Dejemos atrás la idea de una África sub-sahariana en donde sólo hay cebras, jirafas y leones que se las cenan. Para entender a la sociedad sudafricana, o al menos intentarlo, hay que visitar sus grandes ciudades. Mientras que Johannesburgo, con su mala fama, esconde un mundo contracultural de locura, Cape Town, la que se jura europea, revela que detrás de su fachada refinada hay una ciudad que sabe cómo malportarse. Son un par complicado, sí, pero lleno de contrastes y secretos fascinantes. Y nadie dijo que en Sudáfrica la cosa fuera fácil.
Jo’burg
Desde las alturas, rodeada de hectáreas y hectáreas de granjas fértiles y dadivosas, se alcanza a ver la ciudad más poblada de Sudáfrica. Donde se vislumbran construcciones y erigen edificios, donde el verde cede terreno al gris y se concentran millones de personas, eso es Johannesburgo y nunca, nunca debes ir ahí. Algo parecido al discurso del cementerio de elefantes es lo que suele escuchar todo osado que se decide a visitar la ciudad. Jo’burg, como la llaman los locales, no ha trabajado precisamente en hacerse la mejor fama. Un centro dejado al abandono, pocas calles pensadas para caminar y una colección de leyendas urbanas poco invitadoras, no ayudan para nada. Si no fuera por su aeropuerto, la principal puerta de entrada al país, seguramente nadie la visitaría, pero más allá de las primeras impresiones y el mal nombre, Johannesburgo tiene lo suyo. ¡Y bien!
Mercados de arte y diseño que sorprenden hasta a los locales, clubes de jazz improvisado que no duermen, grafitis de Shepard Fairey, devoción por el buen café y sí, referencias a Mandela hasta por las coladeras, esperan a quienes, contra la recomendación paranoica de los locales, se aventuran a explorar las calles. Todo lo que hace falta para agarrarle cariño a Jozi (sí, tiene muchos apodos) es un coche con GPS y salir de los malls que se reproducen en Sudáfrica como una epidemia.
Bendito día de mercado
Uno de los tesoros de Johannesburgo son sus mercados. Y como toda joyita, están bien resguardados y hasta escondidos con disimulo. En los últimos años, media docena de bazares itinerantes han devuelto vida a edificios abandonados en la ciudad. Joyería local, artesanía tradicional africana, biltong casero (una especie de carne seca parecida al jerky), locuras indescriptibles y recetas traídas de varios rincones del mundo, se dan cita en los mercados de Jo’burg. La mayoría de ellos ocurren en días específicos de la semana, casi siempre en sábado o domingo, y el único problema que tienen es que, como si lo hicieran a propósito, coordinan para suceder casi al mismo tiempo.
El mercado de 1 Fox, a unas cuadras del Central Business District (CBD por sus siglas en inglés), es de los más nuevos y sucede todos los viernes, sábados y domingos en horarios variados. Aunque los puestos armados con mamparas de madera reciclada y la oferta de jugos orgánicos para détox gritan que todo lo que sucede ahí dentro es producto de una comitiva de millennials, el edificio mismo forma parte de una serie de bodegas que tienen alrededor de un siglo en pie. Ferreirastown, como se conoce este barrio, es donde se construyeron muchas de las bodegas industriales que las mineras utilizaron para almacenar su producción. Con el declive del boom del oro y la reestructuración de la ciudad, gran parte de las bodegas quedaron dejadas al olvido; por lo menos hasta hace unos meses. Ahora, bajo el mismo techo que alguna vez almacenó oro, se encuentran otras cosas preciosas: balsámicos con chocolate caseros de A Thyme to Dine, libros y guías locales de la ciudad de JoburgPlaces y quesos de Bordeaux Bros. que invitan a lamer la envoltura cuando se acaban. En el lugar hay varias mesas comunales, cada tanto música en vivo y un futbolito tan popular, que hace suponer que no hay muchos de esos en Jo’burg.
