De la Ciudad de México a Oaxaca hay 462 kilómetros a lo largo de la Sierra Madre. Hay que pasar por Puebla y recorrer un trayecto de cinco horas y media. Aunque no es un viaje corto, el paisaje de las montañas lo hace placentero. Oaxaca es uno de esos lugares que se siente más mexicano que el resto. Sus colores, tradiciones, comida, bebida y artesanías encantan a cualquiera que pase ahí más de unas horas. Esta vez, Gatopardo hace un viaje exprés a la tierra del mezcal con la alemana Mercedes-Benz para probar la nueva GLA y conocer un proyecto que celebra lo mejor del país con una versión de la mítica Clase G pintada a mano por los maestros artesanos Jacobo y María Ángeles.
El trayecto comenzó por la carretera a Puebla con sus rectas prolongadas que se prestan para subir el velocímetro. La GLA color gris en la que llegaremos hasta Oaxaca es de la segunda generación de SUV de Mercedes-Benz y tiene un músculo inigualable. Es hermosa por dentro y por fuera. Apenas salimos del tráfico de la Ciudad de México y comienza a presumir sus cualidades. Unos tramos se prestan para pisar el acelerador y disfrutar de su motor turbocargado de 1.3 litros y 163 caballos de fuerza. El manejo es suave y la velocidad apenas se siente. Al llegar a las curvas de la carretera a Oaxaca, la GLA no titubea. Es capaz de dar vueltas cerradas sin ningún problema. El color verde de la sierra se expande por toda la carretera y en menos de lo que creíamos ya estábamos entrando a la ciudad de Oaxaca.
La GLA tiene un tamaño perfecto para las calles angostas y empedradas del centro de la ciudad. Llegamos al Hotel Escondido, donde pasamos la noche. El pequeño hotel pasa desapercibido si vas caminando por la calle pero, al entrar, la naturaleza y sus colores en tonalidades de barro te dan la bienvenida. El hotel es una casona recuperada por el Grupo Habita y el Taller de Arquitectura X de Alberto Kalach. Tomamos un refrigerio antes de salir a caminar por la ciudad. El verdadero objetivo del viaje es conocer la edición especial de la Clase G intervenida por los artesanos Jacobo y María Ángeles y la marca preparó una presentación especial para develarla. Al anochecer, caminamos al restaurante Criollo, uno de los mejores exponentes de la comida oaxaqueña contemporánea.
El restaurante es de Enrique Olvera y lo dirige el chef Luis Arellano. Nos reciben un comal enorme y una cata de mezcal para empezar. Criollo se especializa en llevar la comida oaxaqueña (que ya es extraordinaria en sí) a niveles insospechados. Comemos tamales, sopa de chilacayota con tomate, pescado al pastor y codorniz, todo acompaña- do por excelentes vinos de la región del Valle de Guadalupe, en Baja California, y una cerveza hecha en casa. Luego llega la hora del verdadero plato fuerte.
“Mercedes-Benz es una marca que habla de excelencia y toma la excelencia de México, y esta noche no es la excepción. Cumplimos 40 años desde que se presentó la Clase G, un ícono de la marca; el próximo año vamos a cumplir 135 años de que la marca existe
y, básicamente, con ello, la industria automotriz, por- que Mercedes puso el primer auto en movimiento en el planeta, entonces es una serie de hechos y logros que hemos ido acumulando”, menciona José Ramón Álvarez, director de Marketing y Relaciones Públicas.
La camioneta está completamente pintada a mano con los motivos con los que pintan las tonas y los nahuales (figuras zoomorfas de tradición zapoteca, más antiguas que los alebrijes) en el taller de Jacobo y María Ángeles. Llevan 26 años haciendo figuras en San Martín Tilcajete, Oaxaca. Hoy, el taller es una potencia que se dedica a llevar el arte oaxaqueño a todos los rincones del mundo. “Cuando llegó a nosotros la propuesta de pintar la camioneta era algo que nunca habíamos soñado, era algo casi imposible pero, afortunadamente, la experiencia del taller, los años y el equipo tan sólido que ya somos, unimos los conocimientos con todos los muchachos y lo logramos. Fue un poco complicado llegar a la decisión de colores y formas; lo que hicimos fue ver la camioneta como lo hacemos con nuestros tonas y nahuales. Queríamos darle vida”, explica María Ángeles.
Tardaron aproximadamente 170 días en terminar de pintar la camioneta pero, como mencionan, es un trabajo acumulado de los 26 años que llevan creando figuras. Con la ayuda de su hijo Ricardo, lograron proyectar y bocetar sus sueños en la camioneta. En la iconografía se pueden encontrar resquicios de los tres animales más sagrados para los zapotecos: la serpiente, el jaguar y el águila, así como semillas (el símbolo para “persona”), el viento (el símbolo para “pueblo”) y la casa, que juntos reflejan la cosmogonía zapoteca. El techo es una reinterpretación de la bandera de los pueblos originarios. Este diseño es una celebración de la cultura zapoteca y mexicana. La mezcla entre Mercedes-Benz y el taller de Jacobo y María Ángeles unió la cultura zapoteca con la alemana con motivos geométricos inspirados en artistas europeos como M.C. Escher. La camioneta es, sin duda, una obra de arte.
Al otro día nos dirigimos a conocer el sitio donde se hizo esto posible. A bordo de las GLA, partimos rumbo a San Martín Tilcajete, a una hora de Oaxaca y conocido por sus alebrijes, para visitar el taller de Jacobo y María. Llegamos al pueblo y nos recibió una explosión de colores. En el taller vimos el trabajo arduo de todos los artesanos que trabajan en él. Aprendimos sobre pigmentos y sobre nuestros animales protectores e incluso probamos nuestro talento con una pieza propia.
Pasamos todo el día entre pigmentos y obras de arte hasta que fue hora de dirigirnos de nuevo a las GLA para volver a la Ciudad de México.Nos despedimos de Jacobo y María, y de la Clase G, la cual podremos volver a ver durante todo el año hasta que se instale en el Museo Mercedes-Benz en Stuttgart. Con todo lo aprendido y una renovada esperanza en un futuro cooperativo y sustentable, nos abrochamos el cinturón y comenzamos la travesía de regreso.