Como habría dicho el poeta inglés, John Donne, “el mar es tan profundo en la calma como en la tempestad”. Es ese misterio bajo el fondo de tonos grises y azules el que hace a cualquier navegante un tanto supersticioso, y es que no hay una fuerza tan romántica e increíblemente poderosa y desconocida, como la mar.
Así, junto a sus aguas, vamos llegando a los primeros barcos para entrevistar a sus capitanes y conocer lo que algunos llaman “la poesía de la vida”. Esas supersticiones son para ellos las que les ayudan a volver a pararse sanos y salvos sobre la tierra. Dubrovnik es la perla del Adriático, clavado en la hermosa costa Dálmata en Croacia, allí la marea nos lleva al puerto en donde anclan y zarpan barcos de muchas nacionalidades, desde tripulaciones brasileñas hasta mansiones marinas de Italia. Allí en el puerto nombrado nativamente como Dubrovacka luka Gruž, nos recibe Ante Radic, capitán del Maestral, cuyo nombre es un homenaje al viento refrescante que viene del noreste y que sopla en días cálidos del mar hacia la tierra.
Ante lleva manejando este barco desde nuevo, es decir, hace 7 de los 23 años de experiencia que ya tiene en las aguas del Adriático, llevando tripulaciones refinadas que buscan gozar un turismo de lujo en los parajes marítimos más bellos de la costa croata. El capitán nos explica que este yate, de la marca My Dream de la constructora Ortona Navi, es para 12 personas, aunque de alguna manera fue hecho para 13. Sin embargo, esto no se dice ni se ofrece ese lugar. “Nunca le he dicho nada de esto a los clientes, se espantarían demasiado si lo hiciera, o tal vez pensarían que somos unos adoradores de lo oscuro, pero ese número 13 lo reservamos para la muerte, es decir, creemos que darle su lugar, es una manera de respetarla y así alejarla para que no se manifieste en nuestras aguas”.
Además de eso, Ante tiene una golondrina tatuada en el pectoral derecho. Dice que estas aves son de buen augurio, porque anuncian que la embarcación está cerca de tierra. “Siempre que salimos, me pongo la mano sobre mi golondrina, le digo que nos haga regresar con bien y que si nos perdemos, nos guíe a tierra segura”. Los buenos vientos nos abrazan desde el Adriático hasta llevarnos al Mar Caribe; el cambio es completo, desde el idioma, hasta el color y fuerza de las aguas, y para llegar a nuestro próximo capitán, vamos al puerto comercial de La Habana, donde ya nos espera Julimar Agramonte, capitán de un barco miembro de la Flota Cubana de Pesca. ¿Julimar?, le pregunto con respeto a este capitán de 56 años. “Sí, me llamo Julimar, pero no creas que es un sobrenombre por andar en las aguas, es solo una coincidencia; mi madre se llama María y mi padre Julio, y tuvieron la Ǯmagnificaǯ idea de juntar los nombres… ¡Ay Dio mío, me ahogo!…”Me dice soltando una carcajada a través de esa sonrisa tan blanca y alegre que define la calidez de los cubanos. DzSí, tengo supersticiones, sobre todo sobre el buque que dirijo, un arrastrero bacaladero, y al ser un barco de gran pesca, tengo amuletos asociados a la suerte para que los peces piquen”.
Julimar es creyente de la religión yoruba y tiene un tatuaje en el antebrazo de Elegua. Es a este orisha guerrero a quien hace sus ofrendas y rezos: “He puesto en la proa a Elegua con una pluma de loro. Él me abre los caminos, los senderos de las aguas y con su pluma de ave, me augura buena pesca, es como una señal de que habrá buen viento”. Cuando Julimar menciona el viento, recuerda otra manía que tiene cuando va a aguas profundas: DzMuchas veces no me gusta silbar o que alguien de la tripulación silbe. Antes era extremadamente cuidadoso con eso, no dejaba que nadie silbara, y si lo hacia, le daba una tundadz. (Risas). Julimar le llama “silbar el viento”. Me dice que cuando un marinero está trabajando, es casi imposible no hacer un silbido, pero que, a pesar de que está consciente de ello, tiene que tener cuidado, porque el viento es lo más importante para alguien que vive del mar y “estarlo silbando”, es estarlo espantando o moviendo de dirección.”Con el viento no se juega”, dice el capitán, y menciona que la vida del mar no es fácil, pues es estar parado sobre el elemento más poderoso y vital de nuestra naturaleza; pero así como es vital, es extremadamente mortal.