El Market on Main, en el barrio Maboneng, se rige bajo principios muy similares. También ocupa una vieja bodega construida a inicios del siglo XX y concentra, los domingos por la mañana y el primer jueves de cada mes, a más de 100 expositores de todo tipo, siempre y cuando sean locales. El ambiente es considerablemente más alternativo, en especial la edición nocturna de los jueves, cuando muchos de los artistas y diseñadores locales se dan una vuelta. En el Market on Main el quórum es tan ecléctico como los puestos: ropa de segunda mano, armazones y corbatas de moñito tallados en madera (woodiz) y una micorcervecería que se produce in situ sirven para darse una idea. Mientras que en el piso de arriba se encuentran galerías de arte, estudios de diseño y talleres de gráfica que operan todos los días como parte del proyecto Arts On Main, que ofrece un espacio a colectivos de arte y proyectos culturales, en la planta baja se dan cita las efímeras paellas, empanadas argentinas, helados artesanales y uno que otro puesto de joyería, conservas y accesorios.
Otro espacio con una idea similar, pero considerablemente más formal, es 44 Stanley. En un antiguo complejo industrial de los treinta, ocupado en su mayoría por talleres mecánicos y vulcanizadoras, hoy se reúnen restaurantes, cafés, estudios de diseño y tiendas que, sin perder el toque local, venden productos que no se ven en los muchos malls de la ciudad. Entre caminos laberínticos, edificios interconectados de improvisado y patios al aire libre con sillas y mesas para pasar el rato, Stanley ofrece desde muebles vintage y libros de arte, hasta ropa de diseñadores locales y antigüedades. Son cerca de 25 locales, entre tiendas, restaurantes y despachos de diseño, y abren sus puertas todos los días desde temprano y hasta las cuatro de la tarde. Lucky Fish ofrece una selección de artesanías africanas de los países vecinos, Vintage Cowboys una colección de objetos antiguos con una onda muy pop, Le Atelier exhibe ilustradores locales y extranjeros y Bean There, regido por el principio del comercio justo y el tostado artesanal al momento, sirve expresos que son razón suficiente para darse una vuelta por este viejo edificio que, a juzgar por su fachada, pasa desapercibido.
Paso a pasito
Entre que la ciudad es muy esparcida, las distancias muy grandes y la cultura peatonal inexistente, encontrar lugares donde salir a caminar es todo un reto. La respuesta de los locales cuando se les pregunta por barrios para recorrer a pie, casi unísona, es poco prometedora, pero que no se develen a la primera no significa que no existan. Paranoias aparte, Johannesburgo tiene un par de cuadras caminables llenas de sorpresas gratas. El más emblemático de estos lugares, quizás porque hasta hace unos años a nadie se le hubiera ocurrido poner un pie ahí, es Braamfontein, en la periferia del centro. De a poco, las cuadras de este distrito han dejado la pinta marginal y dado entrada a cafés independientes, tiendas de moda con una propuesta súper urbana y bares clásicos que, aún con su esencia decadente, ahora atraen a una audiencia que no discrimina. En este ejemplo de controversial gentrificación tienen cabida un nuevo mural de Shepard Fairey que ilustra a Mandela, The Orbit, un club de jazz improvisado con bandas locales delirantes, Double Shot, un café justo que tuesta sus propios granos, y Kitchener’s, uno de los bares más antiguos de la ciudad y que, como buen clásico, también de los más hip.
Otro lugar donde se puede caminar es Parkhurst, especialmente en la Avenida 4. Aunque el barrio es muy residencial, entre las calles 6 y 14 hay un buen número de locales para entretenerse un rato. La mayoría de las tiendas se relacionan con diseño e interiorismo, pero también hay algo de ropa y varios restaurantes que tienen terrazas, cosa que, en Jo’burg, es más difícil encontrar que gallinas moteadas con cabezas azules paseando por la calle (es en serio, se llaman gallinas de guinea y están por todos lados). 4th Avenue Coffee Roasters, un local tan rosado como kitsch, vende especialidades de café tostado por ellos mismos, Classic Bond ofrece una selección de productos de decoración y regalos inspirados y hechos en África, Melissa’s Kitchen cuenta con cientos de productos gourmet caseros y un menú tipo deli, y Craft, con su pinta de gastro-pub neoyorquino, lo mismo sirve lunch para trajeados entre semana que tragos elaborados cuando cae la noche.
