Me es natural encontrar en todas las personas algo que me llame la atención para hacer un retrato. Es fácil ser espectador y admirar la fisionomía de los otros desde afuera, especialmente cuando observar a las personas es tu más grande fascinación. La experiencia de observarme a mí misma nunca se me había antojado. Siempre lo he pensado: no hay nada más difícil que gustarse a sí mismo en las fotos.
Tengo una fantasía desde hace años en la que hay tiempo para hacer fotos, hay horas de sobra solo para observar la luz y su recorrido. Se trabaja de la mano con lo que ya está marcado por el día y la noche. Trabajar en la hora mágica durante varios días sería algo que me encantaría hacer alguna vez.
Ya teníamos un mes en cuarentena. No había encontrado la oportunidad de usar la cámara. Marzo me sepultó por completo y puso mi atención muy lejos de la fotografía, algo que nunca me había pasado. Los motivos fueron urgentes y muy necesarios de atender; no tuve tiempo para nada en marzo, los días duraban muy poco y había muchos fuegos que apagar. Extrañaba el set, a mi crew, a todos. Abría el ojo en las mañanas siempre antes del amanecer, todo parecía muy incierto. Lo único que permanecía constante era esa visita del sol impecable sobre la puerta de mi recámara.
Tenía ganas de aprovechar ese sol y todas esas mañanas que lo estuve espiando. En mayo, por fin, tuve el tiempo y la cabeza para volver mi mente a la cámara. Sabía bien la duración de los cookies que entrababan por la ventana; los observe aparecer y desaparecer como un caso de estudio. Solo había un problema: yo tenía que salir en las fotos. No me he tomado autorretratos en todos estos años. Nunca me he sentido cómoda frente a la cámara; se me aprieta la boca cuando me pongo nerviosa, no puedo actuar, no sé mentir. Hay algo raro sobre los fotógrafos y tomarse autorretratos, es como cuando las personas sueñan que se ven dormidas. No sé bien cómo describirlo, es algo que para mí no es natural.
Decidí no pensarlo mucho. Con la pierna estirada, pongo el foco en el pie mientras me asomo por el visor; a veces sí me atrevo a acercarme. Nada más que un tripié y el temporizador programado a secuencias de ocho disparos por cada clic. Trabajo rápido, porque la luz que me gusta dura poco y quiero que esto sea orgánico. Hay una historia que me gusta cuando la veo a ella junto al cortinero caído; hay una historia que me habla de un espacio real y de una persona que tiene cicatrices (como todos los espacios y como todas las personas).
Encontré una versión de ese personaje que me gustó; dejé de ver sus defectos como puntos negros en la pared blanca. La observé desde un lugar honesto que me muestra tal y como quiero ser. Solo me falta terminar de creer que yo soy la persona de las fotos.
Fotos y texto de Ximena del Valle