Esto se puede leer en la placa colocada al costado derecho de la Catedral de San Cristóbal y, de alguna forma, su conjuro ya ha tomado poder más que despidiendo, atrayendo, a viajeros de todo el mundo. Al recordar esta ciudad me colmo instantánea- mente de colores y risas. Puedo ver la catedral amarilla y roja que decora la plaza y sus mercados, las montañas que la circundan y el cielo que se expande ininterrumpidamente. Vuelvo a sentir el sabor del café en mi boca, la emoción de regresar a una de las ciudades más deslumbrantes y multiétnicas de mi país, destino perfecto para viajeros de todos los gustos, estilos y rincones del mundo, punto de reunión idóneo para converger, perfecto alto en el camino para tomar fuerzas. Tengo que confesar que este artículo no será imparcial, vuelvo a San Cristóbal y me alegro, pero quién no lo haría.
Situada en Los Altos de Chiapas, corona a uno de los estados más variados y asombrosos que engalanan la República Mexicana, fungiendo como el corazón de un sinfín de experiencias y posibilidades, desde excursiones a la selva Lacandona, viajes de estudio a los centros ceremonia- les mayas y estancias artísticas, hasta un tranquilo n de semana romántico o un viaje de retiro. Si se llega a esta seductora ciudad con la actitud correcta, cada minuto recorrido sobre sus calles coloniales será una posibilidad infinita de vivencias. San Cristóbal no puede defraudarlos: a lo largo de un día pueden vivir siete vidas, probar comida de todos los continentes, bailar al ritmo del reggae local, conocer a amigos que probablemente les acompañen el resto del viaje y ser cómplices de una danza de pigmentos que desciende desde los pueblos que la circundan.
San Cristóbal de las Casas es un oasis que invita a replantearse nociones personales de estética, a dejar atrás las preocupaciones cotidianas, a huir de la ciudad un ratito, a separarse del internet, del teléfono, y así, durante las noches de bohemia, recorrerla con calma haciendo altos en el café de la región hasta el sabor del cacao puro, un p’ox artesanal que calienta el corazón y un ritmo latino que recibe a brazos abiertos.
Les propongo un viaje de escapa- da, una aventura económica bañada de sensaciones, artesanías y comida; un paraje que, en su diversidad y variedad, se presenta perfecto para cualquier tipo de viajero y que, por su tamaño, bien se puede recorrer y aprovechar en un n de semana. Aquí encontrarán hoteles para amantes, restaurantes para sibaritas, posadas para viajeros solitarios, bares para amigos, tacos de media noche para desvelados y muchos secretos bien guardados que poco a poco se irán develando.
Al llegar a Tuxtla Gutiérrez, si es en avión, deben tener en cuenta que los fines de semana no hay transporte público hacia San Cristóbal, por lo que aconsejo tomar un taxi: cuesta 700 pesos, pero se puede compartir con cuatro personas. Les propongo forjar amistades desde el vuelo y así dividir el precio del taxi. El regreso es más sencillo, hay autobuses que cobran 210 pesos por persona y tienen horario jo. Si van dos, conviene pagar un taxi, ya que desde San Cristóbal el precio es negociable.
Al pisar la ciudad de San Cristóbal por primera vez —o cualquier ciudad del mundo—, pasen por alto los hoteles cercanos a la central de camiones; raramente son los mejores, pero tienden a verse muy atractivos ya que se llega cansado y con prisa por conocer. Esta pequeña, pero concurrida, ciudad cuenta con una impresionante oferta de más de 500 lugares dónde hospedarse: entre hoteles, posadas y pensiones. Les recomiendo cuatro muy diversos, dependiendo de lo que se busque, con quién se viaje y del presupuesto, pero no duden en darse una vuelta antes de elegir. A una cuadra de la Catedral se encuentra la Posada Paraíso, este hotel tiene un precio medio de 1100 pesos por pareja y tiene una ubicación inigualable. Casi al mismo precio está el hotel-museo de Na-Bolom, que ofrece habitaciones muy acogedoras y con chimenea. Está situado en la antigua casa de la pareja Gertrude Duby y Frans Blom, dos grandes investigadores y lántropos europeos que establecieron su residencia en San Cristóbal de las Casas. Visitar este hotel es una experiencia cultural e histórica que, estando o no hospedados ahí, es muy recomendable para comprender más sobre la labor de sus antiguos dueños con la cultura lacandona. Muy cerca del centro y situado sobre el an- dador turístico está la Casa y Parador Margarita; es un hotel sencillo con habitaciones pequeñas y cómodas que van desde los 500 pesos por pareja. Si aún desean ahorrar un poco más sin perder el estilo, claro está, vayan a la Posada Ganesha, que ofrece habitaciones simples por 280 pesos por pareja; tiene un ambiente muy agradable, se puede hacer uso de la cocina y tomar las clases de yoga que se imparten diario. La mayor parte de los hoteles tiene muy pocas habitaciones, así que es recomendable reservar con antelación; así como solicitar los cuartos más alejados al comedor o a la entrada, ya que al estar situados en casas antiguas —en torno a un patio— estas habitaciones serán las menos ruidosas y las más íntimas.