De paso por Pretoria
A 60 kilómetros de Johannesburgo, algo así como una hora en coche, se encuentra esta ciudad donde se pasean las élites diplomáticas en Sudáfrica. Sus calles no despiertan la misma paranoia que las de la metrópoli vecina, pero sus recovecos no son ni la mitad de fascinantes. Aun así, con tiempo, vale la pena darse una vuelta por Pretoria. Primero, porque a diferencia de Johannesburgo, donde se impone la cultura británica y los nombres en inglés, en Pretoria prevalece la cultura afrikaans, la de los primeros pobladores blancos que llegaron a trabajar las tierras desde Holanda. Y segundo, porque si bien los encantos citadinos se reducen a un par de restaurantes encerrados en campos de golf o centros comerciales, los parques de Pretoria tienen lo suyo.
El Voortrekker Monument Site es quizás el más imponente de todos y en él se encuentran varios monumentos, un par de museos y un espacio considerable de áreas verdes por las que transitan libremente cebras, antílopes y ciclistas. El atractivo principal del sitio es el monumento que le da nombre: Voortrekker. En afrikaans la palabra significa los primeros que se movieron y el monumento, como sugiere el nombre, rinde homenaje a los primeros pobladores de origen holandés en Sudáfrica. Al interior de la construcción se puede ver un enorme domo de 40 metros de altura y un mural labrado en piedra que cuenta el paso de los voortrekkers por tierras sudafricanas. Aunque la visión de la historia que comparte es ridículamente maniquea y pinta a los colonos británicos como bárbaros, a los negros como salvajes y a los inmigrantes holandeses como heroicos mártires, la construcción misma es imponente y la cima del domo, una especie de mirador al que se puede subir si no intimidan el vértigo y muchas escaleras, ofrece vistas impresionantes tanto de la ciudad como del interior del monumento mismo. Dentro también se encuentra un cenotafio y un museo con artefactos que utilizaban los voortrekkers en las primeras colonias. Otra área verde con arquitectura interesante es el jardín de los Union Buildings, ni más ni menos que la cede de la presidencia sudafricana. Además de los edificios gubernamentales, custodiados por una escultura de Mandela de nueve metros, en este espacio se ve, a todas horas, personas corriendo y jugando alguna versión amateur de deportes en equipo.
Mother City
Cape Town es, indiscutiblemente, la más afamada de las ciudades sudafricanas. Está sobre la costa, cerca de los valles vitivinícolas más importantes del país y la acompaña una colección ecléctica de bellezas naturales que incluye colonias de pingüinos, bahías custodiadas por tiburones blancos y montañas imponentes. Es, también, el lugar donde se fundó el primer asentamiento europeo en tierras sudafricanas. Y quizás es por eso que se jura una ciudad con alma del Viejo Continente. Mother City, como la llaman muchos, es más amigable y cosmopolita que el resto de las urbes sudafricanas, pero por lo demás, son notorios los más de ocho mil kilómetros que la separan de Europa.
Más allá del Victoria & Alfred Waterfront, el principal atractivo urbano de Cape Town, la ciudad esconde antiguas fábricas convertidas en centros de diseño, calles donde convergen en la misma cuadra barberías de mala muerte y bares hip y un buen número de playas en las que prevalece un ambiente casi provincial. También, ya que estamos en eso de salir de la zona de confort, varios barrios, algunos más coloridos que otros, que recuerdan los contrastes e historia –no tan presumibles– de la vida sudafricana.
