la realización del libro Máscaras, yo no me llevé ninguna a casa porque estaba satisfecho con las fotografías, pero ella se encargó de hacer una gran colección de máscaras mexicanas. En todos lados las conseguía: algunos artesanos le hacían unas, otras se las compraba a danzantes -cosa que los enorgullece-; además, las máscaras usadas en uno o varios bailes tienen muchísimo valor. Cuando falleció Georgina, la colección ya tenía un valor considerable. En cada una de estas celebraciones que me tocó cubrir, me acordé muchísimo de la tía Georgina.
3. ¿Qué fue lo más interesante que descubriste sobre México y sobre sus celebraciones durante tu recorrido por la República y durante la creación del libro?
Dos cosas me vienen a la mente. Una es la necesidad imperiosa de supervivencia que tenemos los humanos y la necesidad de expresarnos, de sacar ciertos ímpetus que están dentro del ser y que no podemos platicar ni sacar de otra manera que no sea poniéndonos una máscara, siendo lo que no somos, siendo lo que quisiéramos ser. Esa máscara nos protege, nos da valor porque estamos cubiertos; nadie sabe quién está atrás y, si tú ves a un danzante de cualquier zona del país con su máscara y con su traje puestos el día de la celebración, te encontrarás siempre con una actitud de reto y de valentía. De hecho, hay muchas fiestas en las que los hombres se visten de mujer; por ejemplo, en el Estado de México, en Nayarit o en Chiapa de Corzo. Precisamente, en esta foto, todos los hombres de Chiapa de Corzo están vestidos de mujer: el ingeniero, el dueño de la Ford, el dueño de la ferretería.
La otra cosa sería que nuestro país es tan rico en tradiciones como pobre en comunicación debido al mal uso de los medios de comunicación masiva. Los productores, los dueños y los asesores que intervienen en la programación de los medios masivos tienen necesidades económicas o de publicidad o de rating y este tipo de celebraciones no se encuentran dentro de sus agendas; muchas veces, están tapadas u ocultas. Hubo varias fiestas en las que éramos los únicos visitantes. Cuando hemos estado ahí con algunas productoras muchas veces me dicen: “Nacho, no lo puedo creer, no puede ser la riqueza de esta fiesta, de sus trajes, la increíble tradición y la música”.
4. ¿Tienes alguna fiesta o celebración mexicana que sea tu favorita?
Mientras más lejos están de la CDMX y de las urbanidades, más se conservan las fiestas en su estado original. Aquí, en la ciudad, también hay mucho que ver, pero, definitivamente, la Semana Santa Cora y la tarahumara fueron especialmente impresionantes. Estar en una de esas celebraciones es transportarte miles de años antes de nosotros: la manera en la que se pintan, las máscaras y las plumas que se ponen, así como la estética y el rigor en sus danzas, las hacen fascinantes. En ellas, participa todo el pueblo, aunque los danzantes únicamente son hombres. Las mujeres se encargan de que haya tamales, atole y tesgüino -la bebida ceremonial-, pero ellas no participan en los bailes.
5. ¿Nos puedes contar sobre tu viaje en la Semana Santa Cora?
Es en Nayarit –en la Mesa del Nayar- en donde se celebra la Semana Santa Cora desde hace 300 o 400 años. El lugar en el que se lleva a cabo es prácticamente inaccesible, ya que la única forma de llegar es en avioneta o viajando 36 horas por terracería. Yo ya había estado ahí en 1978 y fue una de las experiencias que cambiaron mi vida. Durante cuatro días no puedes salir; llegas el martes y en el pueblo cierran todos los accesos hasta el Sábado de Gloria. La sensación de estar encerrado en una población tan primitiva y tan lejana es entre deliciosa y aterradora, no lo puedo explicar.
Ahora, decidí llevar como asistentes a dos de mis hijos, Sebastián y Alonso. Al llegar, ya habíamos mandado cigarros y velas para la fiesta, además de varios regalos para que nos dejaran fotografiar, pues se supone que no te dejan hacerlo. Corren chismes por ahí de que, en los años ochenta, a una fotógrafa alemana la bajaron de un árbol, le rompieron las cámaras y le sacaron los rollos; hay varios casos de alemanes, y otros de mexicanos, que han sufrido este tipo de agresiones. Por eso, fuimos a hablar con el Gobernador y él fue quien nos dijo que no podíamos tomar fotos, que solo podíamos disfrutar de la fiesta y que guardáramos las cámaras; esa fue nuestra bienvenida. Fue como un balde de agua fría, los tres nos preguntamos: “¿Ahora qué vamos a hacer?”.
