La firma de moda más innovadora y futurista de todos los tiempos cumple cincuenta años de vida. ¿Cómo ha hecho para seguir viéndose moderna? He aquí mi experiencia con ella.
La primera vez que fui a París mi mamá me llevó a la rue Françoisler para encontrarme con una calle llena de tiendas de lujo. Sin embargo, había una entre tantas que destacaba porque ya desde el enorme ventanal podías advertir un interior blanco y futurista, un espacio de más de doscientos metros cuadrados rodeados por tubos de acero de los que colgaban piezas de charol y vinil fluorescente, en infinidad de colores. Mi mamá me dijo: “ven, vas a conocer la chamarra icónica de los sesenta”, y fue cuando me topé con el señor Courrèges.
Su esposa y él, muy amables, me atendieron personalmente y me hicieron sentir como en casa. Al parecer, el señor Courrèges vive (o vivía) allí mismo, en la planta alta de su tienda en París, una de las dos que existen en el mundo (la otra está en Luxemburgo). Para mí, fue lo más parecido a la experiencia de entrar a una dulcería: un arcoíris de chamarras de charol, de faldas multicolores, de piezas únicas y atemporales que se han mantenido a la vanguardia desde aquel lanzamiento digno de la era espacial, a mediados de los años sesenta. Esta visionaria colección incluía cuellos de tortuga, minifaldas de cortes geométricos, botas bajas sin tacón de materiales sintéticos, lentes de sol de tamaño desmesurado…
Ese día, el señor y la señora Courrèges me hicieron pasar al vestidor y me pusieron una chamarra azul clarito, plastificada, con botones blancos y con el famoso —perfecto— logo blanco de la marca en el lado izquierdo (como siempre en todas sus prendas). Entonces, la señora Courrèges me dijo: “falta tu minifalda”. Me dieron el outfit completo y fue como si de pronto hubiera sido cubierta por figuras geométricas en mi cuerpo. La que me habían dado era una chamarra tiesa, cuadrada; abajo me pusieron un cuello de tortuga blanco y, acompañando a estas prendas, una minifalda en forma de trapecio, también de color azul y unos botines con los que casi tenía la impresión de que me llevarían al espacio exterior.
Yo, que siempre he sido una persona curiosa y me he caracterizado por buscar ser distinta, sabía que al llegar a México nadie iba a saber qué llevaba puesto y me encantaba esa idea. Obviamente adquirí las cuatro piezas y salí de la tienda con el regalo más parisino que podía existir. Conforme pasó el tiempo empecé a notar que tener una chamarra Courrèges era, para los coleccionistas de moda, algo de mucho prestigio, y que entre más vintage es el modelo, resulta más cool. Ya llevo con mi chamarra trece años y es la pieza más espectacular de mi clóset. Lo extraordinario en estas prendas es que aun cuando han transcurrido casi cincuenta años desde que se crearon sus diseños, siguen viéndose modernos, produciendo un look alternativo, aunque a partir de la década de los setenta su marca haya dado traspiés hasta recuperarse otras décadas más tarde (a causa, no solo, del fin del fanatismo por la era espacial, sino también por la gran cantidad de marcas y diseñadores que se dieron a la tarea de plagiar sus diseños y reproducirlos sin ton ni son hasta el cansancio). No obstante, ningún otro diseñador del mundo ha logrado captar el espíritu futurista, del espacio, como lo hizo Courrèges en los sesenta, y quizás su peculiar recorrido antes de lanzarse como diseñador de modas tiene algo que ver. Andrè Courrèges estudió originalmente ingeniería civil y fue, además, un amante de la arquitectura; no en vano se le llamó en varias oportunidades el “Le Corbusier de la moda”. En sus diseños hay trazos claros, limpios, geométricos al estilo de Kazimir Malévich (cuadros, triángulos, rectángulos, trapecios…), y una predilección por la comodidad y la funcionalidad que no deja de estar embonada a la perfección con la estética futurista que él mismo impuso en los sesenta. Aunque la invención de la minifalda es un logro que se le adjudica tanto a él como a la británica Mary Quant, algo que sí le pertenece por completo es el haberse salido totalmente de lo que era el diseño en esos años para crear un concepto único e innovador que evocaba los avances tecnológicos del momento y que sumaba a estos una cuota importante de sentido de la elegancia y la estética (sin ir más lejos, fue el diseñador que vistió de pantalones a las mujeres de un modo ya no informal, sino elegante y moderno a la vez). Y, aunque la minifalda haya salido al unísono de Francia e Inglaterra, es indudable que la creada por Courrèges es completamente única: de corte tipo trapecio y estructurada por la tela (generalmente vinil y charol, aunque también ha habido prendas con este diseño en lana y gabardina), tiene una textura de tipo plástico suave que al portarla sientes que puedes moverte con ligereza y facilidad. En todos los casos, no solo en las faldas, las prendas de Courrèges tienen el no tan fácil mérito de mantener su figura geométrica intacta durante su uso. Otras piezas emblemáticas de Courrèges han sido las gabardinas, las botas, los vestidos (monos) y sus bellísimos lentes, que estuvieron entre los favoritos de exponentes de la elegancia, como lo fue Audrey Hepburn.
Más allá de crear un concepto de moda, casi podría decirse que Courrèges inventó el futuro: uno que para las mujeres pintaba casi como una promesa de felicidad, libertad, independencia, elegancia, carácter, diversión y autonomía, en el que todo era posible.
Las prendas de Courrèges son casi piezas de arquitectura y tienen, además, a su favor el corte perfecto que este diseñador francés aprendió de su maestro: Cristóbal Balenciaga. Tras terminar sus estudios de ingeniería, Courrèges que debió servir durante la Segunda Guerra Mundial se trasladó a París y, tras un breve paso por la compañía textil de Jeanne Lafaurie, se empleó como cortador de telas con el mejor maestro que podría haber tenido (y de quien siempre se reconoció como discípulo): Balenciaga. Luego de más de una década de colaboración y alentado por su esposa, Courrèges abrió su primera tienda en París a inicios de los años sesenta, y el resto es historia. Este año que la marca cumple su 50 aniversario, Courrèges —quien admirablemente sigue siendo noticia a sus noventa años—, a través de su esposa, Coqueline, quien ha estado al frente del negocio desde 1995, ha cedido su empresa a un grupo de jóvenes creativos: Jacques Bungert y Frédéric Torloting (a quienes se les debió el diseño del empaque de la prestigiosa agua mineral Evian). Ambos vienen del mundo de la publicidad y buscan actualizar el nombre de Courrèges en el gusto de los jóvenes, aunque sin tener siquiera la intención de modificar los diseños que se han mantenido casi inalterados por más de cuatro décadas.
Tengo mi legado de Courrèges en una caja, en mi armario. Las prendas están impecables porque las veo —y cuido— como piezas de colección: son obras maestras que aun pasados los años, valen cada vez más. Las cosas ya no se hacen con tanta calidad. Mi pequeña colección de prendas de Courrèges, además, me recuerda la experiencia que viví en ese momento, ese descubrimiento asombroso que me convirtió en su fan más fiel. Siempre he sido admiradora de lo diferente y hasta hoy no creo que haya nada que se le compare a este visionario del diseño.