El cabo urbano
El primer lugar al que mandan a todo turista en Cape Town es al Victoria & Alfred Waterfront, una especie de marina que sirve también como centro comercial al aire libre. Aunque de entrada puede sonar como una trampa turística perfecta, si se esquivan los restaurantes de franquicia de nombres conocidos y las tiendas de souvenirs, el lugar tiene varios recovecos interesantes. Dos de ellos están casi pared con pared: el mercado de artesanías y diseño Watershed y el V&A Market on the Wharf, para goces culinarios y glotonería. En el primero convive una ecléctica colección de productos que incluye guitarras funcionales fabricadas con latas viejas, artesanía nacional y de los países vecinos trabajada bajo el esquema de cooperativas, y líneas de ropa de diseñadores locales como Beyond Cotton, que cuenta con diseños muy particulares de prendas tejidas; y en el segundo se consiguen helados artesanales, comida tailandesa, biltong de animales como kudu (un primo crecidito de la familia de los venados) y avestruz y crepas que se juran auténticamente francesas. El Waterfront es, en general, un lugar súper lindo para pasear, perderse un rato, ver el atardecer y hasta salir a correr, así es que hacerse un picnic improvisado con provisiones del mercado es una buena idea.
Un poco más lejos de la zona de confort se encuentra The Old Biscuit Mill, un bazar de productores locales que, como sugiere el nombre, ocupa una vieja fábrica de galletas. La zona donde se encuentra es algo así como la meca del diseño y el interiorismo en Cape Town, y un lugar en el que salir a perderse caminando, sobre todo si se toma la dirección equivocada, quizás no sea la mejor idea. Dentro del bazar hay un poco de todo: Wine @ The Mill, una licorería especializada en vinos, cervezas y sidras nacionales; ArtLab, un taller de impresión digital que también vende productos terminados, e Imiso Ceramics, una galería de piezas de cerámica fina. También hay varias opciones para comer, desde restaurantes con servicio completo hasta cafecitos como Espresso Lab, que tuesta su propio café, y Saussice Boutique, un deli en donde se preparan sándwiches, wraps y ensaladas al gusto con ingredientes gourmet. En la misma calle donde está The Old Biscuit Factory hay varios edificios industriales más que han corrido con la misma suerte y ahora, en lugar de ser bodegas abandonadas, albergan restaurantes, talleres de producción artística y mueblerías con el sello creativo local.
Al aire libre
Antes de terminar es justo hablar de la naturaleza que acompaña a Cape Town. No se me olvida que estas páginas van sobre los encantos urbanos sudafricanos, pero precisamente una de las razones por las que esta ciudad es tan especial es por la relación tan estrecha que tiene su vida urbana con el exterior. Después de todo, no son tantas las ciudades del mundo donde en cuestión de media hora al volante se puede pasar de una colonia de pingüinos a un distrito financiero o de la cima de una montaña a más de mil metros de altura a un rascacielos. Además de las varias playas que acompañan la costa de la ciudad, Cape Town tiene un par de lugares que aparecen como las principales visitas obligadas en las guías de turista y a las que, contra lo que conviene hacer casi siempre, conviene hacer caso. La primera es Table Mountain, una montaña en pleno centro de la ciudad desde donde se tienen unas vistas impresionantes. Se puede llegar en coche a la base de la montaña, pero para llegar a la cima hace falta una súper buena condición física o la ayuda de un funicular. El Table Mountain Aerial Cableway es tan popular, incluso entre los locales que utilizan la montaña como parque o pista para correr, que en días soleados de fin de semana es prácticamente imposible conseguir un boleto si no se reserva con anticipación.
El segundo lugar está un poco más lejos del centro, como a 45 minutos en coche, y se trata de una colonia de pingüinos africanos. Boulders Beach es una playa linda, pero no se puede nadar ahí: los pingüinos llegaron antes y es zona protegida. A diferencia de otros animales, a los pingüinos de esta colonia parece importarles un bledo que las personas estén cerca. Están muy ocupados haciendo sus niditos de amor, literalmente, como para que medio centenar de turistas armados con telefotos puedan molestarlos. Para entrar al parque hay que pagar una entrada de 60 rands, que se destina al cuidado y mantenimiento del mismo. Aunque no está permitido caminar fuera de las pasarelas no hace falta, los pingüinos se pueden ver desde muy muy cerca. En el área, para no variarle a la costumbre sudafricana, se pueden ver gallinas de guinea. No son, ni cerca, tan populares como los pingüinos, aunque ciertamente más misteriosas. En Cape Town nadie sabe tampoco por qué la gallina cruzó la calle.
Guía práctica
[toggle Title=”¿Dónde dormir?”]