El Consejo de Ancianos también decidió que no se podía llevar libreta ni pluma, pues te identifican como periodista. Fuimos con toda nuestra humildad y nuestro dolor a guardar los equipos a la ferretería del centro para evitar tentaciones. Nos dedicamos a gozar la fiesta y a tomar millones de fotos mentales. Nunca me había pasado algo así. Tanta planeación, el equipo, el vestuario y todo lo que le platiqué a mis hijos y nada. Nos hicimos amigos de mucha gente del pueblo, de los líderes, del profesor de danza, de Martín -que fue nuestro interlocutor con el Gobernador-. Hicimos muchas amistades y el Sábado de Gloria a las 11:30 p.m. llegó Martín y me dijo: “Me mandó decir el Gobernador que ya puedes sacar tu cámara”. Quedaban dos horas de fiesta porque ya se iban al río a bañar y a tirar sus máscaras al agua, entonces, corrimos a la ferretería: “¡Señora, vamos a sacar las cámaras!”. Recuperamos el equipo y los tres corrimos al río. Logramos disparar algo y salieron unas fotos muy padres; de ahí, nos fuimos al avión y nos regresamos a Vallarta.
Estos son los tarahumaras. Ve el rostro de este hombre y la pintura, la pureza, su calzón de manta, su guarache tarahumara. Las pinturas de siempre, su paliacate, su bastón. Se la pasan corriendo tres días completos. Estos Coras también corrieron durante tres días completos. Yo llevaba efectivo en la bolsa como donativo para la fiesta y ni así fue posible tomar las fotos. Fue duro; sin duda, una lección de humildad.
6. ¿Hubo algún momento en especial que te haya marcado durante el recorrido?
En Chiapa de Corzo, donde están los parachicos, hay una celebración llamada la Fiesta Grande; en ella, se ponen máscaras de Hernán Cortés, pues desde que Cortés llegó, a los indígenas les llamó mucho la atención las chapas, las barbas, lo güero y lo asoleado de los conquistadores. Cortés era pelirrojo y eso los sorprendía bastante.
Aquí, las mujeres sí participan y se visten de parachico hombre, pero lo más impresionante es la cantidad de danzantes que ejecutan a la perfección los pasos que vienen realizando desde hace varios siglos. Son estupendos danzantes y desde muy pequeños los enseñan a bailar. Nadie trabaja durante 12 días y siempre hay alguien que les da a todos de comer en su casa; es impresionante. Lo que más me llamó la atención fue cuando, de repente, aparecieron hombres vestidos de mujer, con un lunar, con joyas, con su maquillaje; aquí los tenemos. Había una especie de salón de belleza en el que arreglaban a todos los señores; de repente, escuchabas: “¡Hola, buenos días!” con un vozarrón mientras se ponían pestañas postizas y, luego, a bailar con sus flores en la cabeza, sus sombreritos y sus trenzas.
7. ¿Tienes alguna foto o fotos favoritas dentro del libro?
Está la de los huehues, que fue tomada en Tlaxcala durante el carnaval. Sus máscaras son increíbles; tienen un pequeño hilo que, al jalarlo, hace que vayan parpadeando. Es una joya.
Esta foto -en la que aparecen con su corbata, el tocado, los vestidos y la mano morena haciendo contraste con el fondo- me encanta también. Luego se levantan la máscara y es un chavito que no esperas que esté ahí.
Este atuendo es algo curioso, son los tocados de las sandungas. Se ponen un resplandor en la cabeza, aunque ese resplandor, en realidad, es un ropón de bebé que se encontraron en el baúl de un barco y como no sabían qué hacer con él, se lo pusieron en la cabeza.
Esta foto también me gusta, es el resplandor de la tehuana. Aquí, las mujeres son las únicas que bailan. Los hombres no participan en la fiesta, sino que se encargan de que haya cerveza, bebida y comida, así como de acomodar las mesas. Es todo un matriarcado y sus trajes cuestan alrededor de sesenta mil pesos. La fiesta es importantísima y todo el año trabajan para que todo salga perfecto.
8. ¿Qué te deja México Celebra?
Haberme llevado a mis hijos a la Semana Santa Cora y ver cómo cambió su percepción del país y de lo que tenemos, así como la manera en la que profundizaron sobre lo que somos; me parece que ya con eso valió la pena el libro. También, que todas las personas que ojeen y lean lo que hay aquí entiendan la riqueza que tenemos en México y se sientan orgullosos de nuestra mexicanidad. El tema es que esto trascienda a la siguiente generación. En el libro, hablo sobre las famosas pastorelas de Tepoztlán que se llevan a cabo todos los años del 11 al 23 de diciembre; es una maravilla de fiesta y está a menos de una hora de la Ciudad de México. Yo le recomendaría a todos los mexicanos que vayan y vivan esa experiencia tan mexicana, tan nuestra.
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Texto: Jimena Saldivar
Fotos: Cortesía de Nacho Urquiza