Le he dado muchas vueltas a qué seis libros deberían aparecer aquí. Pensé en hacer una lista de seis novelas largas, de seis libros muy cortos o de los seis que más me gustan de Robert Walser, uno de mis autores favoritos. Sin embargo, luego de darle vueltas, lo que más gusto me daría sería ver aquí seis libros recientes de la joven guardia mexicana.
En una de esas vueltas, me acordé de una estación de radio que suele programar los éxitos de los ochenta y noventa. Se puede escuchar fácilmente al pasar, por ejemplo, si un coche trae la ventana abierta, en el taxi o en alguna fila. La música que todos conocemos, los coros que hemos cantado, el pop que hemos bailado de madrugada y que de pronto nos sorprende, extrañamente, al mediodía en la fila de un banco. A pesar del perfil de la estación, el culto por lo consagrado, por lo que el tiempo ya aprobó, la seguridad que dan los clásicos puede cerrar la puerta de lo que ocurre hoy. Creo que en la literatura es incluso más cerrado que en la música, que estamos más abiertos a escuchar una canción nueva que dura tres minutos, pero no a leer una novela escrita por un joven escritor que quizás no hemos leído antes. Me pregunto qué pasa si no hay curiosidad por el presente, eso que pasa hoy y cambia de un libro a otro, de un artículo a otro, o de un tuit a otro. Creo que allí está lo más interesante del pasado, de lo consagrado, el mejor lado de los grandes clásicos: los autores vivos, los que escriben y publican hoy.
Nada contra Madonna, Michael Jackson, Cervantes, Kafka o Clarice Lispector. Al contrario, bailamos y queremos a unos y a otros, como a Clarice Lispector que tiene un libro titulado Agua viva con cada párrafo anclado al presente, que me recuerda que entre esas miniaturas hermosas que son sus frases, tiene esta: “No existe nada más difícil que entregarse al instante. Esta dificultad es dolor humano.” Todo para decir que aunque los clásicos suenan en todas partes, y los titanes de la literatura latinoamericana se encuentran fácilmente, abrirse a la música que un grupo de jóvenes hace desde su departamento y que aún no circula en las estaciones más populares, o encontrar los libros de los escritores jóvenes en las editoriales independientes, no debe ser, como sabemos, un límite. Al contrario: en los últimos cinco años se han publicado en México obras importantes que, puestas en una mesa o convertidas en música, quizás en unos años podrían sonar, una al lado de la otra, en una estación de radio.
Pienso en Canción de tumba (Random House Mondadori, 2011) de Julián Herbert, La marrana negra de la literatura rosa (Sexto Piso, 2010) de Carlos Velázquez, Las tierras arrasadas (Random House Mondadori, 2015) de Emiliano Monge, Los ingrávidos (Sexto Piso, 2011) de Valeria Luiselli, Umami (Random House Mondadori, 2014) de Laia Jufresa, Méjico (Océano, 2015) de Antonio Ortuño, En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013) de Daniel Saldaña París, La suma de los ceros (Sur+ Ediciones, 2014) de Eduardo Rabasa, El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma, 2013) de Guadalupe Nettel, Muerte súbita (Anagrama, 2013) de Álvaro Enrigue. Y como parte de este increíble panorama de la literatura contemporánea, aquí seis libros de los últimos cinco años, con los que uno bien se puede entregar al presente, además de que su prosa, sus versos y sus historias, me acompañan.
1. Yuri Herrera, La transmigración de los cuerpos, Periférica, 2013 (novela)
2. Juan Pablo Villalobos, Fiesta en la madriguera, Anagrama, 2010 (novela)
3. Luis Felipe Fabre, Poemas de terror y de misterio, Editorial Almadía, 2013 (poesía)
4. Paula Abramo, Fiat Lux, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012 (poesía)
5. Verónica Gerber, Conjunto vacío, Editorial Almadía, 2015 (novela)
6. Gabriela Jáuregui, La memoria de las cosas, Sexto Piso, 2015 (cuentos)