10 2nd Avenue Houghton Estate
Johannesburgo
Una vieja residencia particular, resguardada en una propiedad de 5 000 m2 tapizada de jardines, alberga este hotel que forma parte del portafolio de Preferred Hotels & Resorts. Se encuentra en el corazón de Houghton, un suburbio que tiene fama de ser de los más acaudalados de la ciudad, a solo 10-15 minutos en coche desde el centro y algunos barrios como Braamfontein, Parkhurst y Maboneng. Cuenta con apenas 14 habitaciones, un restaurante que tiene fama de ser uno de los mejores de la zona, bar y alberca al aire libre, y todo lo que se necesita para sentirse, sin dejar la ciudad ni sacrificar amenidades, como en una casa de campo de fin de semana.
Sheraton Pretoria
Pretoria
Ubicado en pleno centro de la ciudad, este hotel ofrece las comodidades estándares y los servicios que se esperan de una propiedad con el nombre Sheraton. Que, además, vienen muy bien en una ciudad donde la moda de los hoteles boutique y de diseño es prácticamente inexistente. Los dos grandes atractivos de la propiedad son su ubicación, justamente frente a Union Buildings, sus jardines y su alberca al aire libre, ubicada en una terraza con vista a la sede del gobierno. Tiene 175 habitaciones, spa, gimnasio y dos restaurantes.
26 Sunset Avenue Llandudno
Cape Town
Este no es un hotel cualquiera, se trata de una villa en Llandudno que se renta, con sus seis suites, chef personalizado, alberca, terrazas y acceso privado a una de las playas más exclusivas de Cape Town, como un todo. Se encuentra a un costado de la Reserva Natural Sandy Bay y como parte de sus atractivos ofrece una cava con una selección especialmente cuidada de etiquetas sudafricanas, una colección de arte digna de museo y una vista prácticamente inmejorable de la bahía. Esta villa también forma parte del portafolio de Preferred Hotels & Resorts y rompe, para bien, con toda posible expectativa que se pueda tener de un hotel, su arquitectura y sus servicios. Exceptuando temporada alta, en enero y diciembre, y de acuerdo a la disponibilidad, se pueden alquilar las suites por separado.
[/toggle]
[toggle Title=”Mercados y calles comerciales”]
Fox Market
Fox St, Ferreirastown
Johannesburgo
Market on Main
264 Fox St, Maboneng
Johannesburgo
44 Stanley
44 Stanley Avenue, Milpark
Johannesburgo
4th Avenue Parkhurst
4th Avenue, Parkhurst
Johannesburgo
Watershed
17 Dock Road, V&A Waterfront
Cape Town
waterfront.co.za > Watershed
V&A Market on the Wharf
19 Dock Road, V&A Waterfront
Cape Town
The Old Biscuit Mill
373 Albert Rd, Woodstock
Cape Town
[/toggle]
[toggle Title=”Comida”]
Melissa’s Food Shop
(Deli y comida gourmet casera)
38 4th Avenue, Parkhusrt
Johannesburgo
Moyo
(Cocina tradicional africana)
5 The High St, Melrose Arch
Johannesburgo
Tribeca Standard
(Bistró internacional)
Lynwood Road
Pretoria
Maharaja
(Cocina india tradicional)
Esquina de Kloofnek y Woodside Roads, Tamboerskloof
Cape Town
[/toggle]
[toggle Title=”Tragos”]
The Orbit
(Club de jazz)
81 De Korte St, Braamfontein
Johannesburgo
Kitchener’s Carvery Bar
71 Juta St, Braamfontein
Johannesburgo
[/toggle]
[toggle Title=”Café”]
Double Shot
Esquina de Juta St y Melle St, Braamfontein
Johannesburgo
Bean There
44 Stanely Avenue, Milpark
Johannesburgo
Espresso Lab
375 Albert Rd, Woodstock
Cape Town
[/toggle]
[toggle Title=”Información útil”]
Voortrekker Monument
Eeufees Avenue, Pretoria
Table Mountain Cablecar
Tafelberg Road, Cape Town
Boulders Beach Penguin Colony
[/toggle]