El periodista Luis Carlos Díaz resume así la vida en su tierra, Venezuela: “Quisiéramos preocupaciones simples. Quisiéramos aburrirnos un poco. Quisiéramos alguna certeza distinta a que mañana será peor. Para variar”.
Eso podría decirse de muchos países del continente, pero lo que sucede en Venezuela va más allá de toda lógica. En las últimas semanas –y meses y años, pero ahora con mayor intensidad– las calles se han llenado de manifestantes que piden un cambio de gobierno.
Esas protestas han dejado, hasta el cierre de esta edición, 72 muertos, centenares de heridos, saqueos, disturbios, tanquetas en la calles y la idea colectiva de que el país ya no puede estar peor: los hospitales no tienen medicamentos, las tiendas no tienen comida, los apagones eléctricos son constantes y la inflación llegó al punto en el que hubo que cambiar la denominación de los billetes e imprimir nuevos porque ya no se podía comprar nada con ellos.
Incluso hoy, con el billete de mayor denominación, solo se pueden comprar dos kilos de jamón de pavo, de acuerdo con el portal digital independiente Efecto Cocuyo.
¿Qué ha pasado para llegar a este punto? Retomemos a Luis Carlos Díaz: “Cada día que pases con el chavismo en el poder, el país caerá más y más. Porque no hay llegadero: los países no tienen fondo. En serio. Hace dos años todo te parecía una porquería, pero no se hablaba de gente buscando comida en la basura. Ahora no solo la buscan, sino que se la pelean. Y mañana se la rifarán o el gobierno multará a quien bote algo a la basura… o lo que sea.
Ya no se habla de saqueos, linchamientos o desmembrados porque se hicieron parte del paisaje, no porque dejaran de ocurrir”.
La explosión
Para entender Venezuela hay que dejar algo en claro: casi todos los poderes del Estado, que deberían ser un contrapeso entre ellos, están en manos del presidente y el grupo que gobierna. Esto ha crecido con el presidente Nicolás Maduro, quien asumió el poder tras la muerte de Hugo Chávez, pero sucedía desde antes.
Es decir, los jueces y aparatos estatales sirven al presidente y solo la Asamblea Nacional, que tiene una mayoría de diputados de oposición, funciona como un dique al mandatario. Hay que recordar también que la oposición venezolana –al igual que la prensa crítica– ha sido asolada por el Gobierno desde la época de Chávez.
Incluso las autoridades electorales están en manos de Maduro, así que el año pasado no hubo elecciones para gobernadores y alcaldes con la excusa de que no había dinero.
Las protestas han sido una constante, mes tras mes, en todo el país. La represión también. El peor año de esta década ha sido 2014, cuando las autoridades apresaron a más de 3,500 personas.
Este año, las muestras de poder por parte de Maduro subieron de tono. El pasado 29 de marzo, el Tribunal Supremo de Justicia anuló los poderes de la Asamblea Nacional, el Parlamento venezolano. Tras la presión internacional se echó para atrás, pero la embestida continuó por otras vías y el trabajo de los diputados sigue siendo a cuentagotas.
El 1 de mayo, Maduro convocó a una Asamblea Nacional Constituyente que buscaba reformar nuevamente la Constitución que Chávez publicó en 1999. Pero esta reformulación quería hacerla a través de una asamblea que no tendría representación de los partidos políticos.
Las fuerzas de oposición del país consideraron esto un “fraude constitucional” y salieron a las calles a protestar. Y les ha ido muy mal. Las imágenes que se transmiten en los pocos medios independientes que quedan, y en redes sociales, han mostrado cómo tanquetas militares han arrollado a manifestantes. También el uso de armas de fuego en su contra. Venezuela es hoy un set de una película de acción donde no hay extras, y la sangre, los muertos y los gritos, son reales.
¿Y el mundo?
En el video aparece una televisión en la que se ve a Maduro bailando salsa. El presidente sonríe mientras mueve la cadera y las manos al ritmo de la música. Un par de segundos después, la cámara gira 180º hacia una ventana. Se acerca a ella y en la toma se ve, un par de pisos abajo, una calle en la que manifestantes se enfrentan con las fuerzas de seguridad estatales. Los gases lacrimógenos dificultan la visión, pero se alcanza a observar tanquetas, ciudadanos corriendo y policías persiguiéndolos.
Las redes sociales se han convertido para la sociedad venezolana en el medio de información más concurrido ante la censura gubernamental a los periodistas locales –e incluso internacionales, como CNN–.
A través de ellas el mundo también se ha enterado de lo que está sucediendo en ese país, al que la comunidad internacional cada vez ve con mayor preocupación, pero que a la vez ha ido dejando más solo.
Por ejemplo, en la ONU, Estados Unidos ha dicho muchas veces que Venezuela está al borde de una crisis humanitaria y de llegar a los niveles de violencia que hay en Siria. Por supuesto, Estados Unidos tiene muchos intereses en Venezuela, pero hablar de ellos abarcaría un libro.
Pero no solo es EE UU. El embajador del Reino Unido dijo a mediados de mayo que Venezuela “es un caso que si se sigue agravando, podría terminar en conflicto. Hay que prevenirlo”.
En nuestro continente la situación no es muy distinta: la Organización de Estados Americanos tuvo una reunión el 31 de mayo para hablar de este tema. Es probable que ni la ONU ni la OEA logren algo: Venezuela ha ninguneado todos los exhortos de la primera, y de la OEA pidió su salida el 28 de abril.
Mientras tanto, como dice el periodista Luis Carlos Díaz, los venezolanos siguen queriendo una certeza distinta a que mañana será peor. Para variar.
Texto por: MAEL VALLEJO
Es Director de Innovación de Chilango, Pictoline y Más por Más. Ha sido editor general de Animal Político y Esquire Latinoamérica, sub-director de Suplementos de El Universal y colaborador de distintos medios en Iberoamérica. Es coeditor del libro “Los 12 mexicanos más pobres”