LA PEOR PELÍCULA JAMÁS FILMADA
What the film delivers, however, seems basically to be the screenwriter’s masturbatory fantasies.
Robert Ebert
“Los noventa son la peor década del cine comercial norteamericano; una pésima época, un declive absoluto para el gran Hollywood y sus películas de alto presupuesto”, afirman sin reparos importantes figuras de la industria cinematográfica mundial. Según ellos, esos diez años tan insustanciales y tan frívolos, colmados —sobre todo— de aberrantes superproducciones nada íntimas ni originales, cuyo único objetivo era el éxito en taquilla, le proporcionaron al fiel publico cinéfilo, que entusiasta visitó las salas, numerosas películas de lamentable calidad.
Para comprender mejor esta declaración es necesario recordar cintas como Waterworld, Twister, Striptease, Dante’s Peak, Batman & Robin, Armageddon, Godzilla y Wild Wild West, entre muchas otras. Sin embargo, dentro de este vasto grupo de petardos, hay una ganadora indiscutible, una que sobresale y destaca en demasía y que ha sido descrita como “la peor película jamás filmada”. Se llama Showgirls y se le califica como una auténtica basura, un bodrio de proporciones épicas del año 1995, que —al parecer— le debe dar vergüenza no solo a su director y a su guionista, sino también a todos los actores que participaron en ella. “Podría ser enseñada en las escuelas de cine como un ejemplo de cómo no hacer una película”, aseveró en su tiempo la revista Time.
La cinta fue dirigida por el holandés Paul Verhoeven (Robocop y Total Recall) y escrita por Joe Eszterhas (Flashdance y Sliver); la misma dupla que, en 1992, ganara prestigio al realizar con mucho éxito el osado thriller erótico Basic Instinct, que lanzó al estrellato a la bellísima Sharon Stone, la mítica bomba sexy de la década. Por eso mismo, meses antes de su estreno, Showgirls generó enorme expectación en los conocedores de la industria fílmica que ponderaban las virtudes de sus creadores; además de despertar gran morbo en los aficionados de aquel provocador filme antes mencionado.
Protagonizada por Elizabeth Berkley (no pocos la recordarán como Jessie Spano en la popular serie juvenil Saved by the Bell de la cadena NBC) y con el siempre antipático Kyle MacLachlan y la ardiente Gina Gershon en papeles secundarios, Showgirls narra la historia de Nomi Malone, una impulsiva y ambiciosa joven provinciana recién llegada a Las Vegas, que pasa de ser una simple bailarina exótica a convertirse —recurriendo a las mentiras y a los juegos sucios para lograr sus objetivos— en la atracción principal del espectáculo de un prestigioso casino. Con una trama improbable y torpe, saturada de escenas de alto voltaje erótico en las que la señorita Berkley (despojada de todo atuendo, simulando coitos y sosteniéndolos acuáticamente) muestra que es dueña de un voluptuoso cuerpo que hipnotiza, esta sextravaganza —que le costó 45 millones de dólares a la United Artist— fue diseñada para ser la primera superproducción hollywoodense con clasificación NC-17. Un proyecto francamente arriesgado, una idea que era, en sí, bastante descabellada. Lamentablemente, la misma semana de su estreno, ese fervor y toda la excitación se derrumbaron a tal nivel que la película resultó un severo fracaso en taquilla; aunque, con el paso del tiempo, curiosamente, empezó a generar un aura de película de culto y ahora produce muy buenas ganancias en el mercado del DVD y Blu-ray.
Todo un monumento a lo kitsch, un homenaje a la exuberancia estilística, Showgirls, que el próximo año festejará su vigésimo aniversario, fue condenada y despreciada por la crítica debido a la estructura excesivamente frágil de su guion; veredicto justo, ya que nos encontramos ante un auténtico mamarracho de principio a fin. El grueso del público que asistió a verla al cine terminó moviendo la cabeza en señal de queja y mofa, hallando un gusto atroz en sus diálogos intoxicados de trivialidades (citarlos sería un abuso para el lector), sin saber cómo reaccionar ante la alta dosis de comicidad involuntaria que hace del filme una tremenda estupidez (sobre todo la escena cuando Elizabeth Berkley, en un desmesurado rol principal, haciéndose la beata, sale corriendo indignada de alguna habitación: ejercicio actoral que entra de lleno en el rango de lo intolerable y que tiró por tierra su carrera).
Para finales de 1995, la cinta ya estaba en el puesto más alto de las listas de las peores películas del año, y tiempo después se le otorgó el título del peor filme de la década de los noventa. Hasta hoy circulan historias de que Joe Eszterhas culpa del rotundo fracaso del filme a su director, ya que según él, echó a perder todo por el vínculo sentimental, por la aventura amorosa que sostuvo con su estrella femenina. Nunca se confirmó el romance, Paul Verhoeven solo declaró que la cinta fue mero entretenimiento: «No plantea temas profundos”, concluyó en una entrevista.