La obra de Román de Castro nace como una forma de entender el mundo y traducir lo cotidiano en formas simbólicas, yendo de lo personal a lo colectivo.

Un camino que comenzó entre guiones de cine y artículos culturales llevó al artista mexicano a explorar el arte como una forma de introspección. Su trabajo se ha convertido en un vehículo para entender lo cotidiano desde lo emocional. Entre sillas, frases y pigmentos, construye un lenguaje propio donde lo íntimo se vuelve colectivo y lo simple, profundo. A través de sus palabras, Román nos invita a pensar en el desapego, honestidad y magia de lo común como vías para crear sin miedo y habitar el presente.

¿Cómo nació tu necesidad de traducir ideas tanto en palabras como en colores?

Estudié cine y luego trabajé un par de años como periodista. Casi toda la familia de mi papá se dedica al periodismo, así que cuando empezó la pandemia, le pedí trabajo a mis papás y comencé a escribir. Escribía sobre temas culturales, como el cine y la música. 

Cuando la pandemia empezó a ceder, comencé a pintar. Escribir siempre me gustó. De hecho, en la escuela de cine me especialicé en guión porque mi intención era escribir películas, aunque eso no se dio. Aun así, no quise dejar de lado esa parte de las letras, por eso decidí mezclar la imagen con la escritura.

¿Qué caminos personales te llevaron a habitar el arte como lo haces hoy?

Esto empezó como un ejercicio íntimo, casi como una purga emocional. Quería entender quién era yo en ese momento y cuál era el mundo que me rodeaba. Y creo que, en el fondo, sigue siendo lo mismo. Sigo haciendo esto, ante todo, como una forma de expresarme, de entenderme mejor y de comprender mejor el mundo.

¿Qué te inspiró a combinar objetos con poesía en tu arte?

Siempre he sido muy funcional. Si tenía algo frente a mí y podía escribir sobre eso, lo hacía. Nunca fui purista ni con los materiales ni con los formatos. Me gusta trabajar con lo que tengo a la mano. La relación con los objetos nace también de mi fascinación por lo cotidiano. 

Crecí en un suburbio, en Ciudad Satélite, un lugar donde, como digo siempre, todos los días parecen domingo a las cinco de la tarde: nada sucede, todo se repite. Esa rutina, ese ritmo pausado, hace que uno se relacione profundamente con lo que lo rodea. En ese contexto, hasta lo más común como un libro o una silla, puede adquirir una dimensión casi hipnótica.

¿Qué te lleva a elegir ciertos objetos cotidianos y ver en ellos el potencial de convertirse en algo más dentro de tu obra?

Mi obsesión con las sillas empezó desde el principio. Alguna vez leí un texto de un artista llamado Jimmy Durkheim, donde decía que las sillas eran como espías, porque están en todos lados. Me fascinó esa idea. Al final, todos nos sentamos todos los días, ya sea para trabajar, comer, transportarnos o ir al baño, es una acción profundamente humana, y yo siempre quise escribir desde ese lugar, desde algo que fuera universal. 

Por eso, tanto las sillas como los demás objetos me parecen el conductor perfecto para transmitir un mensaje que cualquiera pueda entender. Me interesa la magia de lo cotidiano, de esos elementos que están siempre presentes, tanto, que dejamos de verlos. Me atrae el recuperar su significado, no olvidarlos, darles un lugar en la narrativa, aunque estén ahí todo el tiempo, silenciosamente.

Has mencionado que la vulnerabilidad es parte esencial de tu trabajo ¿De qué manera se manifiesta esta emoción en tu proceso creativo?

Creo que todo proceso creativo es, por naturaleza, vulnerable. Mostrar lo que hago ya implica una apertura porque te doy la posibilidad de opinar sobre algo que nace de mí. En mi caso, esa vulnerabilidad es aún más frontal, porque hablo abiertamente de mis emociones con la esperanza de que alguien se identifique. 

¿Cómo cambia tu intuición cuando trabajas fuera de tu entorno cotidiano?

Las residencias son un reto porque suelo trabajar con lo que me rodea a diario, pero salir de esa rutina siempre suma. Por ejemplo, en Colombia me encontré con una silla metálica roja, distinta a la típica blanca de domingo en México. Por su forma y materialidad, tuve que replantearme cómo abordarla; al final, como siempre, volví a las sillas. Me gusta cómo lo cotidiano varía según el contexto: el suburbio, el ocio o la rutina existen en todos lados, pero cada cultura les da una forma distinta.

