En las llanuras desérticas aparece un vaquero arriando ágilmente al salvaje ganado. Montado en su hermoso caballo color café, presume su principal herramienta: un resistente lazo con el que podría inmovilizar a cualquier animal que se saliera de control. Es un valiente que aviva su esperanza con la luz ámbar del sol que arriba al poniente, un jinete rubio –más bien, moreno–, de ojos azules –quiero decir, café oscuros–, y nariz respingada –no, aguileña–. Bienvenidos al “nuevo mundo Marlboro”.
El fenómeno social
Los latinos ya no solo cargan con el estigma de ser los inmigrantes, los espaldas mojadas o los beaners. El latino representa un poderoso mercado económico, una influencia electoral y hasta una estrategia militar para los Estados Unidos. Ya son 50.5 millones los latinos en ese país, casi la mitad de la población de México. De esa cantidad, el impresionante 64% son hispanos de origen mexicano (ya sea nacidos en territorio nacional o en EU). Las ciudades fronterizas llevan en sus genes un pasado tricolor y este es el caso de San Antonio, una ciudad donde viven 1.2 millones de paisanos, de un total poblacional de 2.1 millones de personas, es decir, el 55%. Esto ha llamado la atención de inversionistas como Emilio Estefan, el famoso productor cubano que presenta el festival People en español, uno de los eventos más importantes para la comunidad latina, y que ha escogido a San Antonio como casa y punta de lanza para el peso simbólico del festival. En esta ciudad fue donde se instaló la primera televisión y radiodifusora en español y también la historia –bien convertida en leyenda por Hollywood y Disney– llamada el Álamo, la piedra angular que, como dijo Paco Ignacio Taibo II, daría a Estados Unidos un nuevo sentido a su concepto de nación y al imperio en que se convertiría por medio de aquella guerra entre colonos anglosajones y mexicanos por el territorio de Texas. El evento People en español, es un fenómeno social, que, entre líneas, dice a los latinos radicados en Estados Unidos que deben sentirse orgullosos por estar en un país “libre y democrático”, “God bless America!”, expresaba Estefan. Este festival es considerado la fiesta más grande de entretenimiento hispano, apoyado por la publicación People en español, que llega a más de seis millones de lectores por edición; un festival al que han asistido cerca de 150,000 personas, un evento cumbre que pretende ser el acontecimiento hispano por excelencia.
“Hay más de 50 millones de hispanos, somos la comunidad de más alto crecimiento; la relación con toda Latinoamérica y España nos hace fuertes, tenemos un sentido de familia que está muy presente. El alcalde de San Antonio es de ascendencia mexicana, es un joven talento, tal vez algún día tengamos un presidente hispano; ya tenemos un afroamericano, ¿por qué no pensar en ello?”, dice Armando Correa, editor de la publicación hispana más vendida en los Estados Unidos. Correa se considera como un exiliado, un inmigrante más. Llegó con 30 años de edad y se enfocó en aprender inglés; no deja de sorprenderle la realidad de un festival como People en español, donde 15 años atrás –dice– un evento de estas características hubiera sido impensable.
Un viejo lobo de mar se asoma y frena por un momento la ansiedad de los reporteros que cargan los logos de poderosos medios de comunicación; me adelanto a la manada y logro unos minutos para platicar. Se trata de Emilio Estefan, uno de los hispanos más influyentes en el medio del espectáculo. Atento, espera mi pregunta y me atrevo a soltar lo que venía pensando, una duda sin diluir, que corría el riesgo de ser ignorada; por suerte halló una respuesta.
¿Qué significa ser latino hoy en día en los Estados Unidos?, ¿Carne de cañón, votos, o en verdad una oportunidad?
Significa la minoría más grande, una que va a la guerra y defiende a este país, además paga impuestos; esa minoría ha traído nuestra cultura latina a la música y a la política, y juega un papel especial. Dicho esto, la unidad de los latinos es lo más importante, no importa de dónde vengas, somos felices de pertenecer a este grupo y estamos orgullosos de lo que hemos hecho. ¡Esto es tan solo el principio de lo que vendrá!
El cubano contestó comedido y diplomático (viejo lobo de mar) y hábilmente devuelve la plática hacia el festival que promociona, invitando a que con él se defiendan con orgullo las raíces latinas. “Enseñemos al mundo que hay inmigrantes que vienen a contribuir y no solo a sacar algo del país, como muchos hacen creer; nosotros venimos a sumar”.
“¿Cree que sus empresas han contribuido a esta suma de la que habla?”, le pregunto. “Me parece que hemos podido ayudar un poco a ello y lo que sigue es continuar luchando. Es importante la educación de una nueva generación que no solo pueda hablar inglés, sino diferentes idiomas; yo tengo la dicha de hablar tres diferentes lenguas y mi esposa Gloria, cuatro. Es importante prepararse y hacer algo responsable y positivo. Cuando voy a una fiesta y me tomo tres tragos de tequila, traigo a alguien para que maneje; debemos asumir cada responsabilidad, eso es importante”.