Durante el día no dejen de ir a los mercados: en el de Santo Domingo se puede encontrar ropa típica y trabajo artesanal de todas las regiones que circundan la ciudad, y el de San Francisco es famoso por sus dulces regionales y pan de yema. Los andadores son las calles más turísticas y transitadas, aunque no por eso dejan de ser hermosas; les recomiendo recorrerlos, pero también permitirse salir de ruta una que otra vez. Los principales atractivos y restaurantes se encuentran en esta zona, pero en las calles aledañas se puede estar en calma y percibir un San Cristóbal más auténtico.
Cuando pienso en comida la lista de opciones es inmensa, aun así, siempre regreso al delicioso Falafel de Hugo, en donde por 60 pesos puedes comer una comida completa con todo y cerveza. Durante este viaje también descubrí, por el boca en boca, el lugar de las Quesadillas No Name; una casa que a partir de las ocho de la no- che se convierte en restaurante y sirve quesadillas gourmet que acompaña con un atole de guayaba o mango inigualable, y esto viene de quien no toma atole. Para una cena variada con comida mexicana o unas pizzas reconocidas, les recomiendo visitar Madre Tierra, lugar agradable, con música en vivo y que apoya a las comunidades zapatistas. Y si de plano armaron bien el presupuesto y se darán el gusto de una cena sibarita, visiten el restaurante Tierra y Cielo, de la premiada chef Marta Zepeda: cuenta con un menú inigualable de comida regional del que recomiendo, sin lugar a dudas, el mole.
Pero hay mucho más: caminen por el andador Guadalupano, comiencen el día con el mejor café de la zona en Carajillo, para unas horas después entrar al pequeño local de la Poshería a probar esa “medicina” de aguardiente producida en San Juan Chamula y que por primera vez ha sido comercializada para su venta al público (ahora ya pueden de- gustarla también en la Ciudad de México en la Poxería que está en la colonia Roma): pidan el de 53o, el auténtico, que se sirve con naranja espolvoreada de café y un poco de chocolate amargo, la perfecta combinación. Justo al lado, para endulzar más la tarde, en Kakao Natura, están los chocolates más ricos de la zona;
especialmente el de avellanas. Y así, a cerrar la noche con buena musiquita en el nuevo bar ecléctico Changó, que invita a sentarse en su fogata situada en la parte trasera, o con una buena bailada en el clásico Bar Revolución al que asisten tanto turistas como locales con ando en su buena selección de música en vivo, especialmente de jueves a sábado.
Si en un n de semana les faltan experiencias, bajen al mercado de frutas y verduras en donde por 12 pesos pueden tomar transporte que en veinte minutos los deja en San Juan Chamula; el paseo más cercano y más interesante que se puede hacer en una mañana. Ahí, si no es día de mercado (domingo) lo único que hay que ver es su iglesia, pero qué iglesia. Al entrar se encuentran de golpe con el ejemplo más vivo del sincretismo religioso que existe en el país. Sin hacer ruido recorren su interior, su piso cubierto por agujas de pino; sortean hileras de velas que sobre el suelo fungen como ofrendas; escuchan los rezos, las pláticas y pueden ver a la gente que sentada sobre el piso pide por sus seres queridos mientras toma p’ox y refresco con gas (el gas sirve para expulsar a los demonios cuando eructan). No hay ejemplo más hipnotizante y vivo del surrealismo que presenta este país: entren con calma, siéntense un rato y observen; si tienen suerte, les invitan un vasito de aguardiente.
En San Cristóbal de las Casas se puede construir el día a placer, amoldarlo a las necesidades del viajero y así pasar la noche en un hotel de lujo y desayunar tamales sobre las escaleras que llevan a la Iglesia de la Merced. Se puede cenar en restaurantes en donde se sirven platillos de autor y descansar en una posada que ofrece yoga por las mañanas, pasar el día caminando sin aburrirse ni un instante, no acabar de reconocer los recovecos y cenefas de las casas que adornan las estrechas calles y pasear a la luz de la luna saltando de un sitio a otro para probar la noche de distintas formas. Como sea que se decida emprender y terminar el viaje, el santo patrón de esta ciudad te cuida en el viaje que emprendes y siempre te invita a regresar por un poquito más.
Texto y Fotos por Sofía Correa
Ig. @eda.sofia