En tu exposición Ojalá Mañana, exploraste el concepto de soltar y dejar ir. ¿Qué te inspiró a abordar este tema?

Creo que dejar ir es de las cosas más difíciles que existen. A mí, en lo personal, me cuesta mucho el desapego. Soy muy aprensivo con mis objetos, con las personas, con todo. Por eso, este proyecto empezó, y sigue siendo, un ejercicio personal y emocional para entenderme y entender el mundo. A través de mi trabajo, poco a poco, siento que he empezado a aprender a soltar.

Tu obra ha sido descrita como una forma de poesía visual. ¿Cómo ves la relación entre la literatura y tu trabajo?

Las letras son la base de toda mi obra. No importa si se trata de pintura, escultura, cerámica o cualquier otro formato: siempre hay algo escrito. Para mí, las palabras son el punto de partida. Aun así, en algún momento sentí la necesidad de explorar ambas cosas por separado, no para dividirlas, sino para demostrarme que también podía ser solo escritor o solo pintor. 

Por eso el libro que acabo de publicar fue tan importante para mí, quería comprobar que podía escribir sin depender de lo visual. Por otro lado, ahora también estoy experimentando con la pintura sin texto. No planeo dejar de unir ambas cosas, pero me interesa ver qué sucede cuando les doy espacio por separado.

¿Qué crees que hace que las frases que eliges resuenen de forma tan certera con tantas personas?

Si tuviera una fórmula secreta, sería la honestidad. Nunca intento disfrazar lo que escribo, por eso muchas de mis frases son simples. Creo que lo que hace que la gente conecte es justo esa crudeza, esa forma directa de decir las cosas. Mostrar todo tal cual es siempre ha sido mi punto de partida.

Has mencionado que tu obra busca conectar con las emociones del espectador. ¿Qué tipo de respuesta esperas provocar en quienes interactúan con tus piezas?

Más que ofrecer respuestas, me interesa plantear preguntas. Quisiera que quien ve mi trabajo se cuestione cómo se siente frente a ciertas cosas, más que llegar a una catarsis o conclusión. Vivimos rodeados de estímulos e información, y a veces eso nos entumece emocionalmente. Por eso, mi intención es abrir un diálogo, iniciar una hipótesis emocional más que demostrar una teoría cerrada.

¿De qué manera consideras que tu enfoque artístico ha cambiado o evolucionado desde tus primeras obras hasta las actuales? 

Creo que mi trabajo ha cambiado mucho y muy rápido. Al principio tenía miedo, sobre todo porque no estudié artes plásticas ni tengo formación técnica como pintor. Sentía que lo que hacía debía mantenerse simple, casi para que no se notara que “no sabía pintar”. Con el tiempo me di cuenta de que muchos de los pintores que más admiro tampoco encajan en esa idea clásica de lo que se supone que debe ser un artista. Y entendí que no necesitaba perfección técnica para profundizar en lo visual. Esa evolución en mi obra viene, justamente, de soltar ese miedo y permitirme explorar sin que la falta de formación formal me detuviera.

¿Qué artistas han influido en tu mirada o de quiénes sientes que has aprendido visualmente?

David Hockney es uno de mis artistas favoritos, aunque él sí viene de una formación académica. También Basquiat y Edward Hopper, siempre me sentí más atraído por lo contemporáneo. Tal vez tenga que ver con que no estudié arte formalmente, pero nunca conecté con el barroco ni con corrientes clásicas. 

¿Qué te impulsa actualmente a explorar nuevas direcciones sin alejarte de ese núcleo donde convergen el dibujo y la literatura?

Estoy muy emocionado con la salida del libro, que acaba de llegar a México. Para mí, fue una forma de demostrarme que también puedo escribir sin apoyarme en lo visual y que funciona. Ahora estoy empujando para que llegue a más países; pronto se publicará en Argentina y Colombia, y espero que no sea el único. En cuanto a la pintura, me voy a una residencia de dos meses en Barcelona. Me entusiasma explorar hacia dónde puedo llevar esta nueva etapa y todo lo que quiero experimentar.

Entrevista por: Isabel Flores

Fotos: Hotbook