“Nosotros salimos para traer pan a la casa, pero salimos literalmente de la tierra hacia un sol inclemente, hacia una brisa salada con posible dirección a un ciclón, a una tormenta espontánea, en fin… A pesar de ello, me encanta mi profesión, porque el mar es sabio, siempre te recuerda que eres tan sólo una lagrimita entre el océano”. Lo que me cuenta Julimar, me recuerda una frase que leí hace tiempo del poeta y ensayista libanés, Gibrán Jalil, quien decía que debía haber algo extremadamente sagrado en la sal, porque la tenemos en nuestras lágrimas y en el mar. Dejamos entonces la poesía de los capitanes cubanos para ir hacia Mazatlán, en el pacífico de nuestro México, un área hermosa con los atardeceres más increíbles del mundo. Allí vemos a Lola Mento, una pequeña barca de 1976 y cuyos años mozos los pasó como buque camaronero. Ahora se renta igualmente a pescadores que a investigadores, o bien al turismo para dar paseos a La Isla de la Piedra, muy famosa en la región.
Otra característica única de este barco, es que quien dirige su destino es Irma Dolores Elenes, hija de Luis Ángel Elenes, quien fue pescador de camarón desde los años treinta. No se preocupen, no me he olvidado de explicar el nombre del barco: “Lola Mento” surgió por una curiosa anécdota de superstición.”El nombre de nuestro barco, que dicho sea de paso, es el que nos ha alimentado por generaciones, era La Charanguita. Una charanga es una especie de chiquero que retiene al camarón en las lagunas. Después de 28 años con ese nombre, a mi papá, aficionado al fútbol, se le ocurrió nombrarlo El Dorado, en homenaje a que el equipo de fútbol del estado –los Dorados de Sinaloa–ascendieron a la primera división, por ahí del año 2003 o 2004″. Irma dice que a partir de ese rebautizo, todo fue una desgracia. La captura de camarón bajo considerablemente, sufrieron tres asaltos en las rutas de pesca, aIrma le dio tifoidea, su madre tuvo conjuntivitis y su padre se voló un dedo en maniobras con una red cerquera. “Creerás que es broma, pero en ese año, hasta atropellaron a mi perro con una moto”; dice Irma, llevándose las manos a la frente en señal de que aún no puede creer lo que ella misma me cuenta.
“Después de esa horrible etapa, yo sólo pensaba en un borrón y cuenta nueva. Yo comencé a manejar el barco sobre todo para el turismo, y cuando sentí más confianza manejando el timón, le sugerí a mi papá que le cambiara el nombre al barquito, porque ese del Dorado había traído pura desgracia”. Después de un estira y afloja, Luis Ángel, padre de Irma, torció la mano y le dijo que si quería cambiarle el nombre, debía buscar uno muy bueno para que cayera bien a los espíritus del mar, pues de resultar otro año negro, ya no lo podrían volver a contar. Irma, que en la pantorrilla izquierda tiene tatuado un camarón bien delineado, que a la vez forma la figura de una herradura Dzes un homenaje a lo que nos ha dado de comer todo este tiempodz. Dice que estuvo pensando en muchos nombres, pero que ninguno le convencía, hasta que jugando con su segundo nombre –Dolores– se le ocurrió llamarlo Lola Mento, como una disculpa al barco y a la mar, por haber modificado el nombre sin ningún tipo de ofrenda, sin un proceso espiritual que fuera acompañándolo, sino tan solo nombrarlo como un vil equipo de fútbol que ascendía a un torneo sin mucho sentido.
“Fue mi manera de disculparnos como familia ante la mar; desde allí, creo en los nombres que se le dan a los barcos y creo en el proceso místico de bautizarlos”. La familia dice tener mejor suerte desde el cambio de nombre, y si bien han dejado la laboriosa y generacional tarea de pescar camarón, el turismo los ha recibido muy bien: hacen hasta 15 recorridos al día en temporada alta, cada uno con 12 personas a bordo. A los visitantes les parece simpático el nombre del barco, “Se ríen y me preguntan, ¿en serio vamos a lamentar el viaje?” Sin duda, Irma lleva bien el control del barco, sabe cómo manejarlo y llevarlo a buen puerto. Aun así, hay muy pocas capitanas de embarcación.
Como es sabido, antes las mujeres eran consideradas como de mala suerte, casi una desgracia para navegar. Irma me cuenta en confianza un dato curioso y sumamente interesante, no sin antes haberle prometido discreción con su padre. “Si no, me mata”, advierte. “No sé si sepas, pero decían que en una tempestad, el mar podía apaciguarse si una mujer se desnuda en la proa del barco; yo no sé si será cierto, pero un día estaba en aguas profundas y comenzó una lluvia bastante fuerte, aún me faltaba regresar a tierra, sentí miedo, pero también curiosidad, y sin pensarlo mucho, me quite la ropa. A pesar de la lluvia, el mar no se puso tan salvaje. ¿Será cierto?”. Hay mujeres de madera, también sirenas en la proa de algunos barcos antiguos. Creo que así como Irma, las naves no tienen mejor manera de ser representadas que por el símbolo de la mujer: dulces y hermosas, místicas, apasionadas y crueles. El buen viento siempre aconseja y dice que con la mujer y la mar, hay que saber navegar. Es cierto, y agregaría lo que escribió alguna vez Cristóbal Colón: “La mar dará a cada hombre una nueva esperanza”.