El cubano de ascendencia libanesa dice que Latinoamérica vive un momento histórico de crecimiento y que esto tiene eco en ciudades como Miami y San Antonio, que son perfectas para expresarlo. “Miami es particular porque tenemos la integración de todas las razas y hemos comprobado que nos podemos llevar bien, hacer una bandera del mismo color, eso es lo que estamos haciendo”. Por su parte, Julián Castro, el alcalde más joven electo de una ciudad importante de los Estados Unidos, acentuó que San Antonio es una ciudad muy significativa; “es la nueva cara del sueño americano”, me dijo.
Sobre las cabezas de Dylan y Cash hasta la suculencia de Arcade Fire
Un local icónico de San Antonio fue fundado en 1917, ha pasado por tres generaciones, su mandamás se llama Abe Cortez, un personaje que ha heredado y mantenido la tradición de los sombreros de tipo Stetson. Abe es una persona amable, pero con cierto aire ladino, es como un personaje salido de la serie Dallas, alguien que cuida de su negocio a toda costa, como aquellos texanos avaros que no desean perder ni un solo centavo, ni media gota de petróleo; es tenaz y recio, una persona que cuida el oficio ante todo. Abe se levanta de una vieja silla, abre un íntimo y antiguo cajón de madera, saca un peine negro y un spray para estilizar el cabello, se dirige a un armario y abre sus puertas; dentro, hay un espejo, él se ve y se peina como si fuera Elvis Presley acicalando su copete. Este proceso lo hace una y otra vez si le pides entrevistarlo; no importa si no le sacas una fotografía o video, él siempre responde a esta particular rutina. Sus sombreros han vestido las cabezas de prodigios como Bob Dylan, de quien dice, es una persona callada, que no interactúa mucho, pero de una inteligencia sutil. Para él hizo un sombrero de paja fina y suave, de color blanco, una pieza que pareciera ser un cisne –elegante y fino–, mismos adjetivos que tuviera el sobrero de Johnny Cash, pero con el misticismo de un jaguar negro, el detalle último encima de la testa de ese rebelde viajero de voz poderosa y oscura sinceridad llamado the man in black. Con ese legado y experiencia, Abe ha hecho sombreros para las cabezas de B.B. King, Eric Clapton, Bob Hope, entre muchos otros. Desde 25 hasta 7 mil dólares.
Un día, Don King llegó a la tienda; el promotor de box quería un sombrero que encajara con su personalidad, era su cumpleaños. Abe le mostró varios modelos, hasta que King lo interrumpió para decirle: “¿Qué vamos a hacer con mi cabello, Abe?”. El sombrerero, a manera de broma, le contestó: “Mr. King, puedo cortar la parte de arriba, así podría liberar su pelo”. El promotor solo dijo: “¡hagámoslo!”. Abe, sorprendido, agregó que el sombrero costaba 700 dólares, lo que no fue problema para el promotor. En otra ocasión recibió al millonario Ross Perot con su esposa, el rico empresario compró varios sombreros y la cuenta fue, digamos, unos 4 mil 500 dólares; Perot se acercó y le propuso darle tan solo 4 mil. “Mr. Perot, usted es un millonario y yo solo soy el vendedor de sombreros”, dijo Abe. Inmediatamente el cliente objetó: “por eso yo soy el millonario, hijo”. Esto, de alguna manera, define el carácter de negocio que tiene el oriundo texano.
Abe Cortez asegura que vende más sombreros de tipo Stetson que ningún otro comerciante en el mundo, y parece así atestiguarlo una vieja y enorme fotografía de su padre, quien, solemne y elegante, está sentado en un sillón de piel mientras Abe, de pie, serio y refinado, le toma uno de sus hombros; los dos miran serios al frente. Es una imagen fría que, aparentemente, dicta que el negocio es lo más importante para la familia. La fotografía se posa arriba de una caja registradora de 1912, una antigüedad que resguarda y circula el dinero de la tienda; así como es testigo de ese particular carácter forjado por el ganado y la cultura de los rancheros que dejaron huellas nítidas de sus caballos y caminos por todo ese suelo. Abe está orgulloso de venir de ese linaje estricto y de acento cantado que también hoy se mezcla con vanidad. Este personaje amante de la música de Rod Stewart, amigo de Billy Gibbons de ZZ Top y de Tommy Lee Jones (quien reside en San Antonio), relata el carácter sigiloso de Paul McCartney, lo social de Sammy Davis Jr., pero, sobre todo, comparte la peculiaridad de una ciudad como San Antonio, que porta su sombrero más fino, aquel hecho con el orgullo del texano y la tela del México antiguo.
Del sombrero a la boca, la comida tex-mex, también ha dejado de aburrirnos y de ser una pésima copia de la comida mexicana que permeaba las zonas fronterizas. Restaurantes como Lüke o Boiler House Texas Grill & Wine Garden muestran cómo la armonía es sutil y fresca, cómo lo tradicional puede evocar un presente innovador y cómo lo contemporáneo guarda un espíritu viejo y sabio que integra la diversidad de la cultura latina y la mezcla de estados como Texas y Nueva Orelans. Radical Face suena mientras un jugoso filete se marca con la parrilla al tiempo que se une a la variedad de cervezas artesanales; The Masters of Folk se adhiere a un ceviche en el sentido más peruano de la palabra, y Arcade Fire se aviva con vainilla y mezcal, can we work it out? If we scream and shout, till we work it out? El estribillo se mece mientras el latino cabalga con sus ojos dorados, allí donde están los suelos con un nuevo sueño americano.