Con los medios actuales, la comunidad hedonista comenta y recomienda. Ya no hay lugar para el engaño. Los buenos sabores del pan salen al encuentro en cada país, en cada ciudad, en cada pueblo que se visita; y vamos guiados por el olfato, por el gusto… por la recomendación de boca en boca.En México, el pan va con todo: con la prisa de la mañana, con la tarde en que desciende la temperatura, y con la noche, en donde la tradición del pan salado artesanal ha arraigado como nuestra, aunque su origen sea europeo. El aroma del pan surgió del fue- go por primera vez en Egipto, hace 6000 años. Los griegos solían pintar máscaras horribles en sus hornos para evitar que los curiosos abrieran imprudentemente las puertas y que una corriente de aire echara a perder el pan.
Los conquistadores al mando de Hernán Cortés establecieron molinos de trigo y panaderías en la Nueva España para elaborar el pan que acostumbraban comer en Europa. Con el pasar de los siglos se fueron adaptando y perfeccionado en nuestro país tanto recetas hispanas como judías, alemanas o italianas. Por ello el aroma con especias que surge de los hornos nos despierta un instinto antiguo.EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA
El pan es, además, sagrado. Alrededor de él se comparte la sal y la mesa. Explica la chef Juana Lomelí que el pan no solo es el alimento universal, es también un alimento para el alma, porque “las penas, con pan son buenas”.
Se hacen panes de trigo, de avena, de centeno, o de mijo, entre muchos otros granos y cerea- les, y aunque los maestros panaderos se llevan sus recetas a la tumba, cada país ha hecho su aportación culinaria al mundo con pan: la focaccia de Italia, el bolillo de México, las baguettes francesas todo un símbolo nacional, el pan de bocadillos en España o el pan pita de los árabes, porque en todos los países, este alimento significa el cora- zón de una mesa, que se parte y